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El último adiós - Parte 1

Mi mamá y yo

Cuando falleció mi mamá, pasaba el tiempo pensando en ella, en lo que hice o no hice, en las cosas que se quedaron en “hubiera”, así que decidí que una forma de desfogar todo eso que había dentro de mí, que no dije, que no conté, que me lo guardé, era escribiéndolo. Lo escribí y tímidamente se lo pasé a algunos familiares y amigos. Casi nadie me contestó, pero mucho tiempo después, lo comprendí. Una de mis primas me dijo que me contestaba tiempo después porque era tal la tristeza que no podía parar de llorar, era tan doloroso para ellos como lo era para mí.

Pasaba el tiempo y veía que muchos nikkei en el Facebook compartían algunos artículos del sitio web Discover Nikkei que animaba para que escribieran historias alrededor de la comida nikkei y sobre nuestras raíces. Me animé a intentar escribir una historia sobre mi madre, siempre que veía un sata andagi, la recordaba. Fueron tantos recuerdos que escribí: “Sata andagi, como el de mi mamá….ninguno”. Lo escribí y lo tuve ahí, sin animarme a mandarlo. Mi esposa Jenny lo leyó y me animó a mandarlo, no le dije nada.

Mi hermana un día vino con unos sata andagi, a mí me encantan, pero antes de comerlos me digo: voy a tomar fotos de ellos, piden una foto para recrear el artículo. Esa noche frente a la computadora escribí un correo con el artículo y la foto, en realidad me pasé hasta la madrugada, sin decidirme, solo frente a la computadora. Tenía todo escrito, el correo para mandar y con el dedo en enviar. Me animaba y desanimaba, me atreví y empezó todo.

Mi madre fue una mujer que nunca la tuvo fácil, al igual que sus hermanos. Las mayores tuvieron que separarse para poder trabajar, al quedarse sin mamá y papá. Los menores con los tíos, pero ayudando en la chacra. En el camino encontraron personas muy buenas, algunos familiares, otros paisanos de sus padres de Yonabaru, en Okinawa; como voy describiendo en el artículo: “Mi mamá, un destino producto de la solidaridad nikkei”. Ahí resalto mucho la ayuda mutua entre los paisanos del sonji, que creó en ellos valores como apreciar la familia, un ejemplo de unión. Cada vez que había alguien que necesitaba ayuda, ahí estaban todos los hermanos.

Con el matrimonio vinieron los hijos, nosotros, con más problemas. La forma como fue enfrentando cada cosa en su vida, ahora ya casada lo cuento en “La mujer nikkei”, donde describo la fortaleza común en nuestras mujeres nikkei personalizada en mi madre, una mujer de menos de un metro y medio, pero con una fortaleza a prueba de todo, de lucha y empuje en los momentos más difíciles.

Este es el final de todas las historias que he escrito sobre mi madre y mi familia, han sido satisfactorias las muestras de cariño, mensajes, a pesar de que no soy un escritor y tampoco me considero así. Mi afán fue solo una terapia para dejar por escrito todo, para así cerrar las etapas de mi vida y verlo así, desde lejos, valorando a mis padres, a mis familiares, sabiendo que es importante de dónde venimos, nuestras raíces, orgulloso de todo lo pasado, bueno o malo, que ha servido para poder recordar todo con una sonrisa, para saber a dónde queremos ir.

Ritual okinawense para el funeral


LA OBACHAN

Parece mentira, en un solo día todo cambió en nuestras vidas, de golpe y sin quererlo, sin pensarlo, la vida sin ella. Desde hace cuatro años, cuando empezamos a vivir juntos, todo empezó a  girar alrededor de mi mamá. La llevamos con nosotros a su “nueva casa”, ella venía de un buen tiempo con una fuerte depresión, casi todo el día dormía, hacía sus cosas y luego se metía a la cama, creo que a todos nos costó adaptarnos.

