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https://www.discovernikkei.org/es/journal/2018/1/19/7019/

Nuestra Historia de Amor

Nuestro matrimonio

Desde que empecé a escribir, todo ha sido sobre otras personas: de mi mamá, mi papá, de mí indirectamente, pero no he hablado de mi esposa, es por eso que me animé a escribir nuestra historia, cómo nos conocimos, el noviazgo, finalmente el matrimonio, los hijos. Nuestra historia es simple y común como la de cualquiera, sin dramatismos ni nada por el estilo, diferente al resto de peruanos, pero muy común entre los nikkei.

Desde muchos años atrás venimos arrastrando muchos prejuicios, lo más probable es que nuestros abuelos siempre tuvieron la idea de regresar a su país, siempre quisieron que sus descendientes se casaran con los de su misma raza, existió mucha discriminación, mucho sufrieron, las personas que se casaron con “no nikkei”, se hablaba de los “ainoko”, los hijos producto del mestizaje, término muy utilizado, que con el tiempo nos enteramos que es una palabra muy despectiva. Esta misma forma de pensar se escuchaba en muchos hogares nikkei, incluso algunos se casaron con sus paisanos del mismo lugar de donde eran originarios sus antepasados, muchos casados con familiares lejanos. Es por eso mismo que se fomentaba mucho las actividades de los sonjin, para que sus miembros aquí se puedan casar entre paisanos y conservar la raza.

En casa, mi mamá siempre decía que cada uno debería escoger su pareja, del origen que sea, de acuerdo a tus sentimientos, pero lo que decía es que uno lo debe meditar muy bien, porque al ser dos culturas totalmente opuestas, sus costumbres son diferentes, hasta los valores, la convivencia iba ser muy difícil, además de la relación con la nueva familia. En el fondo, seguro que ella quería que sea con nikkei, pero también sabía que si lo prohibía, uno siempre desea lo prohibido.

El antecedente era que los matrimonios antiguos, la mayoría eran pactados por los mayores, incluso con mi mamá, si bien es cierto no era tan estricto de esa manera, los presentaban. Si veían que había compatibilidad, se casaban, podían escoger, siempre con la supervisión de los mayores. Pero mi mamá quería lo mejor para sus hijos, que elijan libremente a su futura pareja. Le escuché reconocer en varias ocasiones que a veces ser nikkei no garantizaba nada porque, como en todo, existe todo tipo de personas y muchas veces un(a) perujin, era mucho mejor que un(a) nihonjin. Al final pienso y me rio, creo que pensaba que con cualquiera, como ya me estaba demorando para buscar pareja, con tal que me case y le dé nietos.

Mi esposa se llama Jenny, a ella la conocí por la universidad, aunque yo ya la había visto. Recuerdo la primera vez que la vi, esperaba afuera de un aula, para el cambio de turno, vi a una chica bajita y delgadita, con los ojos grandes para ser nikkei, pelo cortito, de una linda sonrisa que hacía hasta con los ojos. Era de la misma facultad de Ingeniería, ella en Industrial, yo en Electrónica. Me decía ¿cómo acercarme a ella? La veía a veces, pero cómo conocerla. Hasta que se dio. Me dijeron para ir a un paseo del CNES (Centro Nikkei de Estudios Superiores) a la Reserva Nacional de Lachay (en el distrito de Huacho, provincia de Huaura, en el departamento costero de Lima), un lugar en las afuera de la ciudad. Una amiga de mi hermana nos animó a ir, nos reunimos cerca de mi casa en la casa de la prima de nuestra amiga, varias personas esperábamos ahí, hasta que la veo llegar a ella, fue así que la conocí.

La vida da muchas vueltas, ambos estudiábamos en la misma universidad, a veces coincidíamos, ella vivía en la Hacienda San Agustín, perteneciente al Callao, eran terrenos agrícolas, sus padres se dedicaban a la agricultura, al igual que varios de sus hermanos, vivía muy lejos de donde estudiaba, eso era muy difícil para ella, la última de diez hermanos y la única mujer. También se tenía otro prejuicio en ese tiempo, muchos padres tenían la mentalidad de que lo mejor eran los negocios y que la universidad no nos iba a servir en la práctica, corroborado por la situación misma del país, la crisis económica, poca inversión de las empresas y una industria nacional muy protegida por el Estado, por lo que era ineficiente.

