Descubra a los Nikkei

https://www.discovernikkei.org/es/journal/2017/8/21/pablo-y-el-dictador/

Pablo y el Dictador

Pablo Imai no movió ningún músculo durante su juicio, en el salón de jurados del Palacio de Justicia de Belén, por los cargos de homicidio con las agravantes de alevosía, premeditación y ventaja. Al escuchar su sentencia de muerte, se dirigió al secretario de la sala, Manuel Lozano y Castro—quien había leído la resolución del jurado—y con un movimiento lento inclinó su cabeza hacia él, mostrando su aceptación. Los murmullos de la audiencia coincidían ante la aparente actitud de calma y serenidad del inculpado. De acuerdo al periódico El Diario era la primera vez que un japonés en la ciudad de México era inculpado por ese delito y acreedor a la pena capital.

El dictador Victoriano Huerta (El Imparcial, 25 de Noviembre de 1913)

La noticia tuvo una gran cobertura en la prensa mexicana. Los periódicos El Imparcial, El Diario, Correo Español, The Mexican Herald y El País hicieron un seguimiento de los hechos del caso de Pablo Imai, en momentos que el gobierno de Victoriano Huerta—quien había derrocado al Presidente Francisco I. Madero, después del golpe militar que tuvo lugar del 9 al 19 de febrero de 1913—y que buscaba afanosamente aferrarse al poder en un clima de virtual aislamiento internacional. El Presidente Woodrow Wilson no reconoció al régimen militar, pero Japón no se alineó a la política de la Casa Blanca. Desde la perspectiva del juego geopolítico entre Tokio y Washington, México era un actor importante. El nuevo ministro de Japón en México, Mineichiro Adachi, vio una oportunidad y se esforzó en mostrar cercanía con el dictador Huerta para negociar temas como la reanudación y ampliación de los flujos migratorios al territorio mexicano ante las restricciones del “Pacto de Caballeros” de 1907, pero en particular ante las medidas anti- japonesas en California, en el marco de la “Alien Land Act” (mayo de 1913) que estipulaba la prohibición para los residentes japoneses—inelegibles para la obtención de la ciudadanía—de tener posibilidades de comprar terrenos en ese estado de la Unión Americana.

Pablo Imai llegó desde Japón al puerto de San Francisco junto con José (la prensa refiere su apellido como “Yamatosy”, “Yamakisy” o “Yamagnesi”) y Luis Kobayashi en 1909. Después de una estancia en esa ciudad decidieron emigrar hacia al Sur. El Diario refiere que ellos no estuvieron “de acuerdo con las costumbres americanas”, pero lo cierto pudo haber sido que fueron testigos del recrudecimiento de las acciones xenófobas contra los japoneses en California. Al final, llegaron a la ciudad de México y residieron en el barrio “La Asunción Colhuacatzinco” (fundado el 11 de enero en 1883), perteneciente a la entonces villa de Xochimilco.

Pablo, José y Luis, acostumbrados al trabajo, tiempo después pudieron comprar un terreno para la cría de ganado y la agricultura. El negocio floreció y aparentemente la asociación de los tres amigos estaba dando buenos resultados. El dinero alcanzaba no sólo para la manutención de los tres, sino también para incrementar sus ahorros en el banco. Sin embargo, la aparente armonía escondía otros deseos muy profundos. En la madrugada del 24 de julio de 1913, los habitantes de La Asunción fueron testigos de un horror y pánico en su apacible comunidad rural.

Un día antes, José había ido al banco para retirar 550 pesos, de los 2,000 pesos que tenía depositado en una cuenta de ahorro. La mayoría de ese capital, según El Diario, le pertenecía a José, quizá por esa razón tenía mayor capacidad de decisión y de manejo de las finanzas. De regreso a su pequeño rancho, les dijo a sus socios que deseaba comprar el terreno colindante para poder sembrar más y tener más productos para su venta. Luis, de manera inmediata, se mostró a favor, pero Pablo no fue tan entusiasta por esa idea.

El Imparcial narra que ese mismo día en la noche hubo una riña verbal entre Pablo y José. Imai le exigía que repartieran el dinero entre los tres, ante lo cual José se negó de manera rotunda. Por un par de horas, Pablo estuvo pensando qué hacer y, en primer lugar, se le ocurrió usar morfina para hacer dormir a José de manera profunda; pero, se dio cuenta de que tenía muy poca cantidad. Así es que ideó otro plan. A las dos de la madrugada, de manera sigilosa, se acercó a José mientras dormía, saltó sobre de él y lo sometió, logrando ponerle en su frente el cañón de la pistola y disparó un tiro. José murió al instante.

