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A 125 años de la primera inmigración japonesa a México: el alma de las relaciones entre México y Japón - Parte 2

Lea parte 1 >>

Del fin de la guerra a la creación del Liceo Mexicano Japonés 1977

La reanudación de las relaciones entre México y Japón en el año de 1952, que habían sido rotas en 1942, permitió una nueva oleada de inmigrantes provenientes de Japón. No sólo regresaron hijos de inmigrantes que habían nacido en México y que quedaron atrapados en Japón durante la guerra, también lo hicieron nuevos inmigrantes que fueron invitados por sus familiares o amigos para buscar un mejor futuro ante la destrucción casi total de su país. Esta nueva ola de inmigrantes era diferente a la de obreros y agricultores que habían llegado en la primera mitad del siglo XX debido a que se componía de trabajadores calificados, técnicos, profesionistas, artistas o estudiantes. A esta nueva etapa de la inmigración japonesa y a la situación de los que ya estaban establecidos antes de la guerra me referiré en las siguientes líneas.

Entrada de la exposición Las Artes de México en el Museo Nacional (Periódico Yomiuri).

Como parte de la reanudación de las relaciones diplomáticas en 1952 y del Acuerdo de Intercambio Cultural firmado en 1954, ambos gobiernos acordaron realizar en el año de 1955 una gran exposición que se denominó Las artes de México (Mekishiko dai bijutsu-ten). Esta magna muestra se presentó en el Museo Nacional Tokio y puso a la vista del pueblo japonés las maravillas del arte y la historia de México. La presentación causó un gran interés en el público asistente y, de manera particular, impactó a un grupo de artistas y estudiosos que decidieron trasladarse a México.

La gran exposición, en efecto, dio a conocer de manera masiva al arte mexicano; sin embargo, fue el pintor Tamiji Kitagawa (1894-1989) el que había difundido años antes la escuela mexicana de pintura mediante sus obras y escritos. Kitagawa había llegado a México en el año de 1921 y, a lo largo de 15 años de estancia, adquirió un estilo propio marcado por la influencia del movimiento muralista mexicano. El artista japonés fue el encargado de dirigir las escuelas de pintura para niños al aire libre de Tlalpan y Taxco por lo que logró conocer de manera muy cercana a los pueblos indígenas, vivencia que lo marcaría a lo largo de toda su vida. A su regreso a Japón en el año de 1936, Kitagawa intentó poner en práctica lo aprendido en ese México profundo, pero desgraciadamente el ambiente de guerra que prevalecía en su país le impidió realizar su trabajo con niños japoneses. Sin embargo, la experiencia que vivió en México la plasmó en el libro que escribió en japonés, Mi juventud en México: 15 años con los Indígenas (メキシコの青春:十五年をインディアンと共に). La fuerza, el estilo e influencia del arte y del pueblo mexicano quedaron plasmados en sus pinturas y atrajeron vigorosamente el interés del público japonés sobre ese país.

Pintura de Kitagawa Velorio en Taxco, 1937 (Museo de Arte de Shizuoka)

Aunado a la reanudación de las relaciones, la música popular mexicana ya se escuchaba en Japón. El trío Los Panchos dio a conocer la música romántica mexicana que cautivó al pueblo japonés de inmediato. La popularidad del trío llevó a que sus interpretaciones fueran traducidas y cantadas por ellos mismos en japonés. Su éxito fue tan importante que una de las más populares canciones japonesas, Sakura sakura, fue grabada con el estilo y las guitarras de este trío mexicano.

Portada de un disco en japonés del trío Los Panchos.

A finales de la década de 1950, bajo este impulso y popularidad de la cultura mexicana, Kojin Toneyana (1921-1994), Taro Okamoto (1911-1996) y Shinzaburo Takeda fueron de los primeros artistas que iniciaron una intensa relación con los muralistas mexicanos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y con un hijo de un inmigrante japonés que se convertiría en uno de los pintores más importantes en las décadas posteriores: Luis Nishizawa del cual hablo más adelante.

Esos artistas japoneses buscaban nuevas formas de expresión que la cultura europeizante, dominante en Japón, no les brindaba. En México lograron encontrar un ambiente creativo que les permitió irrumpir con sus novedosas creaciones, fruto de culturas “orientales” propias en que se enraízan México y Japón. A su muerte, parte de las cenizas de Toneyama fueron esparcidas en las ruinas mayas de la zona arqueológica de Palenque debido al gran amor que sentía por México. Okamoto dejó en Tokio un importante mural que pintó en México, El mito del mañana. Tal vez la frase más significativa que muestra el amalgamiento que encontraron estos artistas con la cultura mexicana es la que irónicamente expresó Okamoto: “¡Este país es imperdonable…me imita desde hace miles de años!”

