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Las piñatas y las mantas mexicanas que se enviaron a Japón para apoyar a los damnificados del gran terremoto de 2011

La madrugada del 11 de marzo de 2011, Midori Suzuki no pudo dormir tranquilamente.  En la mañana de ese día, en la Asociación México Japonesa,  inauguraría una exposición de pintura denominada “Flor de Maguey” que ella había organizado en compañía de otras de sus colegas pintoras. Cuando logró conciliar el sueño, recibió una llamada de una amiga quien le informó que había ocurrido un gran terremoto en Japón. Totalmente dormida le contestó  sin pensar:

-¡No te preocupes¡ Ha de ser uno de los tantos sismos que son recurrentes en Japón –dijo rápidamente- y colgó de inmediato.

Midori Suzaki y su pintura.

Muy temprano, la hija de Midori la despertó con la laptop en mano y le mostró las imágenes del tsunami que el terrible terremoto de nueve grados había causado a todo lo largo de las costas de la región de Tohoku, al norte de Japón, lugar donde vivía su madre. Las imágenes hablaban más que miles de palabras, Suzuki quedó impactada, no podía creer lo que sus ojos veían al grado de que por un instante creyó que era sólo una pesadilla. De inmediato tomó el teléfono y llamó a su madre que vivía en la pequeña ciudad de Kesennuma, prefectura de Miyagi. Nadie contestó  del otro lado de la línea, tampoco funcionaron las llamadas que realizó a su hermana que vivía muy cerca de la casa de su  madre, ni las que realizó a varios amigos. Suzuki se dio cuenta que era inútil  tener noticias por esa vía.

Las imagines y las noticias llegaban a raudales por los diversos medios electrónicos, cubrían como tsunami todos los espacios de la televisión y la radio. En ese momento sintió una gran angustia y un enorme terror pues si bien su madre vivía en una parte alta de la ciudad, el departamento de su hermana se encontraba muy cerca del mar.

Midori Suzuki y su esposo Javier Farías durante la fiesta de casamiento en Japón en 1978. De pie, arriba de Suzuki, su madre   Shigeko; al lado derecho de su madre, su hermanos menores Kazuo y Makoto; en el extremo izquierdo, su padre Tsutou.

Sin probar bocado durante el desayuno, Suzuki se dirigió a la Casa de Cultura de la  Asociación para inaugurar la exposición de pintura que con meses de anticipación había preparado. Las pinturas estaban ya muy bien montadas para ser admiradas por el público que ya esperaba su apertura. Sin embargo, nadie hablaba de pinturas ni de nada más que del terremoto y del tsunami. Para angustia de todos los presentes, se empezó a conocer que a las calamidades que había causado el terremoto y posterior tsunami se sumaba otra más: el accidente de la planta nucleoeléctrica Fukushima Daiichi. Uno de los reactores había sido severamente dañado y los enfriadores de los demás reactores no funcionaban lo que orilló a que en ese primer instante fueran desplazados todos los habitantes que radicaban en el área próxima a los 20 kilómetros de la planta ante el peligro de la radiación nuclear.

Epicentro del terremoto

Al terminar la inauguración de la exposición de pinturas, los alumnos de  la profesora Suzuki y el público en general se le acercaron para darle palabras de aliento y esperanza. A pesar de esta enorme zozobra, lo único que se le atravesaba por su mente era la necesidad de apoyar a sus compatriotas. Suzuki y las expositoras tomaron la caja vacía de galletas que se habían compartido con los asistentes a la exposición y empezó a pedir el apoyo de los mismos; en unos cuantos instantes la caja era insuficiente para juntar los billetes y monedas que generosamente aportaron. ¡Seguramente esa fue una de las primeras donaciones de las miles que se enviaron desde México¡   

Los días que vinieron fueron muy difíciles pues seguía sin tener información de su madre y las noticias que llegaban eran poco esperanzadoras debido a que los daños causados por el terremoto y tsunami eran enormes. Miles de muertos y desaparecidos ya se habían contado hasta ese momento, pero Suzuki nunca se imaginó, como lo sabemos ahora, que la prefectura de Miyagi resultó la más afectada y que en total cerca de 20 mil personas murieron y que más de 400 mil edificios y casas fueron destruidos.

Barrio de Kawaguchi, Kesennuma.  

En las semanas posteriores al terremoto, casi cuatro y medio millones de personas estaban sin electricidad y un millón y medio sin agua, de acuerdo a la información de las autoridades japonesas. Los noticieros de la televisora estatal NHK trasmitían a lo largo del día y la noche, transmisiones que Suzuki no dejaba de escuchar. La pintora no encontraba consuelo alguno pues las malas noticias seguían llegando minuto a minuto. La radioactividad que la nucleoeléctrica de Fukushima desprendía, contaminó el agua y los alimentos de esa y otras prefecturas aledañas por lo que de pronto se dejaron de consumir.

