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Mi familia y los colegios nikkei. La educación en los años cincuenta

“Dicen que cuando entré al colegio Santa Beatriz no hablaba español, solo japonés”, me cuenta mi tío Noboru, mientras se acaricia una pierna lastimada y regresa sesenta años en su memoria. El mismo ejercicio, tal vez impertinente, que le pido a mi tía Ritzuko y mi madre Fumiko. Mi familia parecía haber nacido adulta, pues es la primera vez que hablamos de su pasado. De pronto resulta que tuvieron niñez y fueron a la escuela, cuando ser nikkei era otra cosa.

El Santa Beatriz tenía hasta primaria, estudiaban doble turno con pausa para almorzar, y en verano tenían clases en las mañanas para reforzar el año anterior. Noboru –estoy feliz de tutear a mi familia en este artículo– no tiene ninguna foto del colegio, pero hace memoria detallada del local en la calle León Velarde, que sigue allí.

“Éramos pocos alumnos, unos 24 por grado, por eso estudiábamos hombres y mujeres, lo que era raro en esa época”. Eso me cuenta Noboru, categórico y serio como siempre, pero alcanzo a ver emoción en los movimientos rápidos de su mano, esa que no demuestra en reuniones y que también le veo por primera vez. ¿Se emocionaba así de niño?

Aunque hoy la tendencia sería reforzar las costumbres japonesas, eran otros tiempos. Era más bien integrarse a una sociedad distinta. Por ello, las clases eran en español, y apenas se enseñaba inglés. ¿Por qué habría de enseñarse japonés si era lengua materna, la que hablaban en los recreos? “Yo estudié con dos chicas que no eran nikkei. No había ninguna diferencia en el trato con ellas, todos éramos muy amigos”, me revela mi tía Ritzuko. La verdad, tengo algunas dudas, y le pregunto:

–¿Cómo hacían ellos si ustedes hablaban en japonés?  

–Aprendían, pues. Y también enseñaban. Mi amiga Radishi, que venía de Huánuco, nos enseñó palabras en quechua.

Me parece oír a una pequeña que da explicaciones, como si otra vez Ritzuko tuviera siete años. Con esa alegría infantil cambia de ánimos y, alegre, me cuenta de lo bonito que era el comedor, “porque ahí almorzábamos, no regresábamos a nuestras casas como en otros colegios, y la comida era criolla, a veces una que otra cosita japonesa”. Habla rápido, más cuando recuerda “la calidez en el trato que les daba el director Temoche, nos castigaba a veces, pero siempre nos decía por qué, siempre nos enseñaba con cariño”, dice.

Promoción 1950 del colegio Santa Beatriz a la que perteneció Ritzuko Sameshima. (Foto: Tomada del Libro de Oro “Jishuryo” 1928 – 1978).

Interculturalidad desde la entrada

El Santa Beatriz en los años cincuenta todavía tenía mucho de japonés, desde los cinco minutos de ejercicio diario antes de entrar a clases, “a ritmo de gimnasia, guiados siempre por alguno de los estudiantes”, explica Noboru. ¿Vi o imaginé que movió los brazos, la cintura, como repitiendo esos ejercicios infantiles?

Era un aprendizaje desde lo más elemental, como cuando se aprende un oficio con un maestro. “Los alumnos nos organizábamos para limpiar los patios, los baños, borrar la pizarra”, sigue contando Noboru. También participaban en escenarios de expresión libre, “todos subíamos al escenario a hacer algo, cualquier cosa, cantar, bailar, recitar, y todos teníamos que salir. Si uno no sabía, aprendía”, añade Ritzuko.

Sé que los dos eran grandes deportistas, Ritzuko como armadora de vóley y Noboru como arquero en el club Leoncio Prado. Hoy, sedentarios, no me dan más detalles de los undokai, grandes festivales deportivos. ¿Modestia? ¿O no eran tan buenos deportistas como alguna vez escuché?

Hay un último detalle que los enternece a ambos: “Si estudiábamos bien, nos llevaban a la playa”, recuerda Ritzuko. “Una vez fuimos de paseo a Huampaní”, rememora Noboru. Sí, fueron niños, disfrutaban de estas excursiones, “con nuestro obento íbamos”, dice uno de ellos, no recuerdo quién.

Cuando terminaron la primaria, Noboru fue a la Gran Unidad Escolar Melitón Carvajal, y Ritzuko al Liceo Comercial. Los dos aseguran que no sintieron mayores diferencias.

–Éramos cinco nikkei que parábamos en patota, aunque también con otros chicos. Siempre hay alguno que te quiere agarrar de punto, pero si te defiendes no pasa nada –cuenta Noboru.

–La mayoría del Santa Beatriz iba luego al Liceo, éramos cuatro o cinco, entre hombres y mujeres, y nos llevábamos bien con todos –concuerda Ritzuko.

