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La mujer nikkei, el cimiento de la familia

Mi mamá.

En cada hogar, el papel de la mamá es poco reconocido, es ahí donde se convierte en una súper mujer. Uno dice que todas las mujeres son iguales, pero vemos en la mujer nikkei algo excepcional, tantas palabras que decir: fuerza, empuje, trabajadora, humildad, deja que creamos que somos nosotros los hombres la base de la familia. Recién cuando uno tiene cierta edad se pone a reflexionar sobre todo. Veo a las mujeres de mi familia, cada una tiene una historia de sacrificio, siempre responden a las situaciones más difíciles: las “obá” (abuela), las tías, las primas, mi mamá, mi suegra, mi esposa, mis hermanas, amigas, en fin, todas. Personalmente, me he visto apoyado por alguna de ellas, sin saber cómo podría haber salido de esas situaciones sin su apoyo.

Esto es parte de mi vivencia y esta es sólo una parte de la historia de mi madre. Ella era una mujer que no llegaba al metro cincuenta de estatura, pero era inmensa en fortaleza, era a prueba de todo, cuántos recuerdos, sufrimientos, lágrimas; pero, iba siempre para adelante, no se rendía, siempre pensando que las cosas se iban a solucionar, no retrocedía.

Foto familiar, cuando éramos niños.

Recuerdo cuando mi papá enfermó, él era diabético. El tuvo un simple uñero en el pie, se le infectó y se le puso negro. Recién por lo contó a mi mamá, ella lo acompañó al “Hospital Dos de Mayo”, un nosocomio de Lima, para los más pobres. En ese tiempo nuestra situación era difícil y sucedió todo tan rápido que lo internaron de emergencia para evaluar su situación. Por el pie diabético infectado, la decisión fue amputar hasta donde había avanzado.

Mi mamá hizo el trámite respectivo y mientras ella lo hacía, un médico le preguntó a mi papá si sabía que le iban a practicar una operación y que posiblemente le iban a amputar los dedos del pie. Mi papá se negó e hizo una carta en donde se negaba a que lo operaran. Mi mamá, luego de hacer todos los trámites, se dio con la sorpresa de que los médicos le informaron que ya no lo iban a operar. Preguntó ¿Por qué?. Le dijeron: “ el señor se ha negado y firmó una carta”. Todo lo que puede pasar en la cabeza de una persona y no medir las consecuencias. Eso hizo que se demorara todo, hacer otro trámite, firmar una carta de responsabilidad por parte de la familia, de modo que cuando lo operaron, la enfermedad ya había avanzado: le cortaron la pierna hasta la rodilla.

Recuerdo que mi mamá iba todos los días al hospital, desde muy temprano. Por la mañana venía la ronda de médicos, presentaban un informe y la receta diaria. Ella iba corriendo a la farmacia del hospital o tenía que salir a buscar lo que pedían, lo que era lo más usual porque los hospitales tienen los precios más bajos, pero están desabastecidos. Ella lo dejaba con las enfermeras y antes del mediodía iba corriendo a la casa, que estaba cerca al hospital, cocinaba muy rápido para que mi hermana almorzara y luego llevara mi almuerzo a la tienda. Luego regresaba al hospital por la tarde, a la hora de visita, acompañada por alguna de sus hermanas. Así fue durante más de cuarenta y cinco días, luego de los cuales salió mi papá.

En los hospitales, la carga hospitalaria sobrepasa la capacidad, así es que muchas veces prefieren que vengan los familiares para que ayuden en la atención de los pacientes, no se dan abasto. Mi mamá, muchas veces, tenía que soportar el peso de mi papá para pasarlo de la cama al sillón o para cualquier otra cosa que necesitaba. Mi papá había entrado en un estado de depresión y no ayudaba para hacer las cosas y las enfermeras, por estar ocupadas con tantos pacientes, demoraban mucho y mi mamá se desesperaba. A veces alguna auxiliar técnica ayudaba a mi mamá. Con el tiempo, ella se encariñó con mi mamá y mi papá. Luego, fue a ella a quien contratamos para que atendiera mi papá en casa.

Pero, cada cosa tiene su consecuencia; mi mamá empezó a tener dolores, ella decía que eran musculares y se ponía cremas y frotaciones. Nosotros le decíamos que uno de nosotros la reemplazaríamos; pero, ella decía que no, que nosotros en la tienda íbamos a ayudar más porque necesitábamos el dinero. Eran tiempos malos, por eso lo teníamos en el hospital; pero, se gastaba dinero igualmente. Ella no se quejaba por nada, fueron cuarenta y cinco días en el hospital, aunque el ritmo fue bajando, hasta que mi papá estuvo estable. Para llevarlo a casa, esperaron a que la herida de la amputación estuviera completamente cerrada. Todo fue más llevadero con el apoyo de la familia y los amigos.