Muchos profesionales que salían de las universidades, pero que no encontraban trabajo, al final se dedicaban a otros oficios, muchos de ellos, haciendo taxi para sobrevivir. Jenny pudo convencer a sus padres para estudiar, quizás le favoreció ser la última, aunque no le favorecía ser mujer, también se tenía ese prejuicio, además de que varios de sus hermanos también estuvieron estudiando, pero al final abandonaron los estudios por algunos problemas, como el económico.

Nuestros encuentros eran en la universidad, en alguna fiesta organizada en el AELU (Asociación Estadio la Unión) o quizás en el local del AFO (Asociación Fraternal Okinawense), los Carnavalitos, las fiestas de Año Nuevo, pero poco a poco ya no coincidíamos, menos en la universidad, los horarios diferentes. Cada uno siguió un rumbo diferente, terminé la universidad y tuve que ir directamente a la tienda, mi hermana se fue a Nihon a trabajar, mis padres ya no iban a poder con la tienda, mi papá se sentía cada vez más inseguro. Tenía muchas discusiones con él, por cualquier cosa, a veces por mí, a veces por él. Tuve una conversación con mi papá por el destino de la tienda y lo que pensaba, ante el deseo de mi hermana mayor de irse a buscar un destino mejor como dekasegui.

Le aseguré que yo me iba encargar de todo y que no se preocupe, que yo siempre los iba a ver a los dos. A partir de ese día nuestras diferencias fueron disminuyendo, creo que a pesar de toda la mala situación económica que había, él se sintió más tranquilo, creía que yo también me iba ir a Japón y al parecer eso le daba miedo. Cuando me preguntaban si me iba a Nihon, siempre decía que por ahora no, hasta que aguante, no me gustaba decir: “nunca voy a ir a Nihon”, porque a todos los que escuché decir “nunca”, están allá, además yo tenía que cumplir con una promesa.

Mientras tanto Jenny también tenía el dilema de dejar la universidad e irse a Japón. Todos los jóvenes se iban, en la Hacienda iban quedando pocos jóvenes, pero a ella la ataba ver a sus padres, su papá era isei, ya en el pasado había tenido un derrame cerebral y tenía paralizado medio cuerpo, le compraron un carro para que a ella se le facilite ir a la universidad y pueda trasladar a su papá al médico y a sus terapias, también a su mamá.

Ambos seguimos nuestras vidas en forma separada, pero cargando el mismo prejuicio. Era muy difícil para muchos nikkei por ese motivo encontrar una pareja, tenía que ser nikkei, muchos se fueron a Nihon en busca de una vida mejor, quizás el amor también, y para los que nos quedamos se complicó más, recuerdo muy bien la frase: “el último en irse, que apague la luz”, en alusión a los pocos nikkei que quedamos. Cada uno por su lado conoció a otras personas, buscando, esperando a la persona adecuada.

Tenía un amigo en la universidad, que en realidad se convirtió en mi mejor amigo, hasta el día de hoy, él ha estado en todos los momentos más importantes en mi vida, buenos y especialmente en los malos. Cuando encuentras a uno verdadero, comprende muchas cosas sin que se las digas, él conocía a Jenny, años antes había conocido a la hermana de mi amigo en una academia pre universitaria, para luego encontrarla en la universidad.

Jenny para el matrimonio.

Coincidencia, ella estudiaba con Jenny, así que finalmente años después ellos hicieron todo para que nosotros coincidamos, dieron una ayudita al destino, el resto lo hicimos nosotros. Salimos, al mes éramos enamorados, al año nos comprometimos, al segundo año ya estábamos casados. La vida da muchas vueltas, durante tantos años para llegar al mismo lugar de inicio, quizás ese era nuestro destino, ya trazado. Ambos fuimos bien recibidos en la familia del otro, recuerdo que iba manejando el auto y se lo conté a mi mamá, se puso contenta, lo primero que me preguntó fue por su apellido, Nakasone, era nikkei, creo que respiró aliviada, ella se encargó de contarle a mi papá, igual la noticia fue recibida muy bien por mis futuros suegros, con el mismo alivio.

