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Eduardo Tokeshi: Retrato de la curiosidad

Eduardo Tokeshi en su estudio miraflorino.
Foto: Javier García Wong Kit.

Su mirada esconde una realidad que él ha sabido transfigurar en arte. Eduardo Tokeshi (Lima, 1960) tiene un gesto de imperturbable calma que lo acompaña desde cuando exponía sus primeros cuadros y andaba precedido por una larga cabellera, hasta esta tarde en que el clima parece detenido en su casa-estudio ubicada dentro de una quinta de Miraflores.

A sus 55 años, está por cumplir tres décadas como artista y su trabajo, que se ha exhibido en una veintena de países, parece el de un joven talento. Hace cuatro años presentó una retrospectiva de su obra y desde entonces ha ingresado en un nuevo periodo de su vida que afronta con una lucidez entrañable. “Ahora soy más joven que cuando tenía 30 años”.

En su estudio, donde una paleta de color parece descansar sin remordimientos, el artista repite algunas frases pronunciadas en otras entrevistas: que creció en una Okinawa en el centro de Lima, que se siente tan peruano como el cebiche, que no le dedica tanto tiempo a pintar como a leer y ver películas, que ser padre le cambió la vida y que está en una etapa en la que quiere comunicarse a través del dibujo.


Diarios dibujados

Fue con El pequeño Hokusai (y luego con El gran dibujo) que Eduardo Tokeshi demostró ese renovado interés por el trazo en lápiz y tinta negra, al que considera el lenguaje primigenio. “El dibujo es la arquitectura de la idea. Creo que no se puede ser un buen pintor si no se es un buen dibujante”, dice mientras me muestra un gran número de cuadernos que está llenando con trabajos en tinta negra que integrarán su próxima exposición en Lima, junto al artista nikkei Aldo Shiroma, y su próximo libro.

El artista ante parte del trabajo que conformó la muestra El gran dibujo (2015).
Foto: Archivo personal del autor.

Un huaco, característica pieza de cerámica del antiguo Perú, pero con la forma de Darth Vader, el villano de la película Star Wars, la muerte recostada en un claro del bosque, una caperucita roja vestida con piel de lobo y una última serie sobre contaminación petrolera que alude a una reciente tragedia ambientalista en la selva peruana, son parte de esta suerte de diarios dibujados.

De hecho, los primeros dibujos están agrupados bajo el título Cuadernos de San Antonio, en alusión al nombre del café miraflorino donde desayunaba y en donde inició esta saga inspirada en el cómic, el manga y la novela gráfica; estilo que ya se vislumbraba en El pequeño Hokusai, donde ya estaban personajes como los lobos-osos (pero en color) y otros elementos que revelan esa mirada lúdica y poética. “El dibujo es la libertad que está en lo sencillo y en lo barroco”.


Arte de mirar

El huaco con la cabeza de Darth Vader encierra el espíritu lúdico del Tokeshi de hoy.
Foto: Archivo personal del autor.

Sobre la mesa de trabajo de Eduardo Tokeshi se exhiben dos figuras extremas. Una es una estatuilla de San Judas Tadeo, el santo de las causas perdidas, con un hacha en la mano. Detrás de él, lo acecha un Darth Vader de juguete con su espada láser. Desde el tiempo en que pintaba retablos, formaba la bandera del Perú con bolsas de sangre e intervenía chaquetas, el arte de este nikkei ha sido inquietante.

En un tiempo se le atribuyó una intención política, otros vieron en su arte una indagación sobre su identidad. “Lo de las banderas fue quizá lo sintomático”, explica, “un deseo de búsqueda, de pertenencia”. Sus padres okinawenses, que le inculcaron el sintoísmo junto a las religiones occidentales, y que viajaban a Japón, dejaron una huella en él de la que ha originado su trabajo.    

