Mi padre llegó desde Oriente a Argentina, en la primera década del siglo XX.
En esos tiempos, Japón no se destacaba como la potencia mundial que es ahora. Él era un inmigrante pobre, huyendo de un país en guerra permanente, expansionista, dominado por los señores feudales que ignoraban a las clases bajas. Será por eso que se enamoró tan espontáneamente de nuestro país, tan generoso y, aún en esas épocas, tan abierto a la inmigración.
Cuando mi padre se casó con mi madre, descendiente de i…