Tuvimos infinidad de salidas, en realidad más a comer, seguro eso es lo que más me gusta, ella siempre hablaba más que yo, la escuchaba, conocimos amigos de ambas partes, aunque los míos eran muy pocos, siempre me he considerado una persona muy solitaria. Nos comprometimos, en una reunión donde ambas familias se conocieron, mi padre tuvo que hablar para pedir la mano, todo en forma tradicional, se encontraba nervioso, al final no sé ni lo que dijo; los dejamos, no nos necesitaron a nosotros para que se puedan relacionar, siempre hay muchas cosas en común entre familias nikkeis, especialmente cuando mi papá conocía a mi suegra desde que vivían en la Hacienda Jesús del Valle, Huaral, provincia de Lima, eran vecinos en la chacra, pero se encontraban luego de muchos años.

Jenny era la última de diez hermanos y la única mujer, era un poco difícil caer bien a todos, además de conocer a cada uno de ellos y su respectiva familia, al principio se me hacía difícil el recordar a cada uno, esto se multiplicaba al relacionarme con la gente de la hacienda, es que allá todos eran como una familia, había varias actividades en común, como el “Día de la Familia”, que en realidad era la celebración del día de la madre y del padre en una. Se hacía un espectáculo completo con bailes, canciones, folklore peruano y japonés.

Jenny participaba en un grupo de baile de la hacienda llamado Asociación Folklórica Nikkei (AFONI), cuyo director era Luis Terao, que era profesor de folklore, al igual que sus hermanos, pero Luis vino a la hacienda. Su esposa Mita Nakamoto era también de San Agustín, de esa forma varios hemos sido adoptados como san agustinianos de corazón, distintas generaciones han pasado por el AFONI, hasta que poco a poco se fue diluyendo, cada vez había menos miembros, seguían su futuro en Japón como dekasegui.

Nos casamos y fuimos acogidos por mis suegros en su casa, lo que iba ser temporal, se alargó por muchos años más, hasta el final, además Jenny también tenía que ver por sus padres. Yo venía de una familia de cinco personas, relativamente chica, me iba a vivir con una familia mucha más grande, además que los vecinos que eran como una familia. A mí me parecía muy divertido, tenía varios sobrinos, que con el tiempo han sido como mis hijos también, había muchas personas con quien conversar, no te aburrías, siempre había algo que escuchar o contar. Nosotros vivíamos en la misma casa con mis suegros y dos de mis cuñados con sus respectivas familias, pero finalmente uno de ellos se fue a Japón con toda su familia, mis demás cuñados vivían en otros lugares.

Jenny cuando nació Mayumi.

Tuvimos a nuestra primera hija, Mayumi, ella se sumaba a mis demás sobrinos, cuando hay muchos niños en casa, es una alegría total, pero también bastante bulla, cuando se juntaban todos, parecía un colegio. Durante todos estos años vivimos muchas cosas buenas y otras no muy buenas, siempre recibimos el apoyo de mis suegros y de toda la familia en general. Mi suegra, Haruko, era una persona muy querida en la hacienda y muy conocida también fuera de ella, expresaba su cariño a los demás con la comida, es que cada vez que venía alguien, era recibido como un rey, ella se desvivía por atender a todo el que venía a casa, creo que algo muy común en las obá nikkei.

Preparaba tempura de cualquier cosa que se le ocurría, plátano, de cualquier verdura, hasta de goya, en ese tiempo no estaba acostumbrado a ella, por lo amargo; aprendí que el mejor sashimi era el de maguro, pero si no había, lo mejor era el bonito, pescado que antiguamente no era muy utilizado por ser un pescado oscuro y barato, pero muy bueno, ahora sabemos que muy nutritivo por los omega que tiene. Mi suegro se llamaba Saburo, en realidad Sanra, dicen que tiene la misma forma de escritura. Él vino del Japón, pero por cuestiones de la chacra y de la propiedad, se nacionalizó peruano. Lo malo fue que al inscribirlo leyeron Sanra y le pusieron Saura, imagínense  cuando mandaban los comunicados del colegio, le ponían Señora Saura, todo producto de la desidia de los que inscribían en ese tiempo, especialmente porque muchas veces no se sabía bien el idioma.

