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Ikeda, la buena familia

Julio Soichi Ikeda, su esposa Rosa y sus cuatro hijos (foto: archivo de la familia Ikeda).    

Alrededor de 1.800 inmigrantes japoneses y sus descendientes peruanos fueron deportados de Perú a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Entre ellos estaban el issei Julio Soichi Ikeda, su esposa Rosa Matsukawa y sus dos hijos, Julio y Máximo. Rosa estaba embarazada de su tercer hijo, Alberto.

Ikeda había recalado en Perú en la década de 1920, procedente de la prefectura de Okayama. Tenía solo 15 años. Como todo inmigrante, trabajó duro y gracias a su esfuerzo y espíritu emprendedor abrió un negocio dedicado a la fabricación de sillao.

Con el camino hacia la prosperidad pavimentado, todo parecía propicio en la vida del joven issei y la familia que formó en Perú. Sin embargo, estalló la guerra y arreciaron los atropellos contra los japoneses: saqueos, cierre de instituciones y colegios, expulsiones.

A la familia Ikeda le arrebataron todo lo que habían edificado con mucho trabajo, y en 1944 fueron deportados a Estados Unidos. El campo de internamiento Crystal City, en Texas, sería su destino.

En aquel entonces, todo era incertidumbre. ¿Cuánto tiempo estarían encerrados en EE. UU.? ¿Cuándo terminaría la guerra? ¿Podrían volver a Perú?

EMPEZANDO DE CERO 

Julio, el mayor de los hijos, tenía seis años cuando fueron internados en Cristal City. En una entrevista que nos concedió para una revista de la Cámara de Comercio e Industria Peruano Japonesa hace varios años, el primogénito recordaba: “Los niños llevábamos una vida normal porque teníamos lo más importante. Todo lo que necesitábamos estaba en una tienda, un mini mercado. No nos faltaba nada. Había hospital, iglesia, escuela, una piscina grande. Me acuerdo del alambrado, de las torres (de vigilancia). No tenía conciencia de la situación”.

Los nisei como él eran demasiado chicos como para ser conscientes de la injusta situación por la que atravesaban.

La guerra finalizó en 1945, pero la nebulosa se mantenía para los Ikeda. ¿Y ahora qué? La mayoría de deportados enrumbó a Japón o se quedó en Estados Unidos. Ellos eligieron retornar a Perú, la ruta con más obstáculos por la resistencia de las autoridades peruanas a admitir a los japoneses.

Después de salir de Crystal City, Julio y Rosa se mudaron a Nueva Jersey para trabajar de manera temporal, mientras los hermanos de ella, que vivían en Perú, realizaban los trámites correspondientes para que la pareja y sus hijos pudieran volver.

Por fortuna, todo salió bien y los Ikeda regresaron a Perú. Sin embargo, apenas habían dado el primer paso para reconstruir sus vidas. La incertidumbre no había desaparecido. ¿Qué harían ahora? ¿Cómo mantendrían a sus pequeños hijos? Tendrían que empezar de cero.

En 1948, con ayuda de un primo, Julio Soichi Ikeda incursionó en la crianza de patos. El inmigrante japonés no imaginó que lo que comenzaba como un negocio de supervivencia despegaría hasta transformarse en San Fernando, la mayor empresa avícola de Perú.

Primera granja de patos construida por Julio Soichi Ikeda en 1948 (foto: archivo de la familia Ikeda).


EN BUSCA DE LOS ORÍGENES
 

Hace más de un año, Harumi Ikeda, miembro de la generación sansei de la familia, inició una investigación sobre la historia de sus abuelos.

Hoy, San Fernando está en un proceso de transición del manejo de la compañía de la segunda a la tercera generación. Conocer la historia familiar, las deportaciones, cómo comenzó la empresa, es parte de este giro de timón.

Ante las restricciones impuestas en Perú para frenar la propagación del coronavirus, que impiden, por ejemplo, las visitas a bibliotecas, Harumi ha centrado su búsqueda en internet.

La sansei sabía que sus abuelos fueron deportados y que su padre nació en Crystal City, pero su conocimiento era general, sin detalles.

Sus abuelos no hablaban de la deportación y sus tíos eran muy chicos como para recordar con nitidez su etapa en el campo.

Poco a poco ha ido descubriendo cosas. De su historia familiar le sorprendió averiguar cuán difícil era la vida para los inmigrantes japoneses. Su abuela, que era la mayor de sus hermanos, quedó huérfana muy joven y luchó con ahínco para sacar a su familia adelante.