Suzuki no concebía que los pueblos y las ciudades estuvieran destruidos como las imágenes mostraban a lo largo de las costas de las  tres prefecturas más afectadas de Tohoku (Iwate, Miyagi y Fukushima). Tampoco podía creer que el mar que le había brindado los más bellos paisajes de su niñez y su juventud, ahora fuera capaz de proporcionarle las imágenes más atroces de su querida ciudad de Kesennuma. Recordaba que en la época en que sus padres regresaron de Manchuria, al final de la Guerra del Pacífico y cuando en Japón el hambre era lo único que abundaba, ese mismo mar les proporcionó  alimento y trabajo. Siendo Midori una niña,  del mar provenían los manjares más deliciosos que haya probado: el pescado katsuo (bonito) y el erizo, además de una serie de algas como el nori, konbu, hijiki o wakame.  Por eso se negaba a creer que ahora el mar hubiera sido capaz de devorar muchos de los pueblos pesqueros de la región.

En las siguientes dos semanas, el servicio telefónico seguía sin funcionar y Suzuki no tenía contacto con su familia. El tiempo lo distribuía viendo las noticias y organizando eventos para apoyar a los damnificados de Japón que en ese momento no sólo eran los que sufrieron el embate de la fuerza telúrica del terremoto y de las enormes olas de 40 metros del tsunami, también estaban los más de 45 mil desplazados que radicaban en el perímetro circundante a los 30 kilómetros de la planta nucleoeléctrica.

A pesar del enorme sufrimiento que le causaba observar tanto dolor y destrucción en los noticieros de la televisión, no dejó de hacerlo pues esperaba tener alguna noticia de su madre y hermanos, o al menos saber sobre las condiciones del barrio donde vivían. Las televisoras además de las noticias, transmitían una serie de reportajes sobre la situación de los afectados en Kesennuma. En uno de esos programas, la reportera solicitaba  permiso para ingresar a las casas y desde ese ambiente más íntimo entrevistar a los sobrevivientes del terremoto-tsunami. Cuál sería  la sorpresa de Suzuki cuando vio a su madre de 85 años de edad, abrir la puerta de su casa e invitar a pasar a la reportera. No daba crédito de lo que sus ojos veían, gritó a su hija para que le corroborara que era su abuela y que se encontraba bien. Durante la transmisión del programa, también se enteró que la familia de su hermana menor Kazue estaba alojada con su madre debido a que su hogar fue cubierto por  el agua y el lodo.

Vista aérea de Kesennuma. En Takinoiri vivía la madre de Suzuki. El hogar de su hermana Kazue se localizaba muy cerca de la escuela primaria que fue habilitada como refugio de damnificados (Google Maps)

El saber que su familia había sobrevivido, le dio más fuerzas para continuar con la organización y el apoyo a los damnificados. No sólo la comunidad nikkei estaba muy involucrada en esas actividades, la solidaridad del pueblo mexicano hacia Japón se había desbordado. El hecho en particular de que jóvenes y niños de las escuelas secundarias aportaran lo poco que tenían para ayudar a sus compatriotas en desgracia, conmovió a Suzuki de manera muy especial y le dio ánimos para seguir pintando.

Suzuki se preguntaba cómo mostrar a los damnificados todo ese cariño y apoyo de México que el dinero no era capaz de hacer. En mayo, a dos meses del terremoto, viajó  a Japón, con ella llevó 12 mantas que pintó con flores y muñecas mexicanas en las que la gente escribió en español mensajes de cariño y aliento a los damnificados, mismos que fueron traducidos al japonés. A su llegada a Kesennuma, organizó visitas a varias escuelas primarias y a las oficinas del gobierno local donde se colocaron las mantas para  mostrar los mensajes de apoyo de los mexicanos a los estudiantes y a los ciudadanos de la prefectura de Miyagi. Una de las tantas frases de aliento que se escribieron en esas mantas decía: “En los peores momentos los mexicanos estamos con ustedes”.

Mantas de apoyo en la escuela primaria Kesennnuma

Además de las mantas, con la ayuda de una familia mexicana nikkei que vivía en Japón (los Takeda), elaboró piñatas mexicanas que los niños rompieron en las escuelas. El objetivo era explicar por un lado, las tradiciones y las historias de la emigración japonesa en México; por otro, que los alumnos compartieran la forma en que los niños mexicanos disfrutan de momentos de alegría y reciben algunos pequeños regalos. Suzuki  llevó a Japón no sólo los fondos económicos que miles de mexicanos donaron y que se entregaron directamente a los damnificados, mediante su arte logró transmitir la solidaridad y el cariño que México brindó a los japoneses en los momentos en que más lo necesitaban.   

Rompiendo las piñatas en la escuela primaria de Kesennuma 

© 2017 Sergio Hernández Galindo

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Sobre esta serie

En japonés, “kizuna” significa fuertes lazos emocionales.

Estas series comparten las reacciones y perspectivas de los Nikkeis tanto en forma individual y/o comunal en el Gran Terremoto de Tohoku Kanto ocurrido el 11 de marzo de 2011 y el tsunami como también otros impactos- esfuerzos de colaboración o cómo afectó lo sucedido y sus sentimientos hacia el Japón.

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Creemos que estas historias brindan consuelo a las víctimas en Japón y en el mundo, y esto resulta ser una cápsula de tiempo de reacciones y perspectivas de nuestra comunidad Nima-kai en el futuro.

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Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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