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Memorias de mi abuelo Kenichi Fujishiro

Kenichi Fujishiro (藤代)

Mi abuelo Kenichi Fujishiro, un japonés que llegó a Cuba hace más de cien años y fundó la primera familia japonesa-cubana en la ciudad de Santiago de Cuba, protagonizó una emotiva historia de vida que, si bien encierra elementos comunes a la de otros emigrantes japoneses en nuestro país, para nosotros es muy especial y única.

Este japonés que con apenas 21 años llegó a Cuba en 1913, proveniente de Chiba-Ken, desde el pueblo de Fusamoto, que luego formó parte del conocido hoy como Otaki, hijo del matrimonio formado por Haru y Kokichi, quienes tuvieron cuatro hijas y un hijo varón: Kenichi, condición que lo convertía en el responsable de la continuidad del apellido, el heredero de las propiedades familiares y el guardián de las hermanas.

Circunstancias adversas para la economía de los Fujishiro lo obligan a convertirse en un emigrante, en un dekasegui, en busca de prosperidad para librar a su familia de la pobreza.

Todo parece indicar que quería establecerse en México, pero no fue posible y continúa hacia Cuba, después de recorrer la isla su destino final fue la ciudad de Santiago de Cuba, donde desembarca gravemente enfermo por lo que es ingresado en el hospital citadino.

Entrada de la bahía de Santiago de Cuba

Su poco dominio del idioma español y la complejidad de la pronunciación de su apellido para los santiagueros hacen que fuera solo conocido como ‘Japón’, este fue su nuevo nombre hasta su muerte.

Antonia Mustelier Baró

Una vez recobrada su salud, tiene la oportunidad de un empleo en el hospital donde también puede conseguir alojamiento y aquí conoció a una bella muchacha llamada Antonia Mustelier Baró, quien trabajaba como secretaria de la jefa de enfermeras. Con ella establece una especial comunicación que se convierte en amor.

El firme propósito de salvaguardar este amor lo hizo arraigarse a la tierra santiaguera, consciente de que esto implicaría el rompimiento de estrictas tradiciones ancestrales que debía cumplir el único hijo varón de la familia Fujishiro, y respetar lo relacionado con la conservación de la “pureza de la sangre”. No obstante, pide la autorización a sus padres para contraer matrimonio, pero le fue negado, por consiguiente, es castigado y excluido del marco familiar japonés.

La boda se realizó el 14 de junio de 1920. Sufrió mucho al no contar con la aceptación de sus padres, pero comenzó una nueva vida con el firme propósito de alcanzar la cima y lograr la prosperidad para la familia recién creada, que es bendecida con la llegada de los hijos.

Kenichi y su primogénito de igual nombre (1921).

Emprendedor y creativo comenzó con un negocio de venta de quincallerías, el cual llamó “Casa Japón,” pero no se conforma y continuamente experimenta nuevos proyectos.

Kenichi Fujishiro y su esposa Antonia Mustelier (1924).

Fue pionero en la ciudad de la venta de globos inflados con gas helio, desconocidos hasta entonces por los santiagueros, también fundó una pequeña fábrica de caramelos, singulares por su sabor y forma, que el pueblo rápidamente bautizó con el nombre de “japoneses”. Resulta interesante que a cien años de su creación hoy día todavía se comercializan por vendedores ambulantes que recorren la ciudad.

Caramelos llamados “japoneses” por los habitantes de la ciudad de Santiago de Cuba que se comercializan hoy día por vendedores ambulantes.

Se ganó el respeto y admiración de cuantos lo conocieron. Hizo valedera la integración de la presencia japonesa como parte de la vertiente humana que pobló a Santiago de Cuba en esa época y se convirtió en la representación del país del Sol Naciente, pues para muchos santiagueros la primera información sobre las características del lejano y misterioso archipiélago les llegó por él y la memoria popular hizo que su historia trascendiera su tiempo.

A pesar de todo lo logrado, nunca olvidó a su familia en el Japón a la cual escribía y enviaba fotos de su negocio, de su esposa, del primogénito… en fin, era un insistente y triste monólogo que se prolongó hasta el final de sus días, pues jamás perdió las esperanzas de recibir una respuesta con el perdón.

