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El azul del cielo

Siempre que me sorprende el cielo con el tono azul, me llena de nostalgia. La envidia de los colores produce en mí el estado emocional de su color. Corregí mi mente para estar en los años de mi infancia y sentirme aliviado. El Cine Continental, detrás de mí y yo, en plena plazuela, sirviéndome del “Lingo”, el juego del salto y apoyo porque todo lo hacíamos de la mejor manera y con la intención de pasarla bien. 

Tal vez “El cielo azul” no se veía tan completo, pero el tono de un verano hacía de nuestro juego, la envidia de una infancia que, sin tenerlo todo, nos dejaba vivir felices.

Cuantas veces intento recordar cuando, a los tres años, en un viejo cajón, yo era el que llevaba el sublime encargo de pasear a mi hermana Juana. Y luego, como un vértigo, subía las gradas y me inclinaba hacia un catre, cogía las hojas de coca y me las llevaba a la boca. Sin duda, en plena chacra el azul del cielo era una muestra de que en el poco tiempo mi padre tendría la razón de su partida.

Antes de cumplir los ocho años ya tenía en mi mente el “El azul del cielo” sobre una lánguida playa que cubría la hermosa chacra de Carquín, en la serena ciudad de Huacho. La familia Matsumura existía en todos los rincones de la chacra. Fue entre 1947 y 1948, cuando trepaba la humanidad de mis ocho años, con el calor inmenso de una infancia con el arrullo de la obachan, que solo tenía atenciones a todos los que llegaban y se filtraban en su serena y apacible condición de familia. El misterio de una vida en el campo rodeada de una playa. Era la mejor sensación para nuestro grupo de niños traviesos llegados de la capital. 

“El azul del cielo” fue siempre para mí el Credo de mi vida. Y la estampa más amplia y grandiosa que la ciudad de Jauja me regaló por doce años de mi juventud. Llegar a los ocho años y vivir hasta los veinte fue toda una ceremonia de llenarme los ojos en cada momento de mi vida, con el amplio cielo de una quietud inigualable y el oscuro y sereno lugar de las noches que, colmadas de estrellas, algunas, simplemente se dejaban llevar por la eternidad en fuga. Y escupíamos al suelo porque de eso se trataba. Pedir un deseo y que la estrella fugaz nos lo concediera.

Bien decían que Jauja era para los enfermos y ahí estábamos uniendo nuestras vidas en pos de una salvación. Bendito el aire, el clima, la naturaleza y el tiempo en el que vivíamos como una sola familia. Y “El cielo azul” con su noble pergamino nos bautizaba cada mañana que la vida se hacía un paso más de grata vivencia y unión. El colorido de sus campos y sus senderos escondidos, la nostalgia de sus pájaros cantores y el arribo de una densa lluvia en coqueteo con el viento. “El cielo azul” luego se extendía y el paso de un radiante sol nos daba el aviso de que el clima de Jauja era para los enfermos de la tuberculosis el sano remedio de su triste malestar.

Bendecí mi vida con la igualdad de los cielos en las playas y acogiéndome al fruto marino de sus aguas. Bien tenía con la amistad de los pescadores el viaje de los sueños por cada rincón que el mar nos daba para batallar con los peces. En el siniestro anzuelo con su virtual carnada, que hacía la desigual batalla con los peces. De ahí salía en cada tarde el romántico bolero con el que Los Panchos nos endulzaban cada noche que el amor solía asomarnos desde el corazón. El bolero “El mar y el cielo” dice:

“El mar y el cielo se ven igual de azules y en la distancia parece que se unen, mejor es que recuerdes que el cielo es siempre cielo y que nunca, nunca, el mar lo alcanzará”.

Divina lección en no confundir las cosas, sobre todo en la playa, cuando a lo lejos el sol se va ocultando y finge unir el cielo con el mar.

El Estadio La Unión, más conocido como AELU, nos regala “El azul del cielo” de sorprendente belleza cada día que el cielo se encuentra despejado. Desde mi balcón de un noveno piso, las mañanas son de un diario ajetreo de carros por el ingreso de los alumnos del Colegio La Unión. El recuerdo de mis días de estudiante me hace volver a mis días en Jauja. El mismo apuro y el contagio de los compañeros. El patio grande y la reunión con nuestros uniformes color kaki y nuestras cristinas sobre la cabeza. El botón azul que indicaba a los alumnos de primaria y el rojo que era el de la secundaria.

Volver a aquellos años cuando los tinteros tenían la magia del color azul y rojo, y pocos el negro de la tinta china. Tenerlos en la mano era el suicidio de mancharnos los uniformes y más aún cuando la hora del recreo era la tentación de dejar una tarea no terminada. Llanto en la noche después del castigo diario.

“El azul del cielo” es la máxima expresión del AELU en una mañana de radiante sol. Sin nubes en el cielo ni vientos atolondrados. Y cada tarde, con la unión de los amigos, la vida tiende a facilitarnos la entrega total de una fiel amistad. La pereza se nos va del pensamiento y agitar el tiempo es recordar que los años no nos llegan a cansar. Ahí pensamos que el cuerpo necesita del deporte y que la vida es una sensación que hay que saber aprovechar. El AELU se llena de recuerdos por cada persona adulta que se dirige a nuestros pasos. Y en el mismo orgullo que nos hace sentir el campo deportivo. También nos recuerda a los clubes, dirigentes, atletas, jugadores y trabajadores que nos atendieron en todos estos años que fueron el encierro total de una pandemia que todavía tiende a regresar.

Paciencia es el tono de voz que nos recuerda a nuestros padres, quienes llegaron de un país lejano sin saber el idioma y nos dieron lo mejor que tuvieron para darnos la tranquilidad de la que hoy gozamos. Ellos, que solo tuvieron el trabajo diario en sus tiendas y sus oficios, nos recuerdan que la solidaridad, la honradez, el trabajo y el respeto es el fondo de la vida. Aquel cielo azul que siempre estará pendiente de nuestros sueños.

 

© 2022 Luis Iguchi Iguchi

Jauja memoria Perú
Acerca del Autor

Luis Iguchi Iguchi nació en Lima, en 1940. Fue colaborador de los diarios Perú Shimpo y Prensa Nikkei. También colaboró con las revistas Nikko, Superación, Puente y El Nisei. Fue presidente fundador del Club Nisei Jauja en 1958 y miembro fundador de la Compañía de Bomberos Jauja N° 1 en 1959. Falleció el 7 de noviembre de 2023.

Última actualización en diciembre de 2023

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