Pero la vida no es eterna, mi suegra falleció de un momento a otro, dejándonos una tristeza inmensa, yo lo sentí así, desde que la conocí ella me acogió tan bien que siempre me engreía, como ella lo sabía hacer, con la comida; se preocupaba por mí, pero no me lo decía a mí sino a Jenny. Me contaba todos los puchos de cigarros que había en el cenicero. Todas las noches le decía a mi esposa qué tanto fumaba, que seguro estaba preocupado, que me iba hacer daño. Había vivido junto a mi suegra solo seis años, pero sentí tanto su muerte, se fue tan de repente que a uno no lo deja ni hacerse de la idea, muchos se sorprendieron que sucediera así.

Mi suegra siempre nos decía que deberíamos tener otro hijo, que uno era ninguno, nosotros por lo económico siempre lo postergábamos. Por ella decidimos tener un hijo más, nos demoramos ocho años para tener otro hijo, decidimos afrontarlo todo, seguro que iba a alcanzar para uno más, así que vino Akio. Dicen que es idéntico a mí, trajo mucha felicidad a mi suegro, pero mucho más a mis padres, venía el hombre que seguiría con el apellido Oshiro. Pero esa felicidad se vio oscurecida por la inseguridad y los robos que había por la zona. En ese tiempo empezaron a asaltar las casas de la hacienda, todas las casas están alejadas unas de otras, es terreno agrícola y por la noche es todo muy oscuro, por más que grites en medio de la noche, nadie te va escuchar.

Fue así que una noche yo regresaba de trabajar, entré a la casa por el portón con mi carro y ya adentro, porque esperaron que yo llegara, entraron entre seis a ocho personas, nos asaltaron, estuvieron dos horas, algunos con la cara cubierta y otros no, se pasearon por toda la casa, todos armados, a nosotros nos juntaron en un pasadizo, menos a mi suegro, que no se podía movilizar por su enfermedad, así que a él lo tuvieron aparte, al igual que mi hijo Akio, que tenía solo meses de nacido. Estaba en su cuna durmiendo, a pesar de todo el ruido, porque voltearon hasta los colchones. Mi hijo no se levantó en ningún momento, gracias a Dios.

Pidieron que le demos todo lo que tengamos y que colaboráramos porque podrían hacer daño a los niños y al anciano. Se llevaron dinero y muchas cosas, nuestros aros de matrimonio, prácticamente se llevaron casi toda mi ropa, hasta mis zapatos y zapatillas, recuerdo que al día siguiente tuve que comprarme un par de zapatillas, porque solo me habían dejado unas viejas que estaban ahí. Creo que fue un trauma para todos, hasta muchos años después ese recuerdo es muy difícil de asimilar, creo que fue peor para mi suegro Saburo, que meses después falleció por un problema cardíaco, pero luego del asalto, seguro ya no fue el mismo.

Fueron momentos difíciles, que se juntaron unos tras otros, al año siguiente falleció mi padre, muchos problemas económicos, nos tuvimos que ajustar cada vez más, no sé cómo ha podido soportar todos estos años Jenny, un esposo que prácticamente trabajaba todos los días, que los hijos le reclamaban porque se perdía de todas las actuaciones en el colegio, de las reuniones de padres de familia, acompañarlos a sus actividades, verlos por la mañana temprano para llevarlos al colegio y en la noche encontrarlos ya dormidos, que para verlos un poco más se los llevaba los sábado y domingos a la tienda, para estar juntos un poco más de tiempo.

Jenny con mis hijos.

Mi esposa y yo tenemos una muy buena relación, pero es por ella, la verdad. Con ella aprendí muchas cosas, especialmente moldear mi personalidad y tratar de llegar a una madurez. Pienso que cuando uno encuentra a su pareja, no debe tratar de hacerla cambiar, está en cada uno cambiar lo que cree que está mal, es darse cuenta de ello y uno mismo hacerlo. Somos una pareja que tiene mucho en común, pero a la vez muchas cosas diferentes, venía de ser una persona muy callada, de guardarse todo, absolutamente todo, llenar y llenar esa mochila que vamos cargando, acumulando penas, inconformidad, decepciones sobre uno mismo y sobre los demás.