Cuando parecía que había conseguido hacer realidad sus sueños lo sorprendió una cruel enfermedad que lo llevó rápidamente a la muerte y con solo 33 años, en 1925, se apagó su último aliento, no sin antes llenar de consejos y recomendaciones a su joven esposa en cuanto a la conservación del negocio y la crianza de sus hijos: una niña de un año y un varón de cinco.

Kenichi hijo con su pequeño hermano Manyi, que muere prematuramente al año de nacido.
 María Haruko Fujishiro (1929).


A mi abuela su longevidad le permitió disfrutar de sus hijos, nietos y bisnietos. Ella se dedicó a nutrir nuestra imaginación con los relatos sobre Kenichi, su historia y sobre el Japón, así aprendimos a amar y admirar a la tierra natal de su amado esposo, a enorgullecernos de nuestra sangre japonesa de tal manera que nos sentíamos ofendidos cuando alguien nos llamaba “chinos”, atendiendo a nuestros ojos rasgados.

Kenichi Fujishiro no dejó a los suyos riquezas materiales, solo la de sus valores morales y éticos, su legado espiritual implicó el compromiso, a pesar de que nunca lo conocimos físicamente, de mantener la imagen del pueblo japonés que el representó.

Ya no estaba la abuela cuando, gracias a casualidades y perseverancias, después de setenta años de silencio, pudo hacerse realidad el diálogo tan ansiado y soñado por Kenichi entre su familia Fujishiro del Japón y la de Santiago de Cuba. Gracias a la visita de una de sus yonsei a su tierra natal, se produjo el anhelado abrazo, al fin llegó el perdón.

Familia Fujishiro de Otaki en Chiba-ken con Karelia Rodríguez, yonsei de Kenichi  Fujishiro.

Al cabo de largos años, Kenichi Fujishiro regresó al Japón profundo al tener su lugar en el panteón y en el altar familiar del pueblo de Otaki junto a padres y hermanas, entonces, finalmente, descansó en paz.

Homenaje a Kenichi Fujishiro ante el panteón familiar de Otaki por sus primos Fujishiro y su yonsei Karelia.

Ahora sus sansei continúan la labor de la abuela en las nuevas generaciones de los descendientes de Kenichi, más conocido como ‘Japón’, no importa si los nuevos miembros de la familia llevan o no el apellido Fujishiro, siempre habrá alguien que los identifique como de la familia de los “Fuji”, igual no importa que algunos recuerdos pudieran estar velados por la leyenda.

Kenichi Fujishiro tuvo que resolver toda su vida el Koan que plantea “Ata una cuerda alrededor del monte Fuji y tráelo”. Después de más de 100 años, mi abuelo desentrañó el fundamento primario de la adivinanza que va más allá del sentido literal de las palabras, nos la ha brindado de manera explícita al haber permitido nuestro encuentro con los orígenes, al ofrecernos su legado espiritual perdurable y vigente, como muestra de que el monte Fuji lo llevamos con nosotros, y su espíritu, iluminado, ha adquirido su estado más puro.

 

© 2020 Lidia Sánchez Fujishiro

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Acerca del Autor

Lidia Antonia Sánchez Fujishiro (Santiago de Cuba, 1946). Licenciada en Historia. Actualmente jubilada. Trabajó como profesora en la Universidad de Oriente y como Museóloga especialista en Didáctica Cultural en la Plaza de la Revolución “Mayor General Antonio Maceo” en la ciudad de Santiago de Cuba. Posee reconocimientos nacionales e internacionales como investigadora, divulgadora, docente y promotora cultural. En 2019 le fue conferida la Orden del Sol Naciente. Rayos de Plata por el Emperador del Japón. Es miembro de la Unión de Historiadores de Cuba, de la Asociación de Estudios Latinoamericanos y del Comité Gestor para una Asociación de descendientes japoneses en Cuba, como coordinadora de las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo.

Última actualización en junio de 2020

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