Mi mamá con sus hermanas.

Los nikkei tienen muy sólidos los valores con respecto a la familia, a mi mamá la acompañaba siempre una de sus hermanas, todos los días. Ese ritual se repetía siempre, cada vez que alguien de la familia enfermaba o necesitaba ayuda, se veía a los hermanos juntos, apoyándose siempre. A mí me sorprende mucho eso y será porque, a pesar de quedar huérfanos y no vivir juntos, la unión fue muy sólida, siempre se ayudaron entre ellos. 

Las consecuencias vinieron después, ella empezó a chequearse y le descubrieron osteoporosis y artrosis en el hombro. Necesitaba una prótesis en la cadera, pero nunca se operó, además que tenía una fractura en la columna, que seguro le provocaba mucho dolor. Eran fracturas antiguas me dijo el doctor y que, seguro por eso, tenía muchas veces dolor en la parte baja de la espalda. Todo el esfuerzo que había estado haciendo la puso peor, cargaba a mi papá para pasar de la silla a la cama, cuando no estaba uno de nosotros; tuvimos que contratar a la técnica en enfermería que ayudaba a mi mamá en el hospital.

Con mi mamá, muchos años después, antes de que ella muriera, tuvimos largas conversaciones, contándome cada cosa que pasó en su vida. Me contó que, cuando lo operaron a mi papá, fue de noche, muy tarde. A veces programaban a esa hora por disposición de los médicos y de las salas para cirugía. Ella estaba acompañada con su hermana, no quiso que yo vaya, me dijo “no te van a dejar entrar, nosotras nos las arreglamos” y “ cuando él salga de la operación, yo te llamo para que nos recojas”. El lugar era la zona de emergencia, frente a la Av. Aviación y que antes era “Tacora”, lugar de los “cachineros”, indigentes, ladrones. Me dijo que estaban en la sala frente a un televisor. Ella estaba inquieta, mi tía distraída, vio al doctor saliendo, lo alcanzó y habló con él. Le dijo que había salido bien y que solo había que esperar para que se estabilice y que no creía que hubiera problemas; pero, ella vio irse al doctor con una bolsa de plástico, donde se llevaba la pierna de mi papá para analizarla. “Me estremecí “, me dijo. No sé cómo decirte lo que sentí, pena, rabia, sentía algo en todo el cuerpo; tantas cosas que mi mamá guardó durante años.

MI mamá y yo, en una salida, de paseo.

Mi papá duró un poco más de tres años, la situación seguía igual, muchos gastos médicos, en lo posible lo hacíamos en forma particular. Era difícil trasladar a mi papá, mi mamá ya no podía con él, pero teníamos a una enfermera, ayudante técnica. Mi mamá , con mucha dificultad, hacía las labores de la casa, pero ella las quería hacer. Mi papá fue decayendo más y un día tuvimos que llamar al médico de urgencia, quien dijo “hay que internarlo”. Vi en la cara de mi mamá la desesperación y quizás resignación, ella ya no podía movilizarse con facilidad y sabía que esta vez ella no iba poder acompañar a mi papá, seguramente pensó que ya lo iba perder, yo me encargo le dije a mi mamá, esa vez le tocó ser espectadora, esperar cada día al regresar: ¿Cómo está el viejo?, preguntaba. Yo le decía más o menos. Esa vez fue un poco más fácil todo, habíamos cultivado una amistad con el médico del Hospital Dos de Mayo, que luego llegó ser sub director.

Todas las veces que venía a la casa en forma particular, conversaba conmigo, preparándome para todo, me decía: “ya no hay que ser rígidos en todo, dejemos que tu papá ya viva tranquilo lo que le queda de vida, es mejor darle calidad de vida, lo médico ya lo vemos en el camino”. Lo volvimos a internar en el Hospital Dos de Mayo, esta vez yo era el que tenía que encargarse, entró por emergencia para lograr estabilizarlo, lo pasaron a sala, pero el hospital entró en huelga de médicos y posteriormente en algunas otras áreas. La atención se puso más difícil, habrá estado dos semanas internado y los tratamientos no daban efecto. Ingresó por una neumonía y cada vez le aplicaban antibióticos más fuertes y también más caros, y no cedía la enfermedad. Finalmente, estando en sala, me dicen que a mi papá lo iban a pasar a “cuidados intermedios”, su oxigenación fue cada vez menor: “usted sabe lo grave que está su papá, lo pasamos a cuidados intermedio y con poca probabilidades, lo van a entubar y ahí van a decidir que se va a hacer”, solo me dijo que me encomiende a Dios, que era difícil hacer algo por él.

