Su nombre completo es Carlos Chinen Kanashiro. Fabricado en Perú, por padres nikkei, modelo 1956, de profesión arquitecto. Esta es su historia para armar, desde sus inicios en la carrera que lo ha llevado a diseñar varios supermercados y centros comerciales en Lima y otras regiones del país, hasta su hobbie por el modelismo que lo ha convertido en el mayor coleccionista y a tener un museo que pronto tendrá su segunda sede.
Me recibe en su oficina de dos pisos conectados por una escalera de caracol. En la planta baja tiene una sala adornada por modelos a escala, libros, dioramas y una enorme maqueta de un avión de vuelo comercial de Lufthansa. En el segundo nivel, el equipo de Carlos Chinen Arquitectos & Consultores, trabaja diversos proyectos en forma simultánea, rodeados de planos, fotografías de edificios y más modelos a escala.
El complejo de edificios de paredes color ladrillo donde estamos, que tiene una especie de plazuela con jardines rodeados por los departamentos, fue diseñado por Augusto Ortiz de Zevallos, amigo suyo y una de las primeras personas con las que trabajó. Desde niño, a Carlos le gustaba dibujar y armar aviones. “Tenía un profesor que me enseñaba dibujo y que en los recreos me enseñaba más que al resto. Así aprendí lo que es la perspectiva y el punto de fuga”.
De camino al colegio nacional Melitón Carvajal, donde estudió la secundaria, a Carlos le llamaba la atención las construcciones que hacía el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado. “Después supe que a esa clase de construcciones se les llama ‘brutalismo’”, dice el siempre sonriente arquitecto en referencia a esos enormes edificios de hormigón, de apariencia tosca, que se pusieron de moda en los años setenta.
El modelismo, explica a continuación, también implica hacer un plano o diseño, recopilar los datos técnicos o históricos, construir y conservar cada pieza. Ese placer infantil que todavía conserva fue la primera pieza de su carrera profesional y del museo que lleva su nombre.
Modelo de arquitecto
En 1974, Carlos Chinen ingresó a la Pontificia Universidad Católica del Perú, a ingeniería civil, pero no estuvo mucho tiempo allí. En su primer año de estudios decidió hacer prácticas en una empresa japonesa para conocer cómo era el mundo de la construcción. “Me inquietaba más trabajar con un arquitecto, conocer cómo era su oficina, cómo se organizaba, hacer maquetas, dibujar planos a lápiz sobre papel mantequilla… empecé como ayudante, haciendo encargos, comprando los cigarros”.
Allí se dio cuenta que quien mandaba en una construcción no era el ingeniero sino el arquitecto. Entonces postuló a esa carrera en la Universidad Ricardo Palma y, durante un tiempo, estuvo en ambos sitios. No les contó a sus padres para no contrariar la voluntad del papá que ahora vive muy cerca de su oficina y al que visita todos los días. Pagó los estudios él solo hasta que no pudo más y les dijo la verdad.
Trabajar con connotados arquitectos del país como Franco Vela, quien diseñó el Museo de la Nación (uno de esos edificios que admiraba en su época escolar) o Augusto Ortiz de Zevallos, urbanista que ha realizado diversas construcciones públicas y privadas en la ciudad, fue un gran estímulo para él, quien lleva ya 35 años entregado a esta profesión, ligado siempre a otro connotado peruano de apellido asiático: Erasmo Wong.
Diseñando supermercados
Se conocieron en 1991, cuando el empresario de origen chino ya había pasado de tener una bodega a ser propietario de cinco tiendas en la capital. En ese tiempo, las cadenas Gálax, Todos y Monterrey dominaban el sector, con más de 70 supermercados en la ciudad, mientras que la marca “E.Wong” solo era conocida en el segmento alto. Cuando lo contrató, Erasmo le dijo a Carlos que su objetivo era inaugurar una tienda cada año.
“Wong tenía fortalezas ante los demás. El servicio al cliente y la tecnología. Te llevaban las bolsas al auto y usaban un escáner para saber cuánto costaba cada producto. Con esos atributos fue fácil ver cómo caían los demás y les comprábamos los locales”, dice Carlos, quien cuenta que en cada tienda se usaban técnicas del Feng Shui. “Por ejemplo, siempre había una pileta porque se sabe que el agua trae energía nueva”.
En 17 años, Carlos inauguró 60 tiendas (conserva la documentación de todas ellas) para Wong, con quien en 1993 creó la marca “Metro”, con el espíritu de las trasnacionales Walmart y Carrefour: los precios bajos. Construyeron el primer hipermercado en una villa militar que necesitó pistas nuevas y alumbrado exterior, y no pararon hasta convertir la marca en una de las más populares del país.
