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Crystal City, 70 años después: Recuerdos de guerra - Parte 1

Son un amasijo de sentimientos. Están satisfechos, por supuesto. También sorprendidos, porque el desagravio presidencial1 fue inesperado, pensaban que a estas alturas de sus vidas jamás se materializaría. Pero a la vez sienten pena porque tardó demasiado y sus padres ya partieron.

Crystal City se llevó un pedazo de sus infancias, marcándolos por el resto de sus vidas. Hace casi 70 años les robaron la libertad. Fueron arrancados del Perú e implantados en Estados Unidos, como si fuesen vegetales y no seres humanos.

El gobierno del Perú deportó a 1.771 familias japonesas a EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Tras su finalización, la inmensa mayoría viajó a Japón o se quedó en Norteamérica. Poquísimos pudieron volver. Entre ellos, las hermanas Yuriko y Miyoko Mishima, y los hermanos Humberto, Teresa y Carmen Tochio Villanueva.

DESTINOS UNIDOS

La familia Tochio Villanueva tenía un bazar en la calle Mercaderes, en Arequipa, al sur del Perú, cuando el gobierno peruano inició la cacería de japoneses para deportarlos. Primero se llevaron al papá, a fines de 1942. “De un momento a otro separan a un padre de su familia, ¿cómo es posible eso siendo inocente? Igualito hicieron con todos”, alza la voz doña Teresa, indignada.

Foto: Archivo personal de Carmen Tochio.

Cuando Estados Unidos anunció que las familias de los deportados podían unírseles, la mamá decidió dejar el negocio en manos de su hermana. Tomó a sus tres hijos (Humberto, Teresa y Mary; Carmen nacería después) y juntos viajaron al Callao, de donde zarparon rumbo a Texas, al campo de concentración de Crystal City. Era 1943.

En el mismo barco iban también las hermanas Mishima con sus padres. En ese viaje entrelazaron sus destinos para siempre.

“Cuando estábamos yendo para el Canal de Panamá, nos dijeron que no podíamos hacer bulla, que nos podía caer un bombazo. Entonces nos dieron salvavidas. A mi mamá le dieron cuatro, para cada uno de los niños y para ella”, narra doña Teresa.

Sin embargo, su mamá tenía que cuidar a los tres pequeños y no se daba abasto. Justo ahí apareció una mano providencial. “Miyo-chan y Yuri-chan (Miyoko y Yuriko Mishima) estaban con su mamá, entonces ella le dice a mi mamá –la voz se le quiebra–  ‘señora, yo le agarro a la bebé’. Entonces ella me agarró a mí”, añade. El recuerdo le pertenecía a su madre, pero ahora es suyo.

La familia Mishima era propietaria de tres tiendas y vivía en San Isidro (Lima). La guerra los despojó de todo, salvo de su casa. También fueron víctimas del saqueo de mayo de 1940.

Cuando fueron deportados, Yuriko y Miyoko Mishima tenían 11 y 9 años respectivamente. Los Tochio Villanueva eran un poco menores: Humberto tenía 6 años y Teresa 8 meses. Carmen nació en Crystal City.

LA VIDA EN CRYSTAL CITY

Los cinco eran demasiado pequeños para tener plena conciencia del horror de la guerra. Para ellos Crystal City era su barrio. Allí estudiaban y jugaban, y aparentemente no hacían una vida diferente de la de cualquier niño libre. Comprendían que su libertad no era irrestricta, pues había unos cercos que no podían franquear, pero tenían espacio suficiente para hacer una vida “normal”. Ya de grandes pudieron asimilar a cabalidad la tragedia que significó la guerra.

Ninguno recuerda haber sufrido o sido testigo de maltratos por parte de soldados estadounidenses. “Para qué, los americanos nos han tratado bien, a las mujeres las respetaban bastante”, asegura doña Yuriko.

Solo hubo un incidente, relatado por el padre de Humberto, Teresa y Carmen. Ocurrió cuando los deportados aún estaban solos en el campo. Un japonés, desesperado por no tener consigo a su familia, se echó a correr para huir. Cuando los soldados iban a dispararle, Tochio-san gritó varias veces “Crazy!” para que supieran que el pobre hombre había enloquecido. Los norteamericanos bajaron sus armas y redujeron al japonés sin perforarlo a balazos. Tochio-san le había salvado la vida.

En Crystal City las necesidades materiales estaban cubiertas. “Todos los días abríamos la puerta y había dos botellas de leche”, recuerda Teresa. “Teníamos refrigeradora y cocina, víveres, alimentación, ropa y estudio”, complementa Yuriko.

“Dentro del campo éramos libres, los americanos no se metían”, añade. Los pequeños recibían clases de japonés e inglés. Los papás no necesitaban trabajar, pero lo hacían para mantenerse en actividad. Recibían diez centavos por hora de jornal.

Asimismo, tenían colegio, hospital, peluquería, mercado y lavandería. Consumían miso2 y shoyu3 de Hawái. Se dedicaban a actividades deportivas o recreativas: béisbol, sumo, natación, kendo, tenis, básquet, ikebana, repostería, etc. Celebraban undokai4, concursos de oratoria, conciertos –sobre todo de música japonesa y clásica–, comedias teatrales e incluso shows de baile hawaiano y huayno.

Los niños practicaban sumo en el campo de concentración. (Foto: Archivo personal de Yuriko Mishima).

En el campo también había alemanes, italianos y japoneses procedentes de Estados Unidos, pero cada grupo hacía su vida aparte. “Vivíamos una vida independiente”, afirma doña Teresa. Sin embargo, recuerdan que los issei afincados en Norteamérica les aconsejaban: “Hay que portarse bien, estar unidos y no va a pasar nada”.

Cada familia ocupaba una casa. Los japoneses de Estados Unidos tenían las más grandes y disponían de baño propio. Los del Perú tenían que compartirlo.

Doña Yuriko forjó sus amistades más sólidas en Crystal City. “Tengo recuerdos bonitos. Nosotros todavía éramos adolescentes. Estudiábamos, después del colegio nos íbamos a la piscina o a la biblioteca, siempre estábamos juntos. Éramos como una familia. No nos faltaba nada, era bonito para nosotros”, rememora.

“Felizmente que en el campo nos han tratado bien, quizá por eso no sentimos rencor”, complementa doña Teresa.

La vida en Crystal City se hizo más llevadera porque las familias permanecieron unidas. No eran libres, pero se tenían unos a otros. El amor los acorazó.

Parte 2 >>

Notas:

1. El pasado 14 de junio de 2011 el entonces presidente Alan García pidió perdón a la colectividad nikkei del Perú por la deportación de miles de japoneses y sus descendientes a EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial. 
2. Pasta hecha a base de soja
3. Salsa de soja
4. Festival deportivo

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 58, julio 2011 y adaptado para Discover Nikkei.

© 2011 Asociación Peruano Japonesa; © 2011 Fotos: Asociación Peruano Japonesa / Álvaro Uematsu

campo de internamiento de Crystal City campos de la Segunda Guerra Mundial campos del Departamento de Justicia Estados Unidos Perú Segunda Guerra Mundial Texas
Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009


La Asociación Peruano Japonesa (APJ) es una institución sin fines de lucro que congrega y representa a los ciudadanos japoneses residentes en el Perú y a sus descendientes, así como a sus instituciones.

Última actualización en mayo de 2009

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