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Los 17 desaparecidos de la colectividad japonesa (Parte II) — Los japos “Aparecidos” del colegio Santa Lucía

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Los rostros de Seikichi Gushiken y María Arasaki frente al altar familiar (butsudan) luego de encender un incienso junto a la foto del hijo “aparecido”, Carlos Horacio, es una de las imágenes más potentes del documental Silencio roto, que relata la historia de los descendientes de japoneses desaparecidos durante la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983).

Sus miradas resumen ese largo peregrinar por un camino inesperado, sinuoso y desconocido, que la familia debió transitar, sin imaginar nunca el significado que para ellos tendría la palabra desaparecidos. Apenas cuando comenzaron a escuchar otros nombres, más familiares por ser paisanos, alcanzaron a comprender qué les estaba pasando.

Cementerio Parque de Mar del Plata donde fueron encontrados los restos de Carlos Horacio Gushiken, como NN.

Las historias de Carlos Horacio Gushiken y Julio Eduardo Gushiken son las dos únicas que hasta la fecha permiten vislumbrar con una mirada distinta los 17 casos de los nikkei desaparecidos en la Argentina. Los restos de Carlos Horacio fueron encontrados en 2002, enterrado como NN en el cementerio Parque de Mar del Plata, y el de Julio Eduardo, algunos años después en el transcurso de 2015, en el centro clandestino de detención conocido como El Banco, en las proximidades de la Autopista Riccheri. En ambas situaciones la identificación pudo realizarse gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

Las familias de Carlos Horacio y Julio Eduardo vivían en la zona sur del Gran Buenos Aires, en el municipio de Florencio Varela, y la primera se dedicaba al cultivo de las flores mientras la segunda a la plantación de frutas y verduras. Si bien no había un lazo familiar directo entre ellos, ambos jóvenes  cursaron el colegio secundario en el Santa Lucía de Florencio Varela (de donde egresaron 10 estudiantes que hoy permanecen desaparecidos) y militaban políticamente en el PCML (Partido Comunista Marxista Leninista). De ninguno de los dos se tienen datos precisos de la fecha y el momento de la desaparición. Pero sí se sabe que el PCML fue víctima de una acción conjunta de las fuerzas de seguridad que se inició el 6 de diciembre de 1997—en todo el país—y a la que se llamó Operativo Escoba, cuyo único objetivo fue eliminar a todos sus miembros.

Mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido. No tiene entidad. No está, ni muerto ni vivo. Está desaparecido”, decía quien entonces se encontraba en el poder, el dictador Jorge Rafael Videla. La “aparición” de los restos de Carlos Horacio y Julio Eduardo, sin embargo, re-significa el valor de la búsqueda. Según Carlos Somigliana, del EAAF, la desaparición impide a un familiar iniciar un duelo posible de la tragedia vivida. Y además agregó “identificar sigue siendo una cuestión excepcional y la revelación de un caso ilumina la posibilidad de otros casos”.

Carlos Horacio Gushiken, la está bailando.

Julio Eduardo Gushiken, en la entrega de diplomas en el colegio Santa Lucía.

En la cultura japonesa, y en particular la okinawense, de la que provienen 12 de los 17 nikkei desaparecidos, la “aparición” de los hijos desaparecidos tiene un valor simbólico muy alto. La misa de los 49 días marca el final del período de luto y el de la estadía  en la tierra del alma de la persona fallecida.

Luis Gushiken, hermano mayor de Carlos Horacio, pudo celebrarla mientras sus padres estaban en vida:

“Aunque el dolor de la pérdida siempre va a estar ellos vivieron con mucho alivio el tiempo que les quedó antes de morirse. Para nosotros la unión de los familiares para buscar a mi hermano fue clave porque viviendo en el campo, alejados de muchas cosas, era imposible estar cerca de cualquier información. Cuando en 2004 hicimos la misa de los  49 días en el club de la Asociación Japonesa de Varela vino muchísima gente de la colectividad y hasta miembros de la embajada japonesa en la Argentina. Y era la primera vez que se colocaba la foto de mi hermano en el altar familiar”.

También la familia de Julio Eduardo Gushiken pudo celebrar la misa, que en esta ocasión se hizo bajo el rito católico, el 20 de septiembre de 2015, en la Parroquia San Juan Bautista, de Florencio Varela. Su madre, Victoria Kishimoto de Gushiken  junto a sus otros cinco hijos (Mirta, Emilia,  Roberto, Hugo y Graciela) pudo celebrar una emotiva ceremonia junto a familiares, amigos y vecinos de la zona.

Misa por Julio Eduardo Gushiken en la parroquia de Florencio Varela.

