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Diario de una chica “hapa” loca y judoka

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No se suponía que las artes marciales serían una parte de mi vida. El plan para mí era concentrarme en el colegio y obtener buenas notas. Pero mi papá le pidió a mi hermano menor que aprendiese judo cuando él tenía cinco años de edad y yo me puse celosa. Le pregunté a mi padre si podía unírmele. Él dijo que yo podía hacerlo, pero con la condición de que  permaneciera en el judo hasta conseguir un cinturón negro. Ahora, debo mencionar que mi padre era un sensei de judo y era estricto en cuanto a no tener ningún desertor en su familia. Yo prontamente acepté las condiciones de mi padre e ingresé al judo cuando tenía siete años de edad.

Siendo una chica en judo, traté de probar mis límites y ver a dónde pertenecía. En una de las prácticas mi sensei trajo una vara de kendo (esgrima japonesa). Él nos dijo a todos nosotros que corriéramos y si nosotros éramos lentos, él nos pegaría con la vara. Yo sonreí de manera afectada mientras él decía esto porque sabía que no sería golpeada ya que era una niña. Uno a uno, los niños eran golpeados con la vara lo que me hacía sonreír y feliz de que yo no fuera un chico. Yo trotaba despreocupadamente y repentinamente fui impactada en la espalda por la vara. Estaba en shock. ¡¿Cómo pudo golpearme mi sensei?! Entonces me di cuenta de que si yo quería ser tratada al igual que los otros chicos en el judo, eso también significaba que yo iba a ser castigada de la misma manera que ellos.

Cuando yo tenía 10 años, empecé a percatarme de que estaba siendo juzgada por otros por ser mestiza y ser una niña. Yo estaba siendo hostigada en la escuela por otra chica “hapa” que era china y caucásica. Ella decía que yo era demasiado japonesa y asiática. A ella no le gustaba que yo pasara el tiempo con las chicas asiáticas y ella me acusaba de estar avergonzada de ser mexicana. Pero yo noté que ella estaba celosa porque no era aceptada por las chicas asiáticas. Nuestra disputa eventualmente condujo a mi primera y única pelea física cuando nosotras nos dábamos tirones de los cabellos a través del patio de la escuela durante la clase de educación física.

Un día, después de la práctica,  los chicos me rodearon de manera que nadie más pudiera ver, y mi hermano entró al círculo para darme un puñetazo en el estómago. Todos los chicos se rieron y en seguida se escaparon mientras yo les gritaba. Yo sabía que los chicos habían presionado a mi hermano para que me golpeara porque si cualquier otro chico me golpeaba, yo podía traerles problemas. Los chicos del judo se mofaban de mí por ser “demasiado americana”. Ellos decían que yo no podía ser considerada japonesa como ellos por la forma como mis padres me habían criado, que yo no hablaba japonés, y porque era mestiza. Porque era una niña, decían ellos, yo nunca sería tan buena como ellos en judo. Después de ese momento, me puse muy colérica. Estaba cansada de que la gente se burlara de mí por ser mestiza, por ser una niña, y en algunos casos “demasiado americana” y en otros casos “demasiado japonesa”. Yo solo estaba tratando de ser yo misma.

¿Cómo podría yo ganar el respeto de los chicos y que ellos dejaran de molestarme? Mi padre siempre me apoyo, me decía que yo era hermosa, y me incentivaba a ser una mujer fuerte. Pero yo sabía que en esta situación, no podía recurrir a mi papá. Estaba temerosa de mostrar señales de debilidad ante mi padre. Asimismo, yo no quería acudir a mi madre. Me imaginaba que ella sugeriría que me expresara y yo estaba preocupada de que ella les gritara a ellos o hablase con sus madres. Estaba avergonzada de la manera brusca de hablar de mi madre y de su estilo de comunicación directa, tan diferente de la manera japonesa. Para mí esa forma no funcionaba en la comunidad japonesa. En cambio, yo decidí mi propio plan de venganza.

Mi venganza era conseguir el primer puesto en el torneo navideño anual de nuestro “dojo” (gimnasio).  Por lo general, el torneo navideño es un certamen amistoso donde solo compiten los miembros de nuestro dojo. Pero tal como yo lo veía, este torneo interno de judo era mi única oportunidad de competir contra los chicos. Tradicionalmente, mujeres y hombres no luchan entre sí en los torneos de judo. Si yo pudiera ganarles a los chicos en este torneo, me ganaría el respeto que merecía, no solamente de los chicos, sino también el de sus padres. Si los chicos y sus padres pensaban que las chicas eran más débiles que los chicos, entonces yo iba a enseñarles a todos ellos, humillando a los chicos al vencerlos en frente de todas las familias y de nuestros instructores. Yo también quería humillar a sus padres, observando a sus hijos perder ante una chica.

Yo tenía una misión. Ideé un estricto plan de entrenamiento para alcanzar mi meta, ya que sabía que necesitaba practicar el doble que los chicos. Yo practiqué en mi dojo los lunes y los viernes. Los martes y los miércoles yo visitaba otros dos dojos. Yo jugaba baloncesto todos los días en la escuela, además jugaba con mi equipo de baloncesto los fines de semana. Si yo tenía tiempo libre, levantaba pesas, corría o patinaba alrededor de  mi vecindario. Todos los días, mi cólera hacia los chicos del judo me motivaba a continuar entrenando. Cuando sea que practicaba lanzando a alguien o entrenaba para el certamen, me visualizaba derrotando a cada uno de los chicos.