Yo la veía casi todos los días, pero era diferente vivir con ella y mi hermana Susana y convivir con Jenny, mi esposa, y mis hijos: Mayumi y Akio. Pasamos momentos difíciles, especialmente con mi mamá y Akio, ambos eran ya como dos criaturas que se disputaban mi atención, hasta hubo un problema grave entre ambos, quizás un malentendido, algo que la hizo sentir a ella como una intrusa en la casa. Tuve que hablar fuerte con Akio, mi mamá venía con el autoestima baja, quizás sintiéndose relegada por años, creyendo que ya no era necesaria y quizás abandonándose.

Akio, a pesar de ser niño, tenía que sacrificarse y entender, pero poco a poco salimos de eso y se fueron adaptando todos, quizás fue el momento preciso que cambió nuestra suerte y todos pudimos vivir juntos y mejor. Poco a poco, con la adaptación se fue yendo la depresión, salíamos todos en familia, todo parecía bien, pero mi mamá durante años sufría en silencio y nunca decía nada de lo que le dolía. Todo para no preocuparme y no ocasionar gastos, pero de un momento a otro salieron todas las enfermedades, la mala alimentación, cosas que no debía comer, el consumo de muchos analgésicos y antiinflamatorios, la hipertensión.

El sobrepeso hizo que de un momento a otro todo saliera a la luz, una persona con insuficiencia renal (a un paso de diálisis), con fibrosis pulmonar (debido a que antiguamente cocinaban con leña), una arritmia en el corazón, además de tener osteoporosis  y artrosis, se volvió diabética a esa edad. Estuvimos tantos días en la clínica que esa ya parecía mi casa, dormía ahí y veía poco a los demás. Fue tal el susto que pensamos que ahí se nos iba, pero Dios nos dio un tiempo más.

Me acuerdo cuando la yuta Lidia me dijo: “te hago una pregunta: tú quieres que Kamisama (Dios) te dé a tu mamá a pesar de que un día despierte, te vea y te pregunte ¿quién eres? Eso es bien triste, o que quizás se vuelva violenta, si tú quieres tener a mamá todavía y que se alargue su vida, tienes que correr ese riesgo, puede ocurrir”.

Dentro de mi pensé que ella todavía no se podía ir, teníamos que darle aunque sea un poquito de felicidad, no se puede ir así triste, pensando que quizás nunca tuvo algo mejor, que su vida no valió la pena porque solo vino a sufrir desde niña. Cuántas veces en sus pensamientos a solas habrá querido ya irse, la yuta Lidia le dijo a Jenny: “tú que ya no tienes a tu mamá, piensa en ella como si fuese tuya”.

La verdad es que fue así, me acompañó en esta aventura de darle todo lo mejor para ella, sin importar nada, ni dinero, ni tiempo, a pesar de que en todo momento la sacrifiqué a ella, todo primero ha sido mi mamá y ella lo aceptó así, asumió su rol de hija, sin importar que no podíamos salir “porque la oba con quién se va a quedar, quién le va preparar su gohan, todos tenemos que comer igual sino la oba se va quedar mirando que comemos otra cosa; hay que llegar temprano porque la oba qué va comer, no podemos salir de viaje o un fin de semana porque la oba con quién se va quedar”.

Pero ella ha sido indesmayable, hasta yo perdía la paciencia, pero Jenny no. Se preocupó más que todos, sabía lo que tomaba, lo que debía o lo que no. Yo prefería que ella hable con el médico porque sabía absolutamente todo, hasta lo más mínimo, cuando le hacía una travesura, solo se reía y le decía “me está haciendo trampa”. Igual, la oba se reía. En ese sentido, la oba tuvo una hija más y no me puedo quejar, sino agradecer a Dios por darme una esposa así.

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© 2018 Roberto Oshiro Teruya

familias Perú
Acerca del Autor

Roberto Oshiro Teruya es peruano de 53 años, de tercera generación (sansei); las familias de sus padres, Seijo Oshiro y Shizue Teruya, procedían de Tomigusuku y Yonabaru, respectivamente, ambos en Okinawa. Reside en Lima, la capital del Perú, y se dedica al comercio, en un local de venta de ropa en el centro de la ciudad. Está casado con la señora Jenny Nakasone y tienen dos hijos, Mayumi (23) y Akio (14). Su interés es seguir conservando las costumbres inculcadas por sus abuelos, como la comida, el butsudan y que sus hijos las sigan conservando.

Última actualización en junho de 2017

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