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Rosita Urano: Una niña que vivió en el campo de Temixco durante la guerra

La Ex Hacienda de Temixco alberga actualmente uno de los parques acuáticos más reconocidos y populares en México. Los vestigios antiguos que todavía conserva, su parroquia y sus amplios jardines, hacen de la hacienda un lugar de particular belleza. Temixco (palabra de origen náhuatl que significa donde está la piedra del gato) se ubica muy cerca de la ciudad de Cuernavaca y tiene un promedio anual de temperatura de 20º C.

Sin embargo, este lugar paradisiaco, donde las flores nunca desaparecen, esconde una historia poco conocida y de gran importancia para la historia de México y de los emigrantes japoneses.

Parque Acuático Ex Hacienda de Temixco.

Al estallar la guerra entre Estados Unidos y Japón en diciembre de 1941, el gobierno norteamericano solicitó que todos los emigrantes provenientes de Japón y sus descendientes fueran alejados de la frontera y concentrados en las ciudades de México y Guadalajara con el propósito de vigilarlos de manera estrecha. A partir de enero de 1942, los emigrantes que vivían en los estados de Baja California, Sonora y Sinaloa fueron los primeros en recibir la instrucción de trasladarse a esas ciudades.

Los japoneses que ya radicaban en las ciudades de Guadalajara y México se organizaron y crearon el Kyoei-kai (Comité de Ayuda Mutua) con el propósito de recibir y apoyar a sus paisanos que empezaron a llegar de distintos puntos de la República a partir de enero de 1942. Además, el Comité fue autorizado por el gobierno mexicano para ser el interlocutor ante las autoridades y realizar todos los trámites necesarios que la etapa de guerra requería.

El Comité, en la ciudad de México, fue recibiendo a cada una de las familias y notificaba a la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS), que dependía de la Secretaría de Gobernación, el arribo y la dirección donde se establecería los concentrados. Los desplazados y sus familias se alojaron momentáneamente en las oficinas del propio Comité, ubicado en la calle de Sor Juana Inés de la Cruz, muy cerca del centro de la ciudad.

Una de las familias que llegó a la ciudad de México, en el mes de junio de 1942, fue la de la niña Rosita Urano. Ella y sus dos hermanos, Alejandrina y Filemón, procedían del estado de Veracruz. Su padre era un japonés, Yashiro Urano; su madre era mexicana, la señora María Hernandez.

Foto del pasaporte de Yashiro Urano. (Colección de la familia Urano)

Yashiro Urano, originario de la prefectura de Kumamoto, arribó a México en el año de 1927. Urano fue invitado a trabajar en una tienda de abarrotes, propiedad de uno de sus paisanos, establecida en el pequeño poblado de Santa Lucrecia, Veracruz. En este lugar fue donde se casó con María Hernández y donde nacieron, primero, Alejandrina en el año 1933, y Rosita dos años después.

Después de algunos años de trabajo en la tienda de abarrotes, la familia Urano se mudó a Las Choapas en el mismo estado de Veracruz. En este poblado, la empresa inglesa El Águila levantó un campo petrolero que aglutinó rápidamente a un grupo muy numerosos de trabajadores. Seguramente por esto, Yashiro decidió establecer su propio negocio de venta de frutas en ese sitio. En una carretilla, se trasladaba diariamente a las puertas del campo petrolero con una pesada carga de naranjas y otras frutas que, espolvoreadas con chile, hacían el deleite de los consumidores. También preparaba raspados (hielo triturado) que con un jarabe dulce de frutas, lograban calmar la sed y el calor de los trabajadores petroleros.

Al estallar la guerra, la familia Urano fue notificada por las autoridades para trasladarse a la ciudad de México, viaje que realizaron en tren desde el puerto de Coatzacoalcos. La estancia de los Urano en las oficinas del Kyoei-kai no se prolongaría mucho. Además de la oficina, el Comité acondicionó, en la misma casona de dos plantas, dormitorios provisionales que fueron insuficientes para los cientos de concentrados que llegaban. Ante esta situación, a mediados del año de 1942, el Comité decidió que era conveniente buscar un lugar donde los concentrados y sus familias no sólo vivieran, sino que pudieran trabajar para mantenerse de manera permanente.

