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Sobre la comida y la identidad: el Año Nuevo de mi abuela

El Año Nuevo japonés fue una de las pocas tradiciones que acompañó a mis bisabuelos cuando, como muchos otros, dejaron el Japón por un mejor futuro en suelo americano. Mi abuela, la anfitriona de Año Nuevo elegida desde que tengo memoria, siempre empezaba sus preparativos con varios días de anticipación, así es que todos los años mis padres, mi hermano y yo conducíamos desde nuestro hogar en el condado de Orange hasta la casa de mi abuela en Los Ángeles para ayudarla en sus preparativos.

Desde que tengo memoria, el Año Nuevo era excitante, no solo por la deliciosa comida que podía comer, sino porque era uno de los únicos momentos en que verdaderamente me sentía japonés. Como americano japonés de cuarta generación que creció en una comunidad predominantemente no asiática, tenía raramente la oportunidad de comer comida japonesa, mucho menos de experimentar la cultura. Sin embargo, el Año Nuevo era una de las pocas veces en que mi familia y yo podíamos acercarnos a nuestro legado, aunque sea por un momento.

Los preparativos de mi abuela siempre empezaban con un viaje al mercado local japonés, con el objetivo de cocinar tantas comidas tradicionales como fuera posible, en lugar de solucionarlo con sushi pre elaborado o un set de bento. Caminando de un lado a otro por los pasillos me familiaricé con una infinidad de ingredientes japoneses que de otra manera rara vez en mi vida hubiera visto. Bolsas de hongossecos shitake, pilosas patatas sato imo, y largas raíces de gobo (bardana) iban a la carretilla de compras, junto con las huevas de pescado, el kamaboko y las pálidas y oblongas raíces de loto, por solo nombrar unos cuantos.

El segundo paso era siempre el sashimi. Aunque técnicamente no era un componente tradicional de Año Nuevo el sashimi de alguna manera u otra había terminado en los planes de Año Nuevo de mi abuela, y era una parte indispensable de la fiesta a venir. Claramente me acuerdo de las tempranas mañanas a bordo de su auto, aún medio dormido, dirigiéndonos al Pacific Fresh Fish de la calle 6 para recoger los cortes de tuna, hamachi (rubia) y tako (pulpo) para el sashimi. Una vez de regreso a casa, los pescados iban a la congeladora, mientras seguíamos con el resto de los preparativos.

Al más puro estilo asiático limpiábamos la casa de arriba abajo, desempolvando el piso hasta que brillase y eliminando de los patios delanteros y traseros todo el polvo y la suciedad acumulados durante el año. Mientras tanto, en la cocina mi abuela , ella tenía varias ollas hirviendo mientras ella picaba, pelaba y cortaba sobre una hilera de tablas de cocina montadas encima del mostrador de la cocina. De chico, probablemente la mayoría de las veces antes que ser de utilidad, yo estorbaba, pero a medida que iba creciendo mi abuela empezó a delegarme tareas una por una, lentamente introduciéndome más y más dentro del calculado caos que era la cocina el día anterior al Año Nuevo.

Había un platillo en particular que siempre destacaba -el sabazushi (sushi de caballa) de mi abuela. Una receta familiar legada por su madre que era la atracción central de la fiesta de Año Nuevo. Fue uno de los primeros platos que aprendí a hacer, pero también uno que demandaba mucho tiempo y que era difícil de realizar de forma correcta. Inclinado sobre los filetes de saba, arrancaba las espinas con una pinza hasta que estaba seguro de que mis dedos se me iban a desprender. Quitar la piel era otro reto total en sí, ya que el truco era pelarla sin dañar el distintivo colorido plateado y azul del saba. Casi siempre me salía mal y los que yo había preparado siempre podían ser diferenciados por las toscas mellas e incisiones a lo largo del brillo plateado y azul del saba.

