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Yokichi Nouchi: el inmigrante japonés que hizo historia en Machu Picchu

Todo el mundo conoce Machu Picchu. Lo que pocos conocen, incluso en el seno de la colectividad nikkei peruana, es que existe un nexo entre la ciudadela inca y la inmigración japonesa al Perú. Su nombre: Yokichi Nouchi.

Nacido en la prefectura de Fukushima en 1895, Nouchi fue uno de los 18.727 japoneses que llegaron al Perú entre 1899 y 1923 bajo la modalidad de inmigración por contrato.

Este año se cumple un siglo del arribo al Perú de Yokichi para trabajar en la hacienda San Nicolás, al norte de la ciudad de Lima.

¿Cómo llegó de Lima a Cusco? Su hija Luz Marina, asistida por sus recuerdos y papeles en mano, ensaya el itinerario que recorrió su padre entre un punto y otro: Lima, Bolivia, Brasil, Puerto Maldonado (donde fue bautizado como Óscar) y Cusco.

Tras estar en varios sitios donde por una razón u otra no echó raíces, en la primera mitad de la década de 1920 Yokichi se estableció en Machu Picchu pueblo (en aquella época se llamaba Maquinachayoc). Desde entonces hasta su muerte, su vida estuvo ligada a Machu Picchu de la manera en que un hombre solo puede estar atado a su hogar. Estaba fascinado por su paisaje y vegetación, que le recordaban a su pueblo en Fukushima.

Al principio, Yokichi era una más de las personas que trabajaban en un proyecto ferroviario para unir la ciudad de Cusco y el distrito de Santa Ana. Después, poco a poco, comenzó a emerger la figura del emprendedor con vocación social que lo convertiría en uno de los artífices del crecimiento del pueblo.

Nouchi impulsó unas obras de excavación que produjeron un inestimable hallazgo: unas aguas termales que le recordaron los onsen de su natal Japón. El inmigrante japonés convenció a la gente de la zona de las propiedades medicinales de las aguas encontradas para que se bañaran en ellas. Es probable que de ahí surgiera el nombre que ahora tiene el pueblo: Aguas Calientes.

Su contribución al desarrollo local se expandió cuando construyó un hospedaje de tres pisos al estilo japonés, empleando rieles de tren. Yokichi cedió gratuitamente dos pisos de su edificio a la policía y al servicio de correos, entre otras dependencias.

Su ascendencia en el pueblo le valió ser designado como su máxima autoridad en 1939, cargo que desempeñó hasta 1941. Considerado como el primer alcalde de Machu Picchu, repitió el plato en 1948. Además, llegó a ejercer como juez de paz.

GRACIAS AL PRÍNCIPE

Al otro lado del océano, en Fukushima, la familia de Yokichi no tenía la menor idea de qué había sido de su vida. Apenas estaba en la veintena cuando migró al Perú y poco más de 40 años después de que se embarcó en el Kiyo maru, los Nouchi en Japón no tenían cómo conocer la excepcional vida que uno de los suyos había edificado en la capital del imperio inca.

Todo habría seguido igual (quién sabe hasta cuándo, quizá para siempre) si no hubiese sido por el príncipe Mikasa, hermano del emperador Hirohito, que en 1958 visitó el Perú. Mikasa viajó a Machu Picchu, donde fue recibido con un ramo de flores por una de las hijas de Yokichi, Olga.

La prensa japonesa que cubría la visita del príncipe descubrió la historia de Yokichi y la difundió en Japón. Así fue como sus tres hermanos en Fukushima se enteraron del curso que había tomado su vida.

Los Nouchi se reencontraron, pero no fue de inmediato. Transcurrieron otros diez años, hasta que en 1968, más de medio siglo después, Yokichi retornó a su pueblo natal, Otama.

Luz Marina recuerda que su papá se puso muy feliz cuando sus hermanos le enviaron el pasaje para que pudiera viajar a Japón. Estaba jubilado de su trabajo como empleado ferroviario y su situación económica no era buena. “Todo lo que él hacía lo daba de corazón, nunca pensó recibir nada, nunca reclamó nada”, dice su hija.

Yokichi volvió de Japón cargado de regalos de sus hermanos para sus hijos (Luz Marina todavía tiene la muñeca japonesa que le trajo su padre) y con el alma llena por el reencuentro con su familia. Además, pudo volver a probar la comida de su pueblo. “Quería tanto comer algo de su tierra”, cuenta su hija.

La felicidad, sin embargo, no fue completa: Yokichi no pudo ver a su madre, pues ella había fallecido en 1945.

Luz Marina pudo conocer más detalles del viaje de su papá a Fukushima en la década de 1990. Había migrado a Japón y quería conocer el pueblo de sus ancestros paternos. Ni siquiera sabía si sus tíos estaban vivos. Tuvo la suerte de encontrar a uno de ellos.

Luz Marina Nouchi (Foto: Archivo personal de Luz Marina Nouchi)

“Yo decía ‘quiero encontrar aunque sea a uno de mis tíos’, para mí era como encontrar nuevamente a mi padre, y agradezco a Dios que fue así. Encontré viejito a mi tío Yoshiro, fue una emoción muy, muy grande”, recuerda.

