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Venancio Shinki: padre, nisei y artista - Parte 2

El pintor nikkei con su hijo menor, Iván

Lea parte 1 >>

UN CONFLICTO RESUELTO EN LA VEJEZ 

Cuando Venancio Shinki era niño, ser descendiente de japoneses podía ser motivo de escarnio, insultos o agresiones. Él los sufrió y le costó asumir su identidad.

Titi: Yo me acuerdo de que mi papá decía que tenía toda la confusión de “¿qué soy?, ¿soy peruano o soy japonés?”. Es rico y la vez difícil ser de ambas culturas. Él recién cuando estuvo viejo se definió como peruano. Pero le ha costado sesenta años.

Iván: Yo me acuerdo mucho de eso porque me repitió ene veces una anécdota. Habrá tenido 40 años máximo. En una de las ceremonias que hace el embajador japonés frente a un grupo de nikkei importantes para uno de los aniversarios de la APJ (antes Sociedad Central Japonesa), el embajador dijo: “Es un gusto que ustedes valoren la ascendencia japonesa, que mantengan los valores, la cultura”, pero recalcó: “Ustedes son peruanos, no son japoneses, son descendientes de japoneses”. El embajador se refería no en términos de que “no queremos que ustedes sean japoneses, sino valoren la cultura peruana, aporten a este país”, pero también fue una advertencia. Mi papá me decía: “Por si acaso, hijo, tú no eres japonés, porque los japoneses no te van a considerar japonés”.

Titi: Eso siempre decía mi papi: “Tú no eres japonés en Japón, pero tampoco eres peruana en Perú, tienes que acostumbrarte a esas dos cosas porque no eres ni japonesa ni peruana”.

Hugo: Pero al final mi papá mismo lo dijo: “Nosotros somos peruanos”. Nosotros somos peruanos con origen japonés como un descendiente de italiano es peruano con origen italiano.

Titi: En todo caso, mi papá siempre estuvo bien confundido.

Iván: Yo creo que es una de las grandes diferencias entre los nisei y los sansei. Los sansei la tenemos clara. Yo no conozco a ningún sansei que se haya hecho la pregunta: “¿Soy japonés o soy peruano?”. Todo sansei asume: “Yo soy peruano y punto”. Los nisei sí se hacían esa pregunta y eso tiene un sentido. Nosotros la llevamos mucho más fácil que ellos. Cuando nosotros crecimos y fuimos adultos, la colonia ya tenía toda una fama ganada a punta de chamba. Hasta antes de Fujimori, todos los japoneses eran trabajadores, inteligentes y honrados. Ser nikkei era: “Ah, tienes que ser inteligente, tienes que ser honrado, tienes que ser trabajador”. No había forma de ser un nikkei burrero, burdelero y vago. Claro que existen, pero para el imaginario peruano no existían, todos eran buenos.

Hugo: Los nisei sí la sufrieron en la II Guerra Mundial. La gente se los decía, les escupían en la cara, “tú no eres de acá”. Ellos sí sintieron que eran apátridas. En cambio, los sansei ya tenemos partida de nacimiento, DNI, la guerra había pasado. Por eso, nosotros tenemos un poco más de esa sensación de pertenencia al Perú. Mi papá sí fue rechazado.

Iván: El descendiente de japoneses recibe automáticamente unos puntos extras simplemente por la historia de la colonia. Pero los nisei recibieron exactamente lo contrario: la carga negativa. Si recibió esa carga negativa, era lógico que mi papá estuviera confundido. Cuando sientes rechazo del resto, tú no te identificas con la gente que te rechaza. Tú te identificas con la gente que te acoge.

Titi: Mi papi siempre decía que cuando él era chico sufrió un montón porque también sentía el desdén de los japoneses porque no era completamente japonés. Él de chico sufrió muchísimo porque estaba totalmente desubicado en el sentido de la pertenencia. Por eso te digo, a mi papá le ha demorado sesenta años por lo menos identificar quién era realmente.