Estoy seguro de que no fueron víctimas de bullying ni nada parecido, pero me sigue intrigando la mención de sus grupos de nikkei. No insisto en el tema, siguen siendo mis tíos.

Local del colegio Santa Beatriz. (Foto: Tomada del Libro de Oro “Jishuryo” 1928 – 1978).

La que llegó tarde

Mi madre no estudió en el Santa Beatriz porque sus hermanos “iban a la escuela acompañados de vecinos, pero cuando me tocó ir al colegio no había quién me llevara”, dice. Por eso estudió en la Escuela Fiscal Cristóbal Colón, cuadra 17 del jirón Washington, a dos cuadras de la florería de mi obaachan Fumie.

Si mi madre hubiera nacido antes habría estudiado la secundaria en el Lima Nikko. El asunto es que este fue expropiado en 1942, como muchas propiedades de japoneses. Mi madre estudió en el mismo local, pero ya convertido en la Gran Unidad Escolar Teresa González de Fanning.

Así, mi madre es compañera de aulas de Gerardo Maruy, el padre Manuel Kato o el general Yamagawa, porque fueron las mismas aulas, solo que más de una década después, cuando el colegio ya era solo para mujeres. Quedaban los pabellones de madera y la cancha de béisbol, aunque ya no se practicara ese deporte. Las partes de cemento sí fueron construcción del gobierno de Odría, como marcando una diferencia de épocas, que se sintetizaban en el espíritu del nuevo colegio.

Pero no había ninguna placa que diera cuenta del Lima Nikko, ni lo decían los profesores. “Yo sabía de su historia porque en casa me dijeron que iba a estudiar en un colegio que fue expropiado en la época de la guerra, así repetía mi papá”, dice mi madre (me cuesta tutearla a ella), añorando a mi ojiichan Seichi.

–¿Te hubiera gustado estudiar en un colegio para japoneses? –le pregunto.

–No, porque en esos años sentíamos orgullo de estudiar en una gran unidad escolar. Había que dar examen para ingresar, y cuando una estudiaba en un colegio particular se decía que eran vagas –comenta mi madre los prejuicios de la época.

–¿Y te sentías discriminada?

–No, yo en la calle me sentía peruana. En la casa me sentía japonesa, por el ojiichan –sí mamá, lo extrañas. Yo también, aunque no lo conocí.

Siento que faltan en esta crónica las palabras de quienes decidieron la educación de mi madre y mis tíos: mi ojiichan y mi obaachan. Ya no están en este lado de la vida y quedará en el misterio por qué eligieron un colegio japonés o no. Solo sé que las añoranzas de mi familia los convirtieron en escolares de nuevo, en niños que recuerdan a sus padres, para mi sorpresa y alegría.

* * *

Cronología educativa

La Escuela Lima (Lima Nikko) fue fundada en 1920 en Jesús María y fue la primera con autorización del Ministerio de Educación de Japón en toda América Latina. Fue el colegio limeño más grande de su tiempo, y llegó a albergar hasta 1.800 estudiantes. Fue expropiado en 1942. En 1952 se convirtió en la Gran Unidad Escolar Teresa González de Fanning dentro del plan de desarrollo del presidente Manuel A. Odría.

El colegio Santa Beatriz (Jishuryo) fue fundado en 1928 en la casa del señor Jaime Kishi, trasladándose en 1930 al local de la calle León Velarde. Durante la Segunda Guerra Mundial su director, Motozo Nonomiya, fue deportado a Japón, pero el colegio sobrevivió a la expropiación y aún funciona como Centro de Educación Inicial.

A sugerencia del cónsul del Japón Iwamura Zenzi, los directivos de la escuela Santa Beatriz y la Asociación Estadio La Unión deciden construir un colegio en el mismo estadio, en el jirón Paracas, en Pueblo Libre. En 1971, el colegio inicia sus clases con 41 alumnos y hoy es uno de los más importantes de Lima.

En el primer puerto también hay colegios nikkei. En 1926 se fundó el Callao Nihonjin Shougakkou, llamado José Gálvez Egúsquiza. Este se fusionaría luego con el Minato Gakuen.

 

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 71, y adaptado para Discover Nikkei.

© 2012 Asociación Peruano Japonesa

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About the Authors

Miguel Ángel Vallejo Sameshima. Bacharel em Letras pela Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima. Diretor da revista literária Altazor e editor de Cultura do jornal El Diario de hoy. É autor da série de romances infantis La elefanta Flor. Professor da Universidade Católica Sedes Sapientae. Foi co-organizador do colóquio Lo cholo no Peru, organizado pela Biblioteca Nacional do Peru, e editor dos livros do referido evento.

Última atualização em julho de 2013


A Associação Peruano Japonesa (APJ) é uma organização sem fins lucrativos que reúne e representa os cidadãos japoneses residentes no Peru e seus descendentes, como também as suas instituições.

Atualizado em maio de 2009

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