Mural El mito del mañana, estación del metro Shibuya en Tokio (Página electrónica del Museo Okamoto).

Otra joven interesada en la cultura mexicana fue Atsuko Tanabe. La estudiante llegó a México en 1956 para especializarse en literatura mexicana en la UNAM. Al correr de los años, junto con su esposo Ryoshiro Baba, se convirtieron en los más importantes divulgadores de la cultura y la literatura japonesa mediante la revista Japónica, publicada de 1983 a 1993. A Tanabe, junto con otros, le debemos las primeras traducciones al español de importantes escritores japoneses que fueron editadas en varias antologías del cuento japonés. Tanabe no dejó de dar a conocer la cultura japonesa en México y la mexicana en su país de nacimiento como profesora de El Colegio de la Frontera Norte, hasta su muerte en Tijuana en el año 2000.

No se puede dejar de mencionar, en el campo de la literatura y el teatro, a un inmigrante que dejaría una honda huella en el teatro mexicano en este periodo: Seki Sano (1905-1966). Seki Sano, a la edad de 26 años, se vio obligado a salir de Japón al ser perseguido por el gobierno japonés por sus convicciones comunistas. A partir de ese entonces, Sano tuvo que realizar un largo periplo que lo llevaría a la Unión Soviética y otros países hasta que finalmente, sin encontrar un país que lo recibiera, el gobierno de Lázaro Cárdenas le brindó la posibilidad de realizar su trabajo creativo en México. Sano desplegaría desde el primer día de su llegada en 1939 hasta su muerte en México una intensa labor de formación actoral al introducir el método de Stanislavski, aprendido en la Unión Soviética. En 1940 participó en su primera obra como director escénico en el Palacio de Bellas Artes: La coronela. En las siguientes décadas, montaría y dirigiría las más importantes obras de teatro que lo harían acreedor al reconocimiento de actores y de recibir el premio como mejor director teatral en diversos años.  

Para las comunidades japonesas ya instaladas en México, el fin de la guerra significó una luz al final del túnel al dar por concluida la persecución. Las autoridades permitieron a los que se encontraban concentrados, regresar a los lugares donde se habían asentado originalmente; sin embargo, la gran mayoría decidió quedarse en las ciudades de Guadalajara y México. Las pequeñas tiendas de abarrotes, de dulces, ferreterías, papelerías, restaurantes y estudios fotográficos que habían abierto se consolidaron debido al ambiente de crecimiento económico que trajo la posguerra. Pero además, el prestigio, reconocimiento y arraigo que lograron estas familias en los barrios donde vivían significó su integración plena al país que los había recibido. Algo muy importante fue que sus hijos ingresaron a escuelas y universidades públicas lo que permitió que la segunda generación de japoneses se profesionalizara. Las décadas de 1950 y 1960 fueron testigo de la graduación de gran cantidad de médicos, dentistas, biólogos, ingenieros y técnicos. Era tal el número de estudiantes de origen japonés en la Facultad de Odontología de la UNAM que los estudiantes eran conocidos como la “sección amarilla”, definición que no implicaba un ánimo racista o xenófobo sino que más bien hacía referencia a la guía telefónica denominada Sección Amarilla que era un grueso libro de más de mil páginas. De esta facultad egresaron y fueron docentes durante casi 50 años los doctores Graciela Abe y José Ozawa.

Maria Elena Ota (1931-2000), por recordar otro caso, fue una de las niñas concentradas que al correr de los años ingresó a la Universidad Nacional. Ya con un título de maestría en historia, Ota ingresó como profesora en el Colegio de México y publicó el libro más importante sobre la historia de los inmigrantes: Siete migraciones japonesas en México.

Luis Nishizawa (1918-2014) fue otro hijo de inmigrantes que estudió en la Universidad Nacional. Además de ser profesor emérito que formó a centenas de estudiantes en esa profesión, destacó como pintor tanto a nivel nacional como internacional. Nishizawa es el único pintor mexicano que ha pintado un mural en Japón en el que refleja claramente las influencias culturales de ambos países.

Mural El espíritu creador siempre se renueva por (Fugetsu ennen) que se encuentra en la estación de Keisei Ueno en Tokio.  