Iván: Cuando el abuelo Higa se entera de que mi mamá estaba saliendo con un ainoko, con un mestizo, fue tal su rabia y molestia que le tiró una plancha a mi mamá. “¿Cómo se te ocurre estar de amores con un ainoko?”. Ahora suena muy tonto, pero era la forma de pensar de la época. No solamente no eres peruano ni eres japonés, porque en Perú eres japonés y en Japón eres peruano, sino que encima, en el Perú, entre los japoneses, tampoco eres completamente bien visto.

EL MONJE DE LA PINTURA 

Con su hijo mayor, Hugo

Venancio Shinki siempre puso el arte en lo más alto de su podio. Fue difícil para sus hijos aceptarlo, pero el tiempo tiene un efecto curativo. Ahora pueden hablar del tema sin acritud, incluso entre risas.

Titi: Él lo reconoció, no lo digo yo, él siempre dijo que relegó a sus hijos y a su familia por ser artista. La primera prioridad en su vida no éramos nosotros, era la pintura. Seguramente nosotros en nuestro inconsciente lo hemos resentido en algún momento, pero en los últimos doce años, en el momento en que lo operaron del corazón, teníamos una relación mucho más fluida.

Iván: Me acuerdo mucho del caso del matrimonio de Hugo porque hubo muchas anécdotas ahí que son graciosas, pero una que me pareció loquísima fue la molestia de mi papá de que Hugo hubiera conseguido una pareja que fuera artista. Decía: “Cómo se le ocurre casarse con una artista”. “Oye, papá, pero tú eres artista”. “Justamente Iván, no existe persona más egoísta en este planeta que un artista plástico”.

Hugo: Él se juntó con una artista plástica.

Iván: Justamente por eso. ¿Por qué yo termino agarrándole tanto cariño a Elda? Porque Elda sacrificó gran parte de su vida personal, su crecimiento como pintora, sacrificó muchísimas cosas porque mi papá lo que hizo fue: “Yo soy el gran artista y me concentro en el arte, de todo lo demás se encarga Elda”. Encontró una persona que hiciera todo por él. Todo. Pagar las cuentas, encontrar personal, conseguir la comida, conseguir la ropa, comprar los pasajes, hablar con los galeristas, todo lo que no era arte. O sea, toda la parte divertida la hacía él. Elda dejó de dedicarse cien por ciento a su arte porque se dedicaba cien por ciento a su pareja.

Titi: Su vida siempre fue primero yo, humanamente a las personas les puede doler, pero es cuestión de entenderlo. A mí no me duelen esas cosas porque ya pasaron. Yo tengo recuerdos feos en ese sentido, pero ahora hasta gracia me causan. No reniego de ello.

Iván: La diferencia cuando tienes 20 años, 17, 15, de cuando tienes 60, es que tú tienes un bagaje para entender la situación y puedes aceptar a tu padre como lo que es. No es un superhéroe, es un ser humano, con sus claroscuros. Y llegas a entenderlo. “Así eras, igual te voy a querer, igual te voy a respetar”. Yo recuerdo que una vez un periodista me preguntó (le estaba haciendo una entrevista a mi papá y yo estaba a un costado): “Si yo te preguntara cuál es el trabajo del hijo de un artista, ¿cuál sería?”. Yo recuerdo que me salió: “El trabajo más importante del hijo de un artista es no joder” (risas). 

Hugo: Es que era un sobreviviente. Cuando ya eres mayor entiendes que todo ese egoísmo es el modo de vida de un sobreviviente. Un chico que de repente en un país como el nuestro, en una eterna crisis económica, en un pueblito perdido en una quebrada de la sierra de Lima, a los pocos años de edad se queda sin papá y pocos años después se muere su mamá. Su papá tenía un negocio en San Nicolás, pero de repente se queda sin ninguna de esas dos cosas. Su mamá empieza a vender pescado frito en la calle y con eso era con lo que sobrevivían. Y luego la mamá muere y se queda completamente en el aire. Tenía los tíos del lado de la mamá, pero los tíos lo encerraban, le quitaban todo lo que tenía y lo explotaban, y él se escapa a la casa de los Isayama (la familia que lo acogió). Si él no era egoísta, no comía. Era su modo de vida. Comienzas a darte cuenta de que una persona sobreviviente tiene que tener cierta dosis de egoísmo para poder sobrevivir. Si no, no come, no sale adelante. Entonces aprendió esas armas.