Dicen que a la tercera va la vencida, y así fue con ella. Tras dos tentativas para visitar a su tío que no se concretaron por la barrera del idioma, la tercera vez, con un amigo brasileño de su hermano que hablaba japonés y ofició de traductor, los Nouchi de Cusco visitaron a los Nouchi de Fukushima.

“Prepararon un banquete, tuvimos un recibimiento muy lindo, nosotros los abrazamos y ellos igual. Nosotros tuvimos esa felicidad de haber abrazado y besado a mi tío. Era mi papá, mi papá que había vuelto”.

El tío Yoshiro le mostró a Luz Marina el voucher del pasaje que le compró a Yokichi para que viajara a Japón y después retornara al Perú. Él lo conservaba como si fuera un documento histórico. Ella aún recuerda la cantidad: 700.000 yenes.

Luz Marina supo por boca de su tío que su padre no había tenido necesidad de migrar al Perú. Si lo hizo, fue por su espíritu de aventura, por sus ganas de conocer otros mundos. También se enteró de que su abuela, la madre de Yokichi, vivía marcada por una profunda tristeza debido a la falta de noticias sobre su hijo. Los hermanos estaban dolidos porque él no se había comunicado con su familia, pero en aquella época era difícil, no había internet, la guerra...

Viajar a Japón era casi imposible, pues al factor económico se sumaba el hecho de que él tenía una numerosa familia por la que velar. Yokichi tuvo cinco hijos con María Portillo, y después se casó con María Morales, quien dio a luz a cinco hijos, tres hombres y dos mujeres, entre ellas Luz Marina, la menor.

AMOROSO Y UN POCO CALLADITO

Cuando Yokichi viajó a Japón en 1968, su salud ya estaba deteriorada. La altura de Cusco le afectaba, y tenía que ir a menudo a Lima para recuperarse. Desde la capital le escribía cartas a su esposa para contarle cómo iba y preguntarle por ella y por sus hijos.

Luz Marina conserva las cartas y, a contrapelo de la imagen de hombres fríos que tienen los japoneses, los textos de su papá revelan a una persona pródiga en muestras de afecto. “Mi padre tan amoroso con mi madre, con qué respeto, con qué cariño (le escribía). Mi padre mucho la respetaba y la amaba, ella siempre luchó al lado de él hasta el último”.

Yokichi era más afectuoso con sus hijas. Con los chicos era más estricto. Cuando su esposa María le contaba sobre algún problema relacionado con sus hijos, Yokichi le respondía que los hombres tenían que actuar con honor y que les iba a escribir para llamarles la atención. Sin embargo, cuando lo hacía, “escribía ‘hijito’, cariñosamente”, dice Luz Marina.

Lima le convenía más a su salud que Cusco, pero Yokichi, contraviniendo las recomendaciones médicas, siempre volvía para ver a su familia.

Yokichi murió en 1969, un año después de su viaje a Japón. “Perderlo para mí fue muy duro, estaba en plena adolescencia”, recuerda su hija.

La tristeza por el recuerdo de su temprana partida se diluye cuando menciona el rasgo que más destaca de su padre: la amabilidad. “Quién no lo quería en Zaguán del Cielo (urbanización en la ciudad de Cusco donde vivían). Bastante lo estimaban, tan amable, siempre invitaba (a gente) a casa”. A su vivienda, recuerda, iban jóvenes que le buscaban conversación a su padre para preguntarle cómo se decía tal o cual cosa en japonés.

El recuerdo más bonito asociado a su papá que Luz Marina atesora es un regalo que él le hizo cuando era una niña solitaria sin un compañero de su edad para jugar (sus hermanos eran mayores y su hermana estaba en un internado): un gatito. La sonrisa que se expande en su rostro mientras revela detalles del obsequio y sus circunstancias dice tanto como sus palabras.

Familia Nouchi: Yokichi Nouchi, su esposa María y sus dos menores hijas (Luz Marina es la de la derecha). (Foto: Archivo personal de Luz Marina Nouchi)

Cuando creció fue a un internado como su hermana. Gozaba de su padre en las vacaciones. “Era una persona muy comprensiva, amorosa. A veces era calladito, no contaba muchas cosas”, dice.

Luz Marina, que también recuerda a su padre como una persona humilde que rehuía los halagos e inculcaba a sus hijos la responsabilidad y la puntualidad, vivió más de 25 años en Japón. Además de conocer a su tío y el pueblo de su padre, su larga estadía allá le permitió reconectarse con sus raíces.

“De todo lo que he vivido, he pasado en Japón, he aprendido mucho. A valorar más las cosas, a tener más unión con la familia. Con la familia digo los nikkei, porque antes mucho no había ese lazo. En cambio, ahora siento más apego, más cariño (a los nikkei), porque son parte de mi padre”.

Aunque Yokichi Nouchi fue una persona respetada y querida en Machu Picchu pueblo y después en el barrio de la ciudad de Cusco al que se mudó la familia, el reconocimiento a su obra llegó mucho después.

“Se lo merece mi padre aunque ya no esté presente”, dice Luz Marina. “Yo me siento muy orgullosa, muy feliz por eso”. Un orgullo que no recala solo en Yokichi y que hace extensivo al resto de inmigrantes. “Hay un orgullo no solamente por mi padre, hay muchos otros japoneses que dieron todo de ellos, su energía, sus valores”.

 

© 2017 Enrique Higa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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