Cuanto más conoces a tu familia, más valoras lo que hicieron tus antepasados para que hoy disfrutes de la vida que tienes, más aún en el caso de los issei que tuvieron que afrontar circunstancias mucho más difíciles que las nuestras. “Mientras más conocimiento tienes de la historia, del pasado, más aprecias lo que tienes ahora”, dice Harumi.

Por otro lado, le llamó la atención descubrir cómo la guerra trastornó por completo las vidas de unas personas que no tenían nada que ver con ella. Los inmigrantes japoneses y sus descendientes peruanos deportados perdieron todo por un conflicto bélico lejano que no involucraba directamente a Perú.

Harumi cuenta que su abuela Rosa fue fundamental para que Julio Soichi y ella volvieran a Perú después de la guerra. Mientras estuvo en Crystal City, la issei mantuvo el contacto con sus hermanos en Perú a través de cartas.

Rosa no quería viajar a Japón, sino retornar a Perú para reencontrarse con sus hermanos, quienes se encargaron de hacer todos los papeleos necesarios para que su anhelo se materializara.

“Siempre es bonito averiguar la historia de uno mismo, de su familia, enterarse de cosas nuevas, encontrar fotos antiguas”, manifiesta la sansei.

Investigar la historia de tu familia deriva inexorablemente no solo en un conocimiento mayor de ella, sino también de la comunidad a la que pertenece. Harumi averiguó cómo la buena imagen que dejaron los primeros inmigrantes japoneses, aquellos que arribaron a costas peruanas con contratos de trabajo por un cierto periodo, hizo posible que Perú decidiera ensanchar las puertas a la inmigración japonesa autorizando el ingreso de personas sin documentos laborales.

DETRÁS DEL ÉXITO 

Desde su apertura en 1948, San Fernando ha crecido de manera sostenida. En 1963, incursionó en el negocio de pollos. En 1972, abrió su primera tienda, dedicada a la venta de pollos y huevos, y en 1978, se expandió a los pavos.

San Fernando es hoy el mayor productor de carne de aves, huevos, cerdo y embutidos de Perú, y exporta a países como Bolivia, Colombia, Ecuador y Panamá.

La empresa fundada por Julio Soichi Ikeda ha logrado establecer un sólido lazo emocional con sus clientes, convirtiéndose en parte esencial de la mesa de los peruanos a lo largo de varias generaciones. No en vano es identificada con el eslogan “La buena familia”.

“La buena familia”, el eslogan de la empresa San Fernando.  

¿Cómo se explica el éxito de un negocio que comenzó de manera modesta con la crianza de patos?

Harumi Ikeda destaca, en primer lugar, la austeridad, el ahorro. Cero tolerancia al dispendio. Su abuelo prohibía el uso del ascensor para subir al segundo o tercer piso de la sede de la empresa, cita a manera de ejemplo. Su empleo estaba autorizado a partir del cuarto piso.

El issei también enfatizaba la importancia del trabajo en equipo, que implica el compromiso total de todos. Si uno no cumple a cabalidad con la parte que le corresponde, afecta a todos.

La confianza y el respeto también eran elementos fundamentales de su credo empresarial.

Por otro lado, Julio, el primogénito, recordaba el severo espíritu crítico de su padre, nada complaciente para impedir que los logros obnubilaran a los Ikeda y los apartaran del camino del trabajo constante para continuar progresando.

Cuando su padre se mostraba muy duro, Julio le decía: “Pero papá, no todo es malo en la empresa, también hay cosas buenas; si no,no hubiéramos llegado adonde estamos”. El tiempo le permitió al primogénito darse cuenta de que el patriarca tenía razón, pues gracias a las críticas se descubren los fallos y, por consiguiente, se mejora.

Para Julio Ikeda, los valores humanos, adquiridos en casa, pueden ser tan valiosos como la capacidad laboral o el historial académico. La calidad del producto final —señalaba— comienza con la calidad de las personas que lo hacen.

El respeto en San Fernando no se impone como una ley, sino que brota naturalmente de las relaciones entre sus miembros, al margen de su estatus. “Uno no exige que lo respeten, uno se gana el respeto respetando a la gente”, decía.

Los hijos de Julio Soichi —Julio, Máximo, Alberto y Fernando— atesoran unas cartas que el patriarca escribió para legarles una serie de lecciones de vida que hasta hoy los guían.

 

© 2021 Enrique Higa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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