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1946: año nuevo en el campo de concentración de Crystal City

El fin de la guerra entre Japón y Estados Unidos en agosto de 1945 no trajo la libertad y la paz para todos los miles de inmigrantes japoneses que radicaban en diversos países de Latinoamérica. Particularmente aquellos que fueron trasladados de manera forzada a los campos de concentración en los Estados Unidos siguieron padeciendo el encierro. La guerra había terminado, su futuro permanecía incierto pues no sabían si serían repatriados a Japón o si se podrían regresar a los países en los que habían vivido la mayor parte de su vida y donde habían nacido sus hijos.

Ante el inicio de la guerra en diciembre de 1941, el gobierno norteamericano levantó con gran rapidez 10 campos de concentración y otras instalaciones para encerrar a 120 mil japoneses y sus descendientes que radicaban en los Estados Unidos. Como parte de esta medida, el gobierno norteamericano consideró además que los japoneses que radicaban en diversos países latinoamericanos eran “extremadamente peligrosos”, por lo que promovió que fueran concentrados en los Estados Unidos.

Ubicación de campos de concentración y otras instalaciones donde se concentró a japoneses en los Estados Unidos.

Bajo esta consideración, dos mil inmigrantes radicados en países latinoamericanos fueron enviados a los campos norteamericanos; sin embargo, los más afectados fueron los japoneses que radicaban en Perú pues más de 1,800 personas, entre ellas niños y mujeres, fueron prácticamente secuestrados y enviados en diversos buques a los Estados Unidos a partir de abril de 1942. El gobierno norteamericano fletó una embarcación, Etolin, que zarpó del puerto de El Callao con 141 personas de esa nacionalidad (12 de ellos eran funcionarios de la embajada de ese país en Lima). Los japoneses embarcados en este primer traslado eran varones pero posteriormente fueron enviadas sus esposas e hijos que de manera “voluntaria” solicitaron vivir en los campos norteamericanos para evitar que la familia estuviera separada.

Los primeros concentrados que procedieron de Perú fueron enviados a los campos Kenedy y Seagoville, ubicados en Texas. Al llegar sus familiares, el gobierno norteamericano abrió un nuevo campo ubicado en el poblado de Crystal City, al sur de la ciudad de San Antonio. En este campo se llegaron a concentrar más de cuatro mil personas, la gran mayoría japoneses, aunque también se enviaron alemanes e italianos procedentes igualmente de países latinoamericanos.

Foto panorámica del campo de Crystal City (Foto: Carroll Brincefield)

El campo era administrado y vigilado por las autoridades migratorias de los Estados Unidos, aunque los concentrados estaban organizados mediante diversas comisiones que se encargaban de resolver los problemas diarios en cuanto a vivienda, comida y salud.

Los japoneses, que tenían gran experiencia en actividades agrícolas, participaron activamente en el cultivo de diversos vegetales como jitomates, pimientos y betabel. Aquellos que tenían alguna profesión se convirtieron en maestros en las escuelas que se crearon para los niños y jóvenes. También hubo doctores y enfermeras que laboraron en el hospital del campo, lugar en el cual no sólo fueron atendidos los enfermos sino que también se recibieron a los bebés que nacieron durante la guerra.

Las mujeres por su parte también se involucraron en actividades económicas. Emprendieron un negocio de costura encargado de elaborar ropa de cama como edredones, sábanas y fundas para almohada. Además confeccionaron camisas y pantalones en una época en que estos productos tenían alta demanda debido a que la economía norteamericana puso sus mayores esfuerzos en la producción de materiales para la guerra. En general, cualquier otra actividad que se requería en Crystal City era pagada a 10 centavos de dólar por hora de trabajo.

Mujeres trabajando en el taller de costura de Crystal City. Photo: Densho Encyclopedia

A lo largo de la guerra las familias trataron de hacer su vida diaria de la mejor manera posible. En realidad Crystal City se constituyó en uno de los lugares donde las condiciones de encierro eran radicalmente mejores -de acuerdo a testimonios de los propios concentrados- comparadas con la de otros campos de concentración. Las familias y los niños realizaban actividades sociales y festejos que involucraban a los concentrados de Latinoamérica y de los propios Estados Unidos, el sentido de comunidad se logró expresar con gran fuerza y solidez en estos difíciles momentos.

A lo largo de los más de tres años de guerra algunos japoneses fueron intercambiados por prisioneros que Japón había capturado, por lo que en realidad los inmigrantes se convirtieron en rehenes de la misma. Ante la situación de encierro, muchos de los inmigrantes decidieron aceptar ser canjeados y dirigirse a Japón a pesar de que la mayor parte de su vida había transcurrido en otro país. A principios y fines del año de 1944, se realizaron dos intercambios importantes que sumaron un total de 1,260 japoneses-peruanos que de manera un tanto forzada decidieron regresar a Japón a bordo del barco de bandera sueca que se utilizó durante la guerra para realizar los intercambios de prisioneros, el Gripsholm.

Cuando se fue acercando el fin de la guerra en 1945, en Crystal City se albergaba una población de 3,374 internos, de los cuales 2,371 eran de origen japonés y el resto de origen alemán.

Para fines de 1945, a pesar de que la mayoría de campos de concentración y centros de detención fueron cerrados, el de Crystal City se mantuvo aún en funciones hasta el año de 1947. La situación legal de los concentrados en el campo no era muy clara debido a varias razones: en principio habían ingresado a los Estados Unidos como “extranjeros enemigos” de manera forzada, otros tenían la nacionalidad peruana e incluso algunos habían nacido en Estados Unidos. Los cerca de 400 internos que aún permanecieron en Crystal City provenían de Perú y se negaban a ser repatriados a Japón, sin saber cuál sería su destino final pues el gobierno peruano se negaba a aceptar su regreso.

Ofició de petición de aprovisionamiento de arroz a las autoridades del campo (National Archives and Records Administration, RG 85)

En estas condiciones los inmigrantes se prepararon para recibir el año nuevo de 1946 en la forma tradicional japonesa, cocinando un pastelillo de arroz cocido machacado con mazos de madera, omochi. La tradición de celebrar y preparar este alimento no sólo significaba esperar el año nuevo de una manera agradable, sino que brindaba la oportunidad de trabajar colectivamente en su preparación y de esta manera recibir un año más lo mejor unidos posible. 

No sabemos si las familias lograron realizar sus deseos de recibir el año nuevo preparando la comida tradicional japonesa, pero sin duda su esfuerzo y unión se mantuvo muchos años después pues en 1946 lograron salir en “libertad bajo palabra” 364 concentrados para laborar como trabajadores en la planta procesadora de alimentos, Seabrook Farm, en New Jersey. Ese fue el inicio de otra larga batalla con el propósito de que el gobierno norteamericano reconociera públicamente las graves violaciones de sus derechos humanos, lucha de la que hablaremos en otro momento.

 

© 2020 Sergio Hernandez Galindo

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Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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