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Conociendo a los nikkei en Paraguay  

Es domingo en la Asociación Japonesa de Encarnación, la tercera ciudad más grande de Paraguay, y un grupo de jóvenes nikkei, divididos en varios equipos, disputa un torneo de futsal (un arquero y cuatro jugadores de cancha por bando). Los competidores residen en el departamento de Itapúa, donde se ubica Encarnación. 

Hay un espacio destinado a la venta de bebidas. En una nevera se ofrecen agua, gaseosas y cervezas. Hasta ahí, nada inusual; lo llamativo es que no hay nadie encargándose de la venta. ¿Cómo funciona todo entonces? Es simple: te acercas a la nevera, tomas la bebida que quieres y dejas el importe del producto en una cajita que está al lado. Nadie te mira, nadie te controla... y nadie se lleva una bebida sin pagar por ella o abonando menos de lo que corresponde. El sistema se implantó el año pasado y su vigencia es una prueba de que funciona. No, no hay cámaras de vigilancia. La honradez es más barata y eficaz que la tecnología.

Nevera donde se ofrecen las bebidas que cualquiera puede tomar después de depositar el importe en una caja. (Foto: Renzo Takahiro Tanii)

Otras dos cosas me llaman la atención.

Durante uno de los partidos, un jugador marca un gol, pero de inmediato cae y sufre un golpe o lesión. No se levanta. El primero que corre a auxiliarlo no es un compañero de equipo, sino el arquero rival, al que le hizo el gol. El arquero no rumia por el tanto en contra, no recrimina a sus jugadores, no se reprocha por no haber podido atajar el tiro. Apenas su “verdugo” cae, sale eyectado para ayudarlo y llega antes que nadie. Y no es un pariente, sino un ocasional adversario en apuros.

El comportamiento del arquero refleja el espíritu familiar, de comunión, que noto en la asociación, donde todos parecen cuidarse. Sí, ya sé que no es la final del Mundial, donde nadie se da un milímetro de ventaja, pero el gesto espontáneo merece relievarse. No es común.

Lo otro que me llama la atención es que al concluir la jornada, mientras el equipo ganador es premiado y los asistentes comienzan a retirarse, un par de jóvenes en particular, de los que han jugado el torneo, recorren el local de la asociación de un extremo a otro para recoger las sillas utilizadas y guardarlas en una especie de depósito. No sé si hay un acuerdo para que lo hagan o se turnan con otros, pero me parece que lo hacen de manera espontánea.

Huelga decir que no hay basura tirada en el piso. Ni botellas de gaseosa, ni restos de bentos (que se venden para el almuerzo), ni servilletas. Cuando cae el telón, el local de la asociación está tan ordenado y limpio como antes de empezar el campeonato. Aquí no necesitan personal de limpieza ni guardias.

Sé que es una quimera, pero imagino este ejemplo replicado a nivel macro, en el resto de la sociedad (o en gran parte de ella). No emplearíamos tantos recursos, tiempo y energía en vigilar que nadie robe o se cruce la luz roja, en limpiar espacios públicos, en poner orden, etc. Todo ese caudal de dinero o esfuerzo podría tener mejor destino.

La presencia nikkei no solo se siente en la asociación. Un rápido recorrido por las calles de Encarnación permite detectar varios establecimientos comerciales (farmacias, supermercados, etc.) con nombres japoneses. Sus propietarios son inmigrantes (o sus descendientes). Aquí, los nikkei tienen una buena imagen. De gente responsable y disciplinada. Y eso es un plus, por ejemplo, para conseguir trabajo. De alguna manera, ser descendiente de japoneses es partir con cierta ventaja.

La imagen positiva se extiende a los estudios. Se cree que un nikkei, por el mero hecho de serlo, es inteligente... y bueno en matemáticas. En el Perú también ocurría algo parecido antes.

MÁS CERCA DE JAPÓN

Entrada de la Asociación Japonesa de Encarnación. (Foto: Renzo Takahiro Tanii)

La inmigración japonesa a Paraguay comenzó en 1936, antes de la Segunda Guerra Mundial. Se paralizó en 1941, en plena guerra, y se reanudó durante la posguerra, ya en la década de 1950.

En el Perú, en cambio, los issei migraron antes de la guerra. Por eso, los que por edad en el Perú son nisei, en Paraguay (o en Encarnación) son issei. Y un sansei peruano es coetáneo de un nisei paraguayo.

Me da la impresión de que mientras en el Perú enfatizamos nuestra condición de nikkei, en Encarnación ponen más énfasis en lo japonés. Es como si sus lazos con Japón fueran más cercanos que los nuestros (imagino que se debe a que la migración japonesa al Perú es más antigua). Incluso en el departamento de Itapúa hay colonias que preservan intactos las costumbres y el idioma japonés, como si un pedazo de Japón se hubiera trasplantado a Paraguay.

La mayoría de nikkei en Itapúa se dedica a la agricultura.

Hablando del idioma, creo que ahí radica la principal diferencia entre las comunidades nikkei de Paraguay y Perú. Aquí, todos (o casi) hablan japonés, inclusive los más jóvenes, mientras que en el Perú es infrecuente encontrar a nikkei que lo hagan. Así pues, lo raro para los nikkei paraguayos es que un descendiente de japoneses no sepa nihongo. Por eso me miran con extrañeza cuando se dan cuenta de que solo puedo expresarme en español.

Ahora bien, para no quedar como un monolingüe que deja una pobre imagen de los nikkei peruanos, les cuento que la inmigración japonesa al Perú cumple 120 años, que la comunidad es muy organizada, que tiene un centro cultural de unos diez pisos, un policlínico, una clínica, etc., lo que —me parece— los sorprende de manera positiva. Eso sí, las cosas cambian de color cuando preguntan por el expresidente nikkei que está en la cárcel.

Para informarse de la migración japonesa a Paraguay, alcanza con googlear. Ahí encontramos datos, fechas, nombres. Sin embargo, hay algo que no te da internet y sí un encuentro cara a cara: la posibilidad de escuchar de primera mano a los protagonistas de la inmigración.

Una obaachan me cuenta que llegó a Paraguay a través de Argentina en la década de 1950 y que estuvo alrededor de una semana en el mar, en el barco que la trajo de Japón. ¿Por qué? Porque el barco no podía tocar tierra debido a —si entendí bien— unas revueltas que había en Argentina. Eran tiempos de Perón.

Otra inmigrante, que llegó a Paraguay cuando era una niña, recuerda los obstáculos que tenían que enfrentar las personas de la colonia japonesa que se casaban con gente que no perteneciera a ella. La oposición de los padres era fuerte. Por fortuna, como en el Perú, los tiempos han cambiado.

También me dice que hay issei que mezclan en su habla el japonés, el español y el guaraní (lengua oficial de Paraguay), intercambiando palabras de los tres idiomas con total naturalidad, como quien respira. Incluso en las zonas rurales suelen hablar en japonés y guaraní, prescindiendo del español.

La brevísima experiencia en Paraguay me deja con la sensación de que más allá de lo que podamos encontrar googleando es muy poco lo que los nikkei de un país latinoamericano conocemos de los nikkei de otro país de la región. En todo caso, nada como los contactos cara a cara, las visitas in situ, para conocernos mejor.

Para acabar, aunque como nikkei peruano me identifico en varios aspectos con los nikkei paraguayos (pues siento que de alguna manera las historias de su comunidad son mías también), creo que por encima de los orígenes japoneses en común lo que nos une es nuestra condición de latinoamericanos.

 

© 2019 Enrique Higa Sakuda

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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