El tiempo que le dedicaba a la pintura era sagrado. 

Hugo: Como pintor se aislaba dentro de su casa a pintar. Él siempre me decía que cada vez que alguien lo llamaba por teléfono le hacía perder el tiempo para pintar.

Titi: Él tenía un horario de trabajo. Era excesivamente ordenado.

Iván: Una de las cosas que más yo recuerdo de mi papá en términos no tan bonitos era el hecho de que yo quería visitarlo con la libertad con la que tú puedes visitar a tu papá. Pero no era libre, se molestaba, “yo tengo que hacer esto, lo otro, hay que sacar cita”.

Hugo: El mayor orden que tenía mi papá era el horario. En el horario era infalible. Ocho de la mañana ya estaba parado, nueve de la mañana ya estaba sentado en su tablero boceteando. Hasta el almuerzo. Las tardes, siesta, y después pintar. Él me decía que eso de que la inspiración te viene en la noche es una de las mentiras más grandes del mundo. Durante la mañana es donde más se produce porque tu cerebro acaba de descansar. Él me decía: “Por eso yo boceteo en las mañanas, porque en las tardes es una cuestión mecánica”.

Iván: Normalmente trabajaba tres o cuatro cuadros a la vez.

Hugo: En las mañanas boceteaba y boceteaba. Mientras pintaba en la tela iba copiando el boceto, pero iba también mejorando lo del boceto. A veces se trancaba, pero para no dejar de trabajar y cuando sentía que no podía avanzar más, que las ideas no le venían… Él me decía: “Cuando yo me siento así, empiezo con algo nuevo para refrescarme la cabeza y seguir avanzando”. La cosa era nunca parar y levantarse temprano para trabajar. Él llegó a ser uno de los grandes de la pintura peruana por esa disciplina. Lo puedes ver como el egoísmo en una sociedad occidental, pero date cuenta, cuando uno se vuelve monje de la pintura te dedicas cien por ciento a la pintura y tienes una disciplina férrea.

HASTA LA ÚLTIMA PINCELADA 

¿Cómo era Venancio Shinki más allá de su condición de padre y artista?

Titi: Mi papá era bien tierno, una persona muy dulce. La gente que lo quiere y lo recuerda, siempre lo recuerda como una persona muy cariñosa. Siempre demostraba admiración por la gente.

Hugo: Una vez conversando con (el pintor) Gerardo Chávez y con Fernando Torres, que era director de la parte cultural del Instituto Cultural Peruano Norteamericano, los dos coincidieron en una cosa de la que nunca me di cuenta. Ellos me dijeron: “Si hay una virtud que tu papá tenía, aparte de pintar, como ser humano, es que nunca rajó de nadie”. Nunca habló nada malo de nadie.

Iván: Mi papá fue una persona totalmente admirable en el sentido de que a alguien en el inicio del partido le dieron un equipo peor que amateur y terminó ganando un campeonato. Ese era mi viejo. Logró lo que logró a punta de su propio esfuerzo.

Titi: Tuvo mucho mérito. Si mi papá tuviese 25, 30 años ahora, se come el mundo con las facilidades de ahora.

Iván: Cuando mi papá muere, (hubo) la tristeza y todo eso, pero yo siempre me consolé con una cosa, siempre he pensado lo mismo: me encantaría una vejez como la de él.

Titi: Eso sí.

Iván: Fue reconocido, vivía tranquilo. De verdad tuvo una buena vida.

Hugo: Se la ganó.

Iván: Cuando tú analizas eso, dices: “Bacán tu vida, viejo”, por la forma en que vivió su última etapa. Y murió exactamente como él dijo que quería morir: pintando. Él no dejó de pintar.

Titi: En el momento en que mi papá murió tenía dos caballetes puestos y dos pinturas en ellos. Hasta el final hizo todo su esfuerzo para poner su última pincelada.

 

© 2017 Enrique Higa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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