El torneo navideño llegó finalmente. Cambiaron las posiciones de los asientos, colocándolos sobre los estrados, desde donde los padres podían dominar con la vista la plataforma de judo. Justo como lo había pensado, me pusieron con los chicos de mi edad. Yo derribé a uno de los chicos y escuché a las madres conmocionadas al tiempo que hacían ruido y murmuraban entre ellas entre el gentío. Uno de los sensei se mofó del chico por haber sido lanzado por mí, una chica. Yo secretamente esbocé una pequeña sonrisa para mi misma, pero enseguida traté de mostrarme como seria, humilde y compuesta. Mi plan estaba funcionando a medida que continuaba ganando cada contienda.

Mi última contienda, por supuesto,  tenía que ser con Shozo, por el primer y el segundo puesto. Shozo era el líder de la argolla del grupo de chicos, el que era el más malo conmigo, y también el mejor combatiente de judo. Ésta era finalmente mi oportunidad de demostrarles a todos que yo era la mejor. Me alenté a mi misma y luego subí a la plataforma. Hice mi mejor esfuerzo pero él me derribó y siguió con una llave inmovilizadora para ganar la lid. Terminé en el segundo puesto. Yo podía ver las caras desilusionadas de los otros chicos a los que había derrotado y, por lo tanto, yo estaba feliz.

Mi hermano y yo

Posteriormente, los sensei otorgaron los premios anuales para las diferentes personas del dojo, como “El más inspirado” o “El de mayor progreso”. Yo había estado tan concentrada en derrotar a los chicos que realmente no me preocupé por recibir algún premio. Pero entonces el Sensei Mike empezó a hablar sobre el premio final: el premio Kawai Sensei. El premio Kawai Sensei es el premio más codiciado del dojo, otorgado al mejor practicante que encarna el espíritu del judo y del dojo. A diferencia de los otros premios en los que se daba un trofeo, éste era una placa que llevaba el nombre del premiado y permanecía en exhibición en el dojo.

A medida que el Sensei Mike empezó a describir a la persona que recibiría este premio, yo me preguntaba si él estaba hablando de mí. Mis mejillas empezaron a acalorarse, y yo trataba de mirar el suelo. Entonces él dijo que había sido una decisión unánime la de darme el premio Kawai Sensei. Él dijo mi nombre y yo corrí a él, hice una reverencia, tomé la placa y estreché las manos de todos los sensei. Estaba asombrada. ¿Cómo pasó que yo, la tímida, torpe chica “hapa” obtuviera el premio más anhelado del dojo entero?

* * * * *

Como lo había prometido, yo permanecí en el judo y actualmente tengo un cinturón negro de cuarto grado. He competido y me he colocado en varios torneos estatales, nacionales juveniles y olímpicos juveniles.

Foto familiar. De izquierda a derecha: Yo, papá, mamá, hermana y hermano.

Cuando reflexiono sobre ese momento de mi vida cuando era “la niña hapa loca y judoka”, yo sentía que tenía que probar algo. Quería mostrarles a todas las familias del dojo que yo encajaba y pertenecía allí, que yo no era inferior por ser de raza mixta o una niña. Con el tiempo, mis identidades de ser loca, hapa y una niña se fueron desvaneciendo al tiempo que yo me concentraba en convertirme en una judoka, una atleta de judo. Yo podría haber continuado estando furiosa con los niños, las madres, los sensei, de hecho, furiosa con el mundo entero. Pero yo conservo una importante lección que me dio uno de mis sensei. Le molestaban los judokas que al ganar un torneo se lo acreditaban a ellos solos, diciendo que “yo” hice todo esto por mí mismo para merecer esta medalla. Mi sensei me dijo que nosotros no ganamos solamente por nuestro propios meritos sino por todo el apoyo que recibimos de nuestros sensei, nuestros compañeros de judo y nuestras familias.

Esos niños del judo me dieron la motivación para entrenar y ser una mejor judoka. Ellos fueron los que me ayudaron, incluso traduciendo el japonés al inglés para mí cuando había sensei que solo hablaban japonés. Todos mis mentores y sensei de judo han sido hombres. Yo sé que ellos  emplearon su tiempo y energía en mí, muchos de ellos pasándome sus secretos y habilidades. Las familias se afanaban en cuidarme, desde alimentarme en los torneos hasta llevarme en carro a las prácticas. Yo conservo un verdadero sentimiento de gratitud hacia los chicos, mis sensei y las familias del judo que me ayudaron a dar forma a la mujer que soy hoy en día. Estar en el judo me ha enseñado el verdadero sentido de la palabra “comunidad”, y del porqué me siento alentada a continuar involucrada y retribuir a la comunidad japonesa.

 

© 2013 Chanda Ishisaka

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Sobre esta serie

El ser nikkei es inherentemente una situación de tradiciones y culturas mezcladas. Para muchas de las comunidades y las familias nikkei alrededor del mundo no es inusual usar tanto palillos como tenedores, mezclar palabras japonesas con el español, o celebrar la cuenta regresiva de la víspera del Año Nuevo con champaña y el Oshogatsu con ozoni y otras tradiciones japonesas.

Discover Nikkei actualmente está acogiendo historias que exploran como los “nikkei” alrededor del mundo perciben y experimentan el ser multirraciales, multinacionales, multilingües, y multigeneracionales.

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Acerca del Autor

Chanda Ishisaka nació y creció en Monterey Park, California, situado en el condado de Los Ángeles. Ella es una mestiza yonsei, japonesa de cuarta generación y americana-mexicana. Ha vivido en Seattle, Washington durante seis años, en donde participó con entusiasmo con la comunidad japonesa y fue parte del Comité de Planificación de las Peregrinaciones a Minidoka para organizar la peregrinación anual al antiguo campo de encarcelamiento Minidoka de la segunda guerra mundial ubicado en Idaho. Actualmente vive en el condado de Orange, California.

Última actualización en noviembre de 2014

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