La Asociación México-Japonesa en 1959. Este edificio original es el que aún se mantiene en la actualidad

La formación de la Asociación México Japonesa en 1956 coronó esta etapa de reinserción y prestigio de los inmigrantes y sus descendientes en México. La asociación fue fruto de diversas organizaciones previas que los inmigrantes crearon desde antes y durante la guerra misma. Además de esa asociación, que se encuentra en la ciudad de México, existen las de Ensenada, Tijuana, San Luis Potosí, Mazatlán, Monterrey, Acacoyagua, entre otras, que siguen desempeñando un papel importante en la relación entre México y Japón. Sus actividades y festivales llegan a congregan a miles de personas interesadas en el estudio de la lengua y de la cultura japonesa.

La etapa acelerada de crecimiento económica de Japón en la década de 1960 también fue otro factor que potenció el prestigio y consolidación económica de los inmigrantes y el acercamiento entre ambos países debido a la inversión creciente de empresas niponas en México como la Nissan, productora de uno de los autos más populares y vendidos en México: el Datsun. Esta relación económica generó un interés mutuo para conectar ambas culturas; la comunidad japonesa en México se convirtió en un piso de apoyo importante para la instalación de miles de empresas japonesas que se han ubicado en México hasta nuestros días.

Cartel de la película Ánimas Trujano.

No sólo por esta razón la imagen de Japón y los japoneses empezó a ser común para los mexicanos. En 1961, el actor mundialmente conocido, Toshiro Mifune, llegó a Oaxaca para interpretar a un indígena en la película Ánimas Trujano dirigida por el director Ismael Rodríguez. Mifune, al lado de la actriz Columba Domínguez, tuvieron gran éxito y la película fue nominada a los premios Óscar. El hijo de una familia de inmigrantes, Luis Kasuga, fue el traductor del actor a lo largo de la filmación y de su estancia en México.

Ya que menciono a Luis Kasuga es necesario señalar que los padres y los hermanos de ese joven también eran los dueños de una pequeña fábrica productora de juguetes inflables, Industrias Kay. Esta empresa fue la que elaboró, durante las Olimpiadas de México en 1968, los enormes aros olímpicos que se elevaron por el cielo durante la inauguración de los juegos en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria.      

En esa misma década empezaron a llegar estudiantes y docentes de Japón. Michiko Tanaka fue de las primeras estudiantes japonesas formadas en el Colegio de México. Como profesora en esa institución ha formado a cientos de estudiantes especialistas en Japón, tanto de México como de América Latina. Tanaka lleva ya más de 50 años en sus labores como docente en el Colegio y es un pilar fundamental en su Centro de Estudios de Asia y África. La profesora Yoshie Awaihara, en esa institución, y Yumiko Hoshino, en la Universidad Nacional, son las más reconocidas especialistas en la enseñanza y en la elaboración de programas del idioma japonés para hispanohablantes desde hace más de cuatro décadas. La profesora Kazuko Hozumi, quien llegó a México en la década de 1970, es igualmente uno de los pilares de la enseñanza del japonés a nivel privado, en el Instituto Cultural Mexicano Japonés. En esta área privada, la Escuela Chuo en el centro de la ciudad de México es ejemplar pues se constituyó en plena guerra y lleva más de 75 años en la enseñanza del idioma japonés a niños y jóvenes. Su gran impulsora, la profesora Kayo Matsubara, hija de inmigrantes, sigue al frente de esta escuela.

Desde esta perspectiva educativa, la apertura del Liceo Mexicano Japonés en el año de 1977 significó la coronación de un largo camino que la comunidad japonesa había recorrido al crear centros escolares desde su arribo a principios de siglo. La apertura de una escuela de tal magnitud que alberga a estudiantes desde jardín de niños hasta preparatoria fue fruto de una conjunción de factores. Por un lado, las comunidades japonesas instaladas en distintos barrios de la ciudad de México tenían a su cargo cuatro escuelas que se disolvieron para crear una sola, sumando su experiencia y aportes económicos. Por otra parte, se contó con el apoyo de las empresas japonesas instaladas en México que requerían una escuela donde los hijos de sus funcionarios continuaran con sus estudios. Finalmente, en un ambiente de cooperación que se fue profundizando, los gobiernos de México y Japón aportaron recursos importantes para la constitución del Liceo. Este colegio a lo largo de las siguientes décadas se fue convirtiendo en una institución que atiende no solamente a japoneses o a sus descendientes sino que ha ido formando de manera mayoritaria a estudiantes mexicanos desde una perspectiva bicultural.  

Parte 3 >>

 

© 2022 Sergio Hernández Galindo

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Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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