Me acompañaba la técnica que cuidaba día y noche en el hospital a mi papá, dormía sentada al costado de él. Nos habían llamado a una sala donde solo estaban los médicos, yo lo escuchaba y ya sabía que eso iba a pasar, se acercaba el final (me llevo por premoniciones, pero es difícil aceptarlo). Había hablado con su médico y, si bien es cierto no me había dicho qué tenía, me iba preparando, solo que esos médicos de sala lo dijeron crudamente.

La técnica que le había tomado cariño a mi papá, empezó a llorar en silencio, llegó hasta la cama de mi papá y empezó a arreglarlo, mirándolo y soltando lágrimas. Me sorprendí por ello, ella no se daba cuenta de la gravedad y tenía fe ciega que mi papá saldría del hospital para regresar a casa y eso había sido un baldazo de agua fría. Al parecer eso la afectó porque luego buscó otro trabajo, ya no quería involucrarse de esa manera con un paciente. Pensaría que tenía que ser más fría y que no le debería afectar.

Cuando lo pasaron a “cuidados intermedios”, las visitas fueron más restringidas, pasaban por momento. Uno conversa con la gente que está en la misma situación, te dan aliento, te aconsejan, una de ellas me dijo que porqué no tramitaba para que lo pasen a cuidados intensivos. Me dijo: “ le va costar, pero lo pueden salvar”, por ello fui averiguando, pero la respuesta fue fría: “usted sabe la gravedad de su padre, debería hablar con su médico. Me dio a entender que solo esperaban que pase lo que tenía que pasar” y me dijo: “a cuidados intensivos van los que tienen posibilidades de sobrevivir”. La sala de cuidados intermedios estaba cerca de emergencia, en ese lugar no hay donde sentarse, la sala de espera está un poco lejos de ahí, pero yo quería estar cerca.

Recuerdo que compré un paquete de galletas porque tenía que comer algo, había mandado a la técnica para que vaya a su casa y descanse un poco, ya no podíamos estar dentro. Ella se negó, pero le insistí y al final se fue. Me senté en el piso para esperar, no había donde hacerlo, mientras lo hacía fui recordando todo, estaba cansado, estresado, triste, con sentimientos opuestos, mi lógica me decía que ya había sufrido bastante y que mejor debería descansar, pero siempre uno es egoísta y quiere tenerlo para uno, a pesar que quizás solo alarguemos el sufrimiento, cómo iba a decirle a mi mamá, cómo lo afrontaría.

Mi hermana que se aferraba a la vida de mi papá, los médicos me dijeron que si conseguía los medicamentos se lo aplicarían, pero siempre decían que ya no había esperanzas, por la edad y demás factores. La verdad es que yo ya había desistido en ese caso, quizás soy más frio. Mi hermana recorrió todas las farmacias conocidas, le dijeron que seguro lo conseguiría en un hospital muy lejano. Y se fue a pesar que el lugar era peligroso, la dejé, era su propia lucha, no lo consiguió, pero le quedó que lo hizo hasta el final.

Me vi en mi mente recorriendo cada cosa vivida con mi papá, alegrías, tristezas, broncas que nunca faltaban de más joven, hasta llegar al presente en ese momento. Mi mamá había recorrido antes lo que había hecho, en el hospital, solo que yo lo compartí con mi hermana y mi esposa, me asombraba cómo lo había hecho sola, fue el doble de tiempo, corrió de un lado a otro ella todo el día, regresaba a la casa para hacer el almuerzo, padeciendo de dolores, pero callando, aguantando. Yo estando sano, más joven, pensaba de dónde sacaba tanta energía. Terminé llorando, dándome una licencia, solo sin testigos, pensando que mi mamá ya sabía cuál era el final, días antes me había contado: “tu papá, antes de internarse, me dijo que su hermano lo había venido a ver y que se iba ir con él. Su cara era de angustia, porque él ya había fallecido, lo ha venido a recoger, me dijo.

Finalmente falleció, a causa septicemia, una infección generalizada, mi mamá lo tomó mejor de lo que imaginé, hasta ahí su fortaleza!

Mi hermana Susana, mi esposa Jenny, mi hijo Akio, mi mamá y mi hija Mayumi.

 

© 2017 Roberto Oshiro Teruya

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Acerca del Autor

Roberto Oshiro Teruya es peruano de 53 años, de tercera generación (sansei); las familias de sus padres, Seijo Oshiro y Shizue Teruya, procedían de Tomigusuku y Yonabaru, respectivamente, ambos en Okinawa. Reside en Lima, la capital del Perú, y se dedica al comercio, en un local de venta de ropa en el centro de la ciudad. Está casado con la señora Jenny Nakasone y tienen dos hijos, Mayumi (23) y Akio (14). Su interés es seguir conservando las costumbres inculcadas por sus abuelos, como la comida, el butsudan y que sus hijos las sigan conservando.

Última actualización en junho de 2017

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