Ante el ruido de la detonación, Luis se levantó de inmediato. Los vecinos también corrieron hacia la casa y Pablo les gritaba: “Fueron los Zapatistas”; es decir, las tropas de Emiliano Zapata habían entrado a su propiedad y, con el objeto de robarles su dinero, mataron a su amigo. La noticia se esparció con rapidez por todo el pueblo que entró en conmoción y el miedo se apoderó de sus habitantes. La policía llegó al lugar de los hechos, viendo el cadáver de José tendido en su cama y con las bolsas vacías: los 550 pesos habían desaparecido. Luis sabía perfectamente que la versión de los hechos que narraba su amigo Pablo no era la verdadera, pero guardó silencio.

Ante la ausencia de evidencias de que los zapatistas hubieran cometido el crimen, las autoridades no creyeron la versión de Imai y se lo llevaron para interrogarlo. Pablo negó repetidamente ser culpable de la muerte de José, pero Luis confesó y dejó de encubrir a su amigo. Después de un cateo cuidadoso de las pertenencias de Pablo, encontraron el dinero en el interior de los forros de sus pantalones.

Ante esa clara evidencia, se le dictó prisión formal y tuvo que esperar un par de meses para su juicio en la cárcel de Belén. El agente del Ministerio Público, Adolfo Fenochio— adscrito al juzgado de primera instancia de Xochimilco—al concluir la investigación, solicitó la pena de muerte al inculpado. Al conocer la noticia, Pablo delegó su defensa al joven abogado Alfonso de la Peña y Reyes. Durante el juicio que presidió el juez Belisario Cicero, el fiscal Fenochio refrendó su acusación de homicidio calificado y la defensa no logró convencer al jurado—que deliberó por casi una hora—de la inocencia de su cliente. El 22 de noviembre de 1913, Imai fue declarado culpable. Alfonso de la Peña y Reyes inmediatamente realizó una apelación de la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia.

El remordimiento se hizo presa de Imai e inicialmente aceptó estoicamente su condena. Sin embargo, su abogado lo convenció para seguir el proceso ante la máxima instancia judicial de la nación. No obstante, el Tribunal Superior de Justicia refrendó la sentencia de culpable a inicios de febrero de 1914, a pesar de la petición de clemencia por parte de algunos miembros de la colonia japonesa en la Ciudad de México. La noticia no sorprendió a Pablo y su defensor envió una carta formal al dictador Victoriano Huerta, solicitando la gracia del indulto presidencial para Pablo. No hubo que esperar mucho tiempo y el 4 de marzo de 1914 recibió una respuesta positiva por parte del ejecutivo mexicano: se conmutó la pena de muerte para el condenado a cambio de cumplir una sentencia extraordinaria de 20 años de prisión. La noticia causó una gran sorpresa en la opinión pública, y seguramente en el mismo Pablo y en su abogado, quienes inmediatamente enviaron una carta al presidente Huerta agradeciendo su intervención.

Es claro que decisión de Huerta no fue un simple acto de misericordia para un homicida. El juicio de Pablo se desarrolló dentro de una situación política en México muy particular, en la que el gobierno “huertista” buscaba a toda costa mantenerse en el poder y reprimir la creciente oposición de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Pacho Villa en el norte y Emiliano Zapata en el sur del país. En ese contexto, los esfuerzos diplomáticos del ministro japonés Adachi para reanudar los flujos migratorios de Japón a México, hubieran sido puestos en entredicho ante la ejecución de la pena capital para uno de sus connacionales. La imagen y percepción construida del japonés industrioso, trabajador y respetuoso del orden se hubiera puesto en duda al ejecutar al homicida de José. Por su parte, Huerta deseaba concluir la negociación de la venta de armas prometidas por Japón ante el bloqueo norteamericano a su gobierno, por lo que no era adecuado para sus intereses estratégicos dar señales negativas a Tokio, dando muerte a uno de sus migrantes que había llegado a radicar a la ciudad de México. El indulto del Dictador no exoneraba a Pablo de su crimen, ya que había infringido la ley, pero le daba una sentencia que podía cumplir en vida y le daba mucho tiempo para responderse a sí mismo por qué le había privado de la vida a José en un estallido de ira y ambición.

 

© 2017 Carlos Uscanga

gobiernos Japón Revolución Mexicana, 1910-1920 México Pablo Imai política Victoriano Huerta
Acerca del Autor

Carlos Uscanga es Profesor Titular del Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hizo su Maestría en Ciencia Política Internacional en la Universidad de Ehime, y obtuvo su Doctorado en Cooperación Internacional por la Universidad de Nagoya.

Última actualización en agosto de 2017

¡Explora Más Historias! Conoce más sobre los nikkeis de todo el mundo buscando en nuestro inmenso archivo. Explora la sección Journal
¡Buscamos historias como las tuyas! Envía tu artículo, ensayo, ficción o poesía para incluirla en nuestro archivo de historias nikkeis globales. Conoce más
Nuevo Diseño del Sitio Mira los nuevos y emocionantes cambios de Descubra a los Nikkei. ¡Entérate qué es lo nuevo y qué es lo que se viene pronto! Conoce más