Teiji Sekiguchi, Makoto Tsuji y Sanshiro Matsumoto fueron los comisionados para buscar un lugar con esas características. Los encargados se dirigieron a los estados de Michoacán y Guanajuato; sin embargo, optaron finalmente por comprar la Ex Hacienda de Temixco, en el estado de Morelos. Las condiciones de la misma eran las adecuadas para sembrar exitosamente arroz y verduras, tanto por su extensión de 250 hectáreas, como por la abundante cantidad de agua con la que contaba. El pago que se hizo a su propietario, el señor Alejandro Lacy Orcy, ascendió a 180 mil pesos; dinero que provino de los fondos que aportó la embajada de Japón al Kyoe-kai y de los propios que reunió el mismo Comité.

Los concentrados que no tuvieran los medios necesarios para conseguir una vivienda y un trabajo que les permitiera sobrevivir en la ciudad de México, decidieron trasladarse al Campo de Temixco. A pesar de estas circunstancias terribles, la llegada a Temixco para la pequeña Rosita Urano fue de su agrado. Probablemente era la exuberante vegetación y el calor de Temixco lo que le hacía recordar a la niña la tierra donde había nacido. Ella había cumplido siete años de edad en ese entonces pero lo recuerda vívidamente como si fuera ahora, a más de 75 años de haber sucedido.

Los niños de Temixco. (Archivo General de La Nación)

La familia Urano y cerca de 600 personas empezaron a trabajar afanosamente en la ex hacienda para establecerse lo mejor que pudieran. Lo más complicado fue construir los dormitorios donde todos ellos tendrían que vivir durante el tiempo que durara la guerra. Los mismos se construyeron con madera y se realizó una sección para familias y otra para varones que estaban solteros.

Los hombres en edad de trabajar, realizaban las labores del campo desde muy temprano, a las 4 de la mañana ya se encontraban en los sembradíos. El pago semanal por su trabajo era de 4 pesos. Para coordinar todas las actividades de la hacienda, el Kyoei-kai nombró a un administrado, el señor Takugoro Shibayama, quien vivió con su familia en este lugar hasta el fin de la guerra. A las afueras de la hacienda, la DIPS apostó a dos soldados de manera permanente quienes eran los encargados de resguardar la entrada.

En la hacienda se acondicionó también un comedor colectivo donde se servían las 3 comidas diarias. María, la madre de Rosita, junto con todas las mujeres se encargaban de cocinar los alimentos que, al estar listos, eran anunciados mediante el toque de una campana para que todos se reunieran a consumirlos. Las mujeres encargadas de estas labores trabajaban una semana y descansaba otra. María en la semana que no laboraba, comenta Doña Rosa Urano, se dedicaba, a las afueras de la hacienda, a vender raspados de sabores de frutas como tamarindo, limón y grosella.

En el Campo se instaló una escuela para los niños, donde un maestro japonés era el encargado de impartir los cursos para enseñar a leer y escribir a los niños más pequeños en el idioma de sus padres, así como lecciones de aritmética. A esta escuela, la hermana mayor de Rosita, asistía por las tardes, pues durante las mañanas ella era la encargada de cuidar a su hermano más pequeño. Rosita, en cambio, asistió a una escuela primaria pública ubicada a las afueras del Campo, las clases las tomaba por las mañanas y por las tardes, en la misma aprendió sus primeras letras.

Rosita Urano, junto con sus padres y su hermano menor en Jojutla, Morelos. (Colección familia Urano)

En el mes de mayo de 1944, Yashiro Urano solicitó permiso a las autoridades para trasladarse al pueblo de Jojutla, Morelos. El señor Arturo Kisaka, japonés naturalizado mexicano, le solicitó a Yashiro trabajar como capataz en su rancho que tenía en ese pueblo. A principios de agosto, la DIPS le autorizó salir de Temixco y empezar a radicar en ese lugar con toda su familia. 

La persecución de las comunidades japonesas no es muy conocida. La histeria que generó la guerra contra Japón, afectó severamente la vida no sólo de las comunidades japonesas, sino la de sus hijos, todos ellos ciudadanos mexicanos. En septiembre de este año, Doña Rosa Urano cumplirá 83 años de edad, aún no ha recibido alguna explicación convincente del por qué fue obligada a dejar su casa en Las Choapas y ser trasladada a la ciudad de México. El Estado Mexicano le debe sin duda una disculpa pública y el pago por la reparación de los daños que esta acción les causó a Doña Rosa Urano y a cientos de familias.

Doña Rosa Urano en su casa de Cuernavaca Morelos. (Colección de la familia Urano)

Por lo pronto, dar a conocer esta historia negra de México permitirá que estemos alerta, hoy en día, para que esta serie de violaciones de los derechos de miles de ciudadanos no se vuelvan a repetir.

 

© 2018 Sergio Hernández Galindo

guerra México Morelos Segunda Guerra Mundial Temixco
Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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