“Trabajábamos todo el día y los domingos Erasmo agarraba el carro y nos íbamos a buscar terrenos para los nuevos supermercados”. En 2007, una noticia sorprendió a todos los peruanos y al propio Carlos: Wong vendía la compañía entera al grupo chileno Cencosud. Carlos se sintió apenado y hasta decepcionado. Quiso renunciar pero Erasmo lo convenció de embarcarse en un proyecto diferente.
Centros comerciales y otros retos
“Muchos vieron la venta de Wong como una traición”, dice Carlos, “pero creo que fue el momento oportuno”. En 2005, Carlos ya había convertido el hipermercado Metro de Chorrillos en un centro comercial, lo que lo preparó para el nuevo reto de su amigo: construir Plaza Norte, en un área de 188 mil metros cuadrados. “Escogí un equipo de gente que piensa igual que yo, teníamos que inaugurarlo en un año, diseñamos y construimos en simultáneo”, recuerda Carlos Chinen.
El objetivo era convertir al centro comercial en el centro cívico de seis distritos del norte de Lima, contando para ello con un terminal terrestre para autobuses y estacionamiento para 3,500 autos. Después hizo centros comerciales en provincias como el Callao, Ica, Trujillo y Cusco. A la par tuvo otros proyectos como el diseño del Barrio Chino en el centro de la capital, en 1999, por los 150 años de inmigración de esta colonia y otros que atendió con su consultora (condominios, tiendas de autos, edificios de oficinas).
Carlos Chinen se reconoce adicto al trabajo, pero en 2011 tuvo un accidente automovilístico que le cambió la vida. “Fue como volver a nacer”, dice Carlos, “me di cuenta que había hecho ‘masterplan’ para muchos proyectos pero que no tenía uno para mi propia vida”. Entonces empezó a dedicarle más tiempo a su familia y al Museo Chinen de modelismo, una pasión que lo ha llevado a tener más de cinco mil piezas que se pueden encontrar hasta en la lavandería de su oficina.
Un hobbie y un museo
En casa, en su oficina y en un departamento que ya no ocupa, Carlos Chinen tiene guardados autos, aviones, vehículos militares y demás piezas (algunas sin armar y aún en sus cajas) que conforman una colección tan grande que no cabe en el museo del centro comercial Plaza Norte, de su amigo Erasmo Wong, y que inauguró en 2009. Allí, en 60 vitrinas, tiene cerca de 1,500 piezas en exhibición para todo el público de manera gratuita.
Ahora, espera continuar con una segunda sede en el centro comercial que ha diseñado en San Juan de Miraflores, al sur de Lima, con el deseo de formalizarlo y de que cuente con una administración que lo haga sostenible. “El propósito es despertar en los niños la capacidad de soñar y visualizar soluciones tecnológicas a los restos y problemas que deberá afrontar de adulto”, explica.
Autos Mustang de todas las épocas, aviones bombarderos, submarinos, dinosaurios, figuras de películas de ciencia ficción y otras piezas le dan un amplio contexto histórico a una colección que empezó como un hobbie en su infancia pero que es también una lección de paciencia y dedicación. “Armar una pieza puede tardar días, semanas o años”, dice el arquitecto que cuenta con un equipo de modelistas que le ayudan a ensamblar sus modelos.
Una ciudad en construcción
En su oficina, entre autos fórmula uno, helicópteros y motocicletas se intercalan las maquetas de los proyectos arquitectónicos que ha diseñado Carlos en una ciudad que aún no se termina de construir. Para el arquitecto, el caos que hay en Lima se debe a un trabajo inconcluso de la infraestructura vial y a una mirada poco humanista de las autoridades con respecto a los espacios públicos.
“La teoría urbanística dice que toda ciudad debe estar dentro de un anillo llamado circunvía y en un crucero. En Lima no se ha terminado este megaproyecto”, dice Carlos, añadiendo que en la capital del Perú se pueden ver dos caras: la del desarrollo inmobiliario que se aprecia en los edificios cada vez más altos y modernos; y la del urbanismo, con crisis de transporte y carencia de parques, plazas y calles peatonales. “Los alcaldes piensan más en los automóviles que en los peatones”.
La corriente humanista del urbanismo, que busca el bien común, brilla en ciudades de Estados Unidos y Europa, con sistemas de transporte segregado y áreas verdes. En Lima, proyectos como el rescate del río Rímac o el malecón de la Costa Verde se han visto truncados. “El espacio público es parte del estado emocional de la gente”, dice Carlos, quien opina que debería haber un “término medio” que haga que disfrutar la ciudad y desplazarse por ella no sea un dolor de cabeza. Lima, como muchos de sus modelos, no termina de construirse. Pero para llegar a ser una pieza de colección, necesita de un alcalde con visión urbanista.
© 2015 Javier Garcia Wong-Kit