Para el antropólogo Carlos Somigliana que estuvo a cargo de las identificaciones de los dos Gushiken, puede haber más hallazgos de nikkei desaparecidos, pero aclaró que “uno no puede esperar que el dato llegue, tiene que ir por él, y la lógica no es identificar a una persona en particular, si no hacerlo con todas las personas que pueda. Y en esa generalidad, alumbrar la particularidad. Es la dinámica de incorporar, adherir, agregar y acumular datos. Un ejercicio muy importante que es posible si el trabajo interdisciplinario entre los profesionales que intervienen en la investigación lo hacen en equipo”.

Para el resto de los familiares que aún no saben cuál fue y cómo fue el destino final de sus desaparecidos*, la búsqueda sigue siendo ahora y después de tantos años una “búsqueda” más esperanzadora y menos angustiante, tal vez. En ese camino transita, por ejemplo, Kamena Takara, hija de Norma y Juan Takara (éste último, contador profesional, militante político del Partido Peronista y desaparecido el 18 de junio de 1977), quien como bien lo señala buscó y recorrió muchos lugares, organizaciones, espacios, donde pudieran informarle sobre su padre, pero en ninguno de ellos lograba integrarse:

“Fui a H.I.J.O.S., a Madres de Plaza de Mayo, pero no podía encontrar mi lugar en el mundo. Es muy fuerte para mí la palabra DESAPARECIDO, a mí no me gustan los cementerios pero si supiera que mi papá está allí, o si lo tiraron al río, por más fuerte que sea la verdad, al menos me podría acercar hasta allí para dejarle una flor”.

Esa tensión y angustia que despierta el significado de la palabra es la peor de las compañías. Hiere tanto o más que el silencio en el que permanecían los familiares de los desaparecidos, sobre todo de aquellos que ya pertenecían a una segunda y tercera generación posterior al de los issei—los inmigrantes pioneros—, y que decidieron alzar su voz: “La parte buena de todo esto es que lo que parecía un crimen perfecto, hecho con todo el poder del Estado, no fue tan perfecto y esta tarea de identificación cobra relevancia para los familiares porque a partir del cuerpo hallado es posible iniciar el duelo”, explicó Carlos Somigliana del EAAF.

Los 30.000 desaparecidos no eran 30.000 si no 10.000”, fueron las desafortunadas palabras de quien hasta hace unos días era el ministro de Cultura de la Nación, Darío Lopérfido, antes de su renuncia. Esa declaración generó una fuerte polémica interna en el actual Gobierno del presidente Macri (el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, dijo públicamente no compartir esa definición), sumada a la fuerte presión ejercida por los organismos de Derechos Humanos, desde Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo—Línea Fundadora—y hasta quien fuera Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel.

Pero la contundencia y firmeza de los reclamos que se vienen haciendo desde la dictadura a esta parte sobre los desaparecidos tiene su respaldo más fuerte e incuestionable en el Juicio a la Junta Militar que condujo al país en aquellos años de plomo, por orden del entonces presidente de la Nación Raúl Ricardo Alfonsín, cuando el 15 de diciembre de 1983 sancionó el decreto por el cual ordenaba procesar a las tres juntas militares. El juicio tuvo una gran repercusión internacional y en países vecinos como Chile, Uruguay y Brasil, donde se vivieron situaciones similares, nunca se pudo llevar a los represores a la justicia. Sin duda, el hecho político más significativo de la Argentina en tres décadas de DEMOCRACIA.

 

© 2016 Juan Andrés Asato

Argentina dictaduras fuerzas armadas militares okinawenses
Sobre esta serie

En la época de la dictadura militar argentina miles de argentinos desaparecieron. También desaparecieron nikkeis que pelearon por un ideal. Fueron 17 nikkeis, 17 historias guardadas en la memoria. El periodista Andres Asato, quien investigara el tema junto a los familiares nikkeis, nos cuenta estas historias.

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Acerca del Autor

Juan Andrés Asato nació en Ramos Mejía. Es periodista egresado de la Escuela Superior de Periodismo del Instituto Grafotécnico, de Buenos Aires. Realizó un diplomado sobre Historia Universal “Los cambios de fin de siglo” en la Universidad Iberoamericana de México e inició su carrera periodística en el diario de la colectividad japonesa en la Argentina, La Plata Hochi. Fue redactor en la sección deportes del Diario La Razón y columnista de fútbol en las revistas Soccer Digest, World Soccer Digest y Soccer Magazine de Japón. En la actualidad se desempeña en distintos medios gráficos de la Argentina, entre ellos el Diario La Nación y la Revista ISALUD, y es columnista en el programa radial Vamos Que Venimos, que se transmite por streaming en www.larz.com.ar 

Última actualización en julio de 2016

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