“Hablaban en japonés entre sí pero no nos enseñaban el idioma”. De esa actitud secreta surgió una curiosidad que Tokeshi ha convertido en una carrera como pintor (“un arte en el que no se necesita la palabra”) y que intenta transmitir en su labor como docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

“Tengo una compulsión por compartir. En clase no enseño a pintar, trato de dar herramientas para la curiosidad. Para mí lo más interesante es poder compartir, enseñar la sensibilidad del bolero, por ejemplo, o encontrar la calidad en una película de serie B de terror. No enseñas a pintar, enseñas a observar”.


Identidad nikkei

Dibujar es para Tokeshi el arte primigenio que todo pintor debe dominar.
Foto: Javier García Wong Kit.

En cierta manera, muchos nikkei comparten costumbres, creencias y maneras de ser que se visibilizan dentro de la colectividad. En su atiborrado estudio, en el que hay cuadros, películas, libros, materiales de trabajo y una guitarra, Eduardo Tokeshi reconoce que su lado japonés está en su bushido personal para trabajar. Un perfeccionismo oriental que se mezcla con otros códigos y vivencias.

“Yo no sería lo que soy si no tuviera esos dos afluentes”, dice recordando esa Okinawa portátil que tuvo en casa pero también esa historia del Perú heredada con la que creció. “La historia de los Incas, de las guerras, de los fracasos, de las canciones”, dice. Ser diferente en apariencia, ser nikkei, le permitió visibilizar ciertas cosas que han servido para su obra.

“Viví en Lima y estudié en La Victoria, donde había una gran cantidad de nikkeis. Estudiábamos juntos, éramos una especie de ‘comunidad del ojo’ pero al mismo tiempo crecí rezando una novena o creyendo en el padre Urrraca del que soy creyente”, dice sobre este fraile que vivió en el centro de Lima, donde era acosado por el demonio, y al que se le atribuyen varios milagros.

“Aprendí que cuando mi abuela tenía malos sueños, en los que algo nos pasaba a los nietos, traía a la curandera japonesa (yutá) y esta nos desnudaba y ponía tijeras en las espaldas, mientras canturreaba un dialecto ininteligible. Cuando la mujer se retiraba, mi abuela corría a traer al cura de huérfanos para que nos eche agua bendita: así se aseguraba”, ha contado en una columna publicada en la revista Vela Verde.


La vieja juventud

Los tiempos han cambiado en la casa taller de Eduardo Tokeshi. “El año pasado he tenido los primeros achaques de la edad: presión alta y colesterol”, dice antes de compartir una anécdota de estos años de la tecnología y las redes sociales. En Facebook e Instagram, el artista ha publicado gran parte de sus dibujos en los que asoma ese lado de ilustrador de libros infantiles, de artista de portadas de novela, de caricaturista y de historietista.

Las libretas en las que viene dibujando cotidianamente.
Foto: Archivo personal del autor.

Ese lado tan pop le ha traído otro público. Jóvenes y adolescentes de todo el mundo que le preguntan si no quiere dibujar con ellos, que lo alientan a llevar una carrera de artista; sin saber que están ante un hombre cuyo trabajo se ha expuesto en casi toda América Latina; en Italia, Francia, Alemania, Holanda, en Japón, Canadá y Estados Unidos, adonde regresará este año para presentar parte de su obra en el Japanese American National Museum.

Los tiempos han cambiado para Tokeshi, que es ahora un adicto al Netflix, que guarda sus libretas junto a las de su hijo Martín, quien también dibuja, y que se mantiene joven gracias a la curiosidad. “Cuando algo me está aburriendo es una señal de que tengo que virar hacia otro lado”, dice este eterno adolescente que no teme decir que todo lo influencia. “Aquella persona que diga que el noticiero mañanero no lo influye, está mintiendo”, dice frente a una pantalla plana que cuelga, como un cuadro más, sobre su mesa de trabajo.

 

© 2016 Javier Garcia Wong-Kit

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Acerca del Autor

Javier García Wong-Kit es periodista, docente y director de la revista Otros Tiempos. Es autor de Tentaciones narrativas (Redactum, 2014) y De mis cuarenta (ebook, 2021). Escribe para Kaikan, la revista de la Asociación Peruano Japonesa. 

Última actualización en abril de 2022

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