La gente como me ve cree que soy muy serio, todo lo contrario con ella, que siempre tiene una sonrisa para todos. Es llegar todos los días a casa recibido por una sonrisa de Jenny, a pesar de todos los problemas que puedan haber y los propios de ella en casa, pero siempre ha sido así, trata que sea así. Con ella aprendí que para pelear o discutir, deben de haber por lo menos dos personas, yo era muy reactivo o fosforito como podría decirse, así que me molesto muy rápido, ella siempre da un paso atrás, prefiere que grite y toda mi reacción, para luego decirme qué es lo que está mal o sus razones.

Sé que su carácter es así, que ella se recrimina porque a veces se aprovechan de ella, pero yo me doy cuenta que al gritar solo como tonto no consigo nada, después pienso que estaba mal, claro, en los dos está el cambiar por propia decisión, no tratar que la pareja sea como uno quiere que sea, no podemos cambiar a la fuerza. Pienso que amor es cada cosa que hemos pasado, el compartir un plato de arroz chaufa (arroz frito de la comida china) en un restaurante popular, como lo hacíamos cuando no había dinero, pero era el hecho de estar juntos, solos los dos, contándonos cada cosa que nos pasó, aislándonos de todos, de los hijos, de mis suegros, de toda la familia; darnos un espacio para nosotros o ir a un restaurante muy caro cuando se podía.

Con los años he cambiado un poco, con todos los golpes, caídas, decepciones, trato de no tomar todas las cosas tan en serio, no sé cómo me soporta mi esposa, muchas cosas las tomo a la broma, hasta mis hijos a veces dicen que parezco un chiquito. Jenny me sigue la corriente y mi hija dice: somos una familia disfuncional, en broma, porque los hijos se ponen más serios que los padres; pero a veces sigo reaccionando sin pensar, cómo quisiera ser proactivo, pero parece que eso es un estado muy irreal.

Hemos postergado muchas cosas, ella nunca reclama, quizás por eso yo abuso, por mis suegros, por mi papá cuando enfermó, por los hijos, siempre por los demás, hasta por mi mamá, que ella la cuidó hasta el final, sin decir nunca nada, sin reclamar, sin quejarse, haciendo su dieta todos los días, preocupándose que mi mamá no se sienta mal al comer diferente que los demás, privándose de muchas cosas por ella: salidas, diversiones, viajes, porque ella es así, piensa en los demás antes que en ella. Recién hace un par de años pudimos hacer un viaje, desde que nos casamos no habíamos viajado, era nuestra segunda luna de miel, por 21 años de casados, pero igual llevamos a nuestros hijos.

En nuestra segunda Luna de Miel, con nuestros hijos.

Le doy las gracias a ella por todo, por ser como es, ahora miramos hacia adelante, que nuestros hijos sean mejores que nosotros y de no cometer los mismos errores que nuestros padres y abuelos, aunque sabemos que ellos tienen que cometer sus propios errores para poder aprender. Queremos que ellos encuentren el amor con quien ellos elijan, sea nikkeis o no, nosotros no podemos influir en ellos, además que los tiempos cambian, pero que no se olviden de sus raíces nikkeis, que siempre se sientan orgullosos de serlo.

© 2018 Roberto Teruya Oshiro

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Acerca del Autor

Roberto Oshiro Teruya es peruano de 53 años, de tercera generación (sansei); las familias de sus padres, Seijo Oshiro y Shizue Teruya, procedían de Tomigusuku y Yonabaru, respectivamente, ambos en Okinawa. Reside en Lima, la capital del Perú, y se dedica al comercio, en un local de venta de ropa en el centro de la ciudad. Está casado con la señora Jenny Nakasone y tienen dos hijos, Mayumi (23) y Akio (14). Su interés es seguir conservando las costumbres inculcadas por sus abuelos, como la comida, el butsudan y que sus hijos las sigan conservando.

Última actualización en junho de 2017

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