El día de Año Nuevo siempre empezábamos con la sopa ozoni y el mochi a la parrilla, mientras pasaban el Desfile del Torneo de las Rosas en el televisor de la sala. Sin embargo, había poco tiempo para descansar, puesto que todavía había que cocinar. Contrariamente a la tradicional noción del osechi ryori (comida del Año Nuevo japonés), en la que se manifiesta que dichos platos deben ser preparados con antelación al día de Año Nuevo, nosotros por lo menos cocinábamos la mitad el mismo día. Habían dos freidoras afuera para el tempura de camarones, mientras que en la cocina mi abuela enfriaba las bandejas de arroz para el saba y el inari zushi, aún a la espera de que sean preparados. Mi madre cortaba sashimi en el mostrador de la cocina y usualmente había otro plato cocinándose en la hornilla, quizá kinpira (gobo aderezado) o kombu tsukudani (alga kombu cocida en salsa de soya) que por alguna razón habíamos olvidado el día anterior. Una subida anual de la adrenalina, nosotros nunca teníamos todo listo hasta que los primeros parientes cruzaban la puerta. A pesar de lo alborotado que era, la descarga de adrenalina siempre valía la pena.

Más atrevido y acogedor que cualquier otro osechi ryori, el Año Nuevo de mi abuela era verdaderamente un espectáculo a contemplar. A lo largo de su expandida mesa del comedor, los platos tradicionales que habíamos preparado los últimos días estaban servidos sobre bellas fuentes japonesas y acompañados por un sinfín de otros platillos traídos por los parientes. Wantanes, ensalada de patata y gelatina de siete colores confundidos con el kazunoko (huevas de arenque), kuri kinton (pure de castañas) y renkon sunomono (raíz de loto avinagrado) en un tentador y delicioso arreglo. De muchas maneras era un fiel reflejo de nuestra identidad americana japonesa, complementando elementos tradicionales japoneses con gusto y formalidad americanizada.

Volviendo al presente, y una vez más solo faltan unos pocos meses para que llegue el Año Nuevo. Sin embargo, con el paso del tiempo viene el cambio inevitable. Mi abuela ya no está más aquí, habiendo dejado este mundo hace unos pocos años, pero aun así muchos años muy pronto. Tampoco está la casa en donde pasamos décadas de celebraciones de Año Nuevo. Desde entonces mi madre ha asumido la tradición, pero cada año la pregunta de si habrá otro Año Nuevo flota ambiguamente en el ambiente, como si sin mi abuela se hubiera perdido el ancla que le daba propósito. Aunque mi madre todavía no se ha perdido ni un solo año, hay un fuerte contraste entre su punto de vista sobre el Año Nuevo, como una pérdida de tiempo, de esfuerzo y de dinero, y el de mi abuela, que lo veía como algo necesario e integrante; algo que era simplemente parte de lo que significaba ser americano japonés.

El Año Nuevo es cuando sentimos más profundamente la ausencia de mi abuela, y cada año que ella no está yo deseo más que nada oír el sonido de su voz, alta e invitadora, llamándome a unirme a ella en la cocina. Sin embargo, en su ausencia, también me he dado cuenta de lo que el Año Nuevo significaba para ella. No era solamente sobre nuevos comienzos o el desear buena suerte, aunque esa fuese la razón por la que cocinábamos muchas de las comidas. Para mi abuela el Año Nuevo japonés era más que una tradición, era una manera de unir a nuestra familia, de acortar las distancias y obligaciones que nos mantenían aparte, y sin nada más, de usar la modesta calidez de la comida y la familia para preservar nuestra identidad cultural en un mundo cada vez más exigente.

 

© 2018 Cody Uyeda

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Sobre esta serie

Las historias en la serie Crónicas Nikkei han explorado las diversas maneras en que los nikkei expresan su cultura única, ya sea a través de la comida, el idioma, la familia o la tradición. En esta oportunidad, estamos ahondando más a fondo, ¡hasta llegar a nuestras raíces!

Les pedimos historias desde mayo hasta septiembre de 2018. Todas las 35 historias (22 en inglés, 1 en japonés, 8 en español y 4 en portugués) que recibimos desde Argentina, Brasil, Canadá, Cuba, Japón, México, Perú y los Estados Unidos. 

En esta serie, le pedimos a nuestros Nima-kai votar por sus historias favoritas y a nuestro Comité Editorial elegir sus favoritas. En total, cuatro historias favoritas fueron elegidas.

Aquí estás las historias favoritas elegidas.

  Editorial Committee’s Selections:

  La elegida por Nima-Kai:

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Acerca del Autor

Cody Uyeda es un japonés americano de cuarta generación que vive en el Sur de California. Es bachiller en artes y tiene un doctorado en Derecho de la Universidad del Sur de California y tiene master de la Escuela de Posgrado en Educación de Harvard. En la actualidad, él realiza investigaciones en educación y en el ámbito de las organizaciones sin fines de lucro asiático americanas.

Última actualización en diciembre de 2022

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