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Fiesta y Resistencia de la emigración japonesa en México: la celebración del shōgatsu

Los cientos de miles de emigrantes japoneses que llegaron a América apenas traían realmente lo más indispensable: un poco de ropa y algunas fotografías que les recordaran por siempre de dónde venían. Pero los emigrantes llegaron en cambio con una carga innumerable de tradiciones y costumbres que habían ido adquiriendo de su propia familia y de los pueblos de donde procedían. Aunque estuvieran a miles de kilómetros de sus lugares de nacimiento, como recuerdos indelebles, traían grabados los colores, sabores y olores de la comida y de las fiestas que celebraban en ocasiones especiales.

La festividad del año nuevo, shōgatsu, sin duda era y es una de las más importantes celebraciones de los japoneses. Para despedir el año, durante la noche vieja, ōmisoka, la cena familiar era el punto de unión que permitía degustar platillos especiales y recibir el año nuevo en un ambiente de alegría y solemnidad. Esta celebración que antiguamente se llevaba a cabo de acuerdo al calendario chino, durante, a partir de la era Meiji (1868-1912), se empezó a festejar justo el primero de enero con la adopción del calendario gregoriano en el año de 1873, fecha que coincidía con los festejos que en las sociedades americanas también lo celebraban de manera efusiva. 

En las primeras décadas del siglo XX, la mayoría de emigrantes eran hombres solteros que al enraizarse formaron familias y comunidades más amplias. Los festejos de año nuevo se fueron generalizando y constituyéndose en parte de la vida de los japoneses en América. Las festividades permitieron entonces que los emigrantes se cohesionaran y se unieran de manera más estrecha.

Antes de que estallara la guerra, las comunidades dispersas en distintos estados de la República -aunque no totalmente aisladas unas de otras- se organizaban en una serie de asociaciones por regiones. Estos gérmenes de organización les permitieron agruparse de manera más sólida durante la concentración en la capital de la República. Los lazos solidarios y de amistad se reforzaron y gracias a éstos, los enormes retos y dificultades que traería la guerra fueron afrontados de manera colectiva.

Al estallar la guerra en 1941, la concentración forzosa de los emigrantes japoneses y sus descendientes, ordenada por los gobiernos de muchos países americanos, representó una enorme tragedia para todas las familias de los emigrantes. En México, el gobierno los obligó a concentrarse en las ciudades de Guadalajara y México en enero de 1942. Sin recursos monetarios debido a que les fueron confiscados y sin sus fuentes de trabajo, la concentración en estas grandes ciudades significó el inicio de una nueva emigración.

La concentración también permitió un logro mayor: la creación de las distintas escuelas en los barrios de la ciudad de México donde se agruparon los emigrantes. Las escuelas de Tacuba, Tacubaya, Contreras y del centro de la ciudad lograron que no sólo los niños se educaran, sino que los padres se integraran y participaran colectivamente en las tareas que la organización de las mismas les demandaba. Al relacionarse y apoyarse mutuamente las familias, la guerra dejó un saldo positivo al fomentar con más fuerza los lazos y la organización comunitaria.

Padres de familia en Tlalpan reunidos para organizar la escuela de los niños (Colección de Sergio Hernández Galindo)

¿En ese ambiente de guerra habría algo que festejar a fines del año de 1942? Los grupos de emigrantes de los distintos barrios de la ciudad entendieron que era importante celebrar ese fin de año. Las comunidades esperaron la llegada del nuevo año preparando una gran variedad de guisos. Uno de ellos era el de fideos japoneses, el toshikoshi soba, palabras que podemos traducir como fideos para pasar el año.

Fideos para pasar el año, Toshikoshi soba (Foto: Wikipedia.com)  

Pero además de la soba se sirvieron otra serie de platillos. Tal vez el más popular era el tazón con caldode pollo o pescado caliente llamado ozouni al que se le agregaba un pedazo de mochi asado. El mochi se elaboraba con arroz cocido, que era machacado con un mazo de madera hasta que se convirtiera en una pasta que se moldeaba de diversas formas. También las familias comieron esta pasta de arroz asado con un guiso de frijol dulce denominado oshiruko. Los platillos tenían igualmente un significado simbólico, por ejemplo el comer fideos representaba el deseo de tener una larga vida llena de salud y prosperidad.

Ozouni (Foto: Wikipedia.com)
Oshiruko (Foto: Wikipedia.com)

Sin embargo, la importancia del año nuevo no sólo radicó en la comida que se lograba preparaba sino en los lazos que entrelazaban a todas las familias. Para la preparación de la comida, las mujeres se organizaron en los distintos barrios para elaborarla de manera colectiva desde días anteriores. En el primer día del año nuevo, los hombres salieron a visitar a los amigos en los distintos barrios de la ciudad para, en primer lugar, agradecerles sus atenciones a lo largo del año que terminaba y desearles lo mejor en el año que iniciaba. Los niños, engalanados con su uniforme de la escuela, asistieron a la misma para saludar a sus compañeros y cantar canciones acordes con el festejo de año nuevo.

Tamales de pollo con salsa verde cocido en hoja de maíz (Foto por Sergio Hernández Galindo)

Para recibir a los invitados que traían los mensajes de agradecimiento y buenos deseos, las familias también prepararon alimentos para compartirlos y convivir durante esos momentos. Para esta ocasión no sólo se degustaban los tradicionales platillos japoneses; las mujeres prepararon guisos mexicanos que habían aprendido a cocinar en los lugares donde radicaban. Los tradicionales tamales mexicanos (preparados con harina de maíz con un guiso de carne de res o pollo en salsa de chile roja o verde) fueron compartidos en esa ocasión, así como otra serie de comidas típicas más como el pozole o la pancita.

El festejo de año nuevo de esa forma unió las tradiciones culturales mexicana y japonesa. En el barrio de Contreras, al sur de la ciudad de México, donde se agrupaba un núcleo importante de emigrantes, se empezó a convertir en una tradición que una de las familias más conocidas debido al cultivo de los crisantemos, los Katagiri, recibiera a sus invitados con comida mexicana. Los niños también eran agasajados con las tradicionales piñatas mexicanas (ollas de barro cubiertas bellamente con papeles multicolores) que se rompían para que salieran frutos de la estación como caña de azúcar, tejocotes, limas, naranjas y dulces con que eran rellenadas.

Mural del pintor Diego Rivera representando la quiebra de “piñatas”. Hospital Infantil de México 1953. (Foto por josephbergen, Flickr.com)

Debemos de recordar igualmente, que la gran mayoría de los emigrantes al llegar a México usaron un nombre en castellano que les permitía comunicarse mejor con las poblaciones locales. Al formar familias, los japoneses empezaron a bautizar a sus hijos y los introdujeron en la religión católica sin por eso dejar sus creencias budistas y sintoístas. Como parte de esta tradición católica, en la noche vieja asistían a la llamada “misa de gallo” en las iglesias católicas, celebración con la que se recordaba el nacimiento de Jesús.

Como nos podemos dar cuenta, los festejos y tradiciones que conservaban los emigrantes y que reprodujeron en América, incorporando las costumbres mexicanas, crearon una especie de coraza que les permitió enfrentar de manera festiva las dificultades que la guerra y la persecución les presentaron.


*Agradezco la colaboración que me brindaron para elaborar este artículo Miyuki Sakai, Take Nakamura, René Tanaka, René Nakamura y la familia Katagiri.

 

© 2016 Sergio Hernández Galindo

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Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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