Cada fabricante de automóviles japonés instalado aquí en Brasil necesita someter el diseño de sus productos –en este caso, los automóviles– a un extenso proceso de reajuste para adaptarlos al clima tropical.

Este proceso, de hecho, no sólo es necesario sino también envidiable.

Debo confesar que siempre pensé que debería haber pasado por tal proceso de ingeniería genética; porque, como también soy de origen japonés, heredé de mis padres muchas piezas adaptadas al frío y muy pocas al calor.

La principal de ellas, debo confesar, son mis glándulas sudoríparas.

No es que no funcionen; es que trabajan muy poco. Y como la sudoración es fundamental para refrescar el cuerpo, esto me garantiza un gran malestar ante el calor.

Es como si no tuviera el radiador y el aire acondicionado al mismo tiempo, querido lector. Sólo eso.

Así que es fácil imaginar que no soporto bien las altas temperaturas. En verano, si no estoy bajo el cuidado de un buen aire acondicionado o de una buena piscina, soy de esas personas que se sientan frente al ventilador rociando agua con laca para el cabello.

La escena es ridícula, lo sé. Parezco un viejo robot lubricando sus articulaciones. Todo bien. Pero, ¿hacer qué? Prácticamente entro en picada. Sólo cuando hace calor mis funciones vitales empiezan a distorsionarse: empiezo a no tener hambre, a no dormir bien y a no tener energía para nada. Ni siquiera sé cómo sobrevivo.

Al menos en cuanto al tipo de pintura, no me puedo quejar. Adquirí un color de piel muy brasileño, incluso dirían que soy del color de los frijoles carioquinha. Así que no tengo tanto problema con las quemaduras solares.

Para empeorar las cosas, nos enfrentamos a graves problemas de cambio climático. Y aquí en Brasil, a diferencia de lo que sucede en otras partes del planeta, en lugar de hacer más frío, hace más calor – ¿por qué, Dios mío?

Pero… me pregunto: ¿y qué tiene que ver un auto –que mencioné al inicio de la crónica– con el clima?

Todo, por supuesto. Ni que decir tiene que es con él, el coche, con el que aceleramos esos cambios climáticos que tanto afectan a nuestro estado de ánimo.

Porque, al producirlos por miles –como hacemos nosotros–, contaminamos nuestro medio ambiente no sólo con el humo que sale de sus gases de escape, sino también con el humo que sale de las fábricas que los producen.

Desafortunadamente, estas dos conclusiones son inevitables:

1º: los autores de ciencia ficción que imaginan que los futuros superrobots extinguirán la raza humana están completamente equivocados. Al parecer, esto ya es responsabilidad de nuestros queridos cacharros del presente.

2º - todos transformaremos gran parte de Brasil en un nuevo desierto si no tomamos medidas severas en relación con la preservación del medio ambiente; como, por ejemplo, adaptar nuestros vehículos y fábricas para que no contaminen tanto como lo hacen.

En otras palabras: si nos quedamos con los brazos cruzados y las ventanas cerradas al mundo, y no exigimos a nuestros gobiernos medidas drásticas para reducir el nivel de contaminación que estamos produciendo, todos nosotros –y no sólo yo– querremos someternos a un extenso proceso de ajustes de la carcasa. ¿Es o no es?

© 2017 Hudson Okada