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La escuela Chuo Gakuen: Semilla del prestigio de la comunidad japonesa en México

La Escuela Chuo Gakuen cumplirá 72 años de educar a los niños nikkei y mexicanos en la cultura y el idioma japonés. Esta escuela que se ubica en el centro de la Ciudad de México en un barrio muy popular, llega a este aniversario gracias al esfuerzo y tenacidad de muchas personas que no han permitido que este proyecto educativo muera. Los pioneros japoneses, desde la fundación de esta escuela en el año de 1944, nunca dejaron de considerar que la educación era la tarea principal a la que se tenían que abocar para crear un futuro mejor para sus hijos que habían nacido en México.

Chuo surgió en plena guerra, durante la etapa más difícil y compleja que los emigrantes japoneses hayan enfrentado en México y en todo el continente. Tal vez por esta circunstancia la escuela se vacunó contra todo tipo de dificultades y ha resistido todo tipo de retos. En el año de su fundación, la Guerra del Pacífico todavía no había terminado y las comunidades japonesas que se encontraban dispersas en distintas regiones de México, fueron obligadas a abandonar los lugares en donde radicaban y trasladarse a las ciudades de México y Guadalajara para que pudieran ser vigiladas de manera más estrecha. 

Profesores y alumnos de la escuela en el año de 1947. Colección Chuo.

Los japoneses y sus hijos tuvieron que adaptarse a esas difíciles condiciones: buscar un lugar donde vivir y encontrar un nuevo trabajo o una nueva forma de vida en estas ciudades. Los hijos de los primeros emigrantes ya eran ciudadanos mexicanos por nacimiento y por las mañana asistían a las escuelas públicas nacionales; sin embargo, deseaban que los niños conservaran las raíces culturales de sus ancestros, principalmente el idioma japonés. Fue así que surgió la escuela Chuo, mediante la cooperación y participación de los emigrantes quienes a pesar de sus carencias económicas, aportaron de sus escasos ingresos los recursos necesarios para rentar un local y pagar al maestro que impartiría las clases de japonés y de otras asignaturas.

¿A qué se debió este indeclinable deseo de educar a sus hijos y poner sus mayores esfuerzos en su educación? Los primeros emigrantes, desde su llegada en el año de 1897, a pesar de no ser trabajadores calificados, habían cursado al menos la educación elemental. Los obreros y campesinos que llegaron de Japón a trabajar en el agro, las minas o los ingenios azucareros en México, contaban con la educación primaria que era obligatoria y universal desde la era Meiji (1868-1912). El proyecto educativo de Meiji fue tan exitoso que situó a Japón, desde ese entonces, entre los países con los más elevados índices de escolaridad y alfabetismo a nivel mundial. 

En plena etapa de la concentración al inicio del año de 1942, la idea de crear las escuelas para los niños se convirtió en el compromiso principal de los emigrantes, quienes consideraron que aunque no se sabía cuándo terminaría la guerra, “el desarrollo de los niños no podía esperar y la enseñanza del idioma japonés debía de ser prioritaria”.1

Festival artístico en la escuela en la década de 1950 . Colección Familia Hara.  

La escuela de Chuo empezó a funcionar en el segundo piso del Comité de Ayuda Mutua (Kyoei-kai), asociación que organizó el apoyo a todas las familias de concentrados en la ciudad de México que venían de la provincia. Afortunadamente, el gobierno mexicano permitió el funcionamiento de esa organización de los propios japoneses, así como la creación de las escuelas mismas en los barrios de Tlalpan, Tacuba y posteriormente en Contreras y Tacubaya. Aunque vigilados, a los concentrados se les permitió reunirse y organizar sus cinco escuelas para que se enseñara a los niños el idioma japonés. De esta manera, las comunidades que vivían en distintos barrios de la ciudad se fortalecieron y pudieron salir exitosas en los años posteriores al fin de la guerra. Los efectos negativos de la concentración, de esta manera, pudieron ser revertidos y permitieron que las comunidades que se encontraban aisladas en pequeños pueblos, tuvieran un ambiente favorable que les brindaba la ciudad de México para organizarse y para educar a sus hijos.

En el año de 1945, la escuela Chuo se trasladó a sus instalaciones actuales en la calle de 5 de Febrero, en el local de una vieja fábrica de botones. El señor Sanshiro Matsumoto y el doctor Takaichi Hojyo -gracias a que se habían naturalizado como ciudadanos mexicanos años atrás- fueron los que se encargaron de realizar los contratos para rentar el local y realizar los trámites necesarios pues las cuentas y bienes de los japoneses fueron congeladas por motivo de la guerra. Las instalaciones de la vieja fábrica no eran las adecuadas para una escuela, por lo que fue necesario que los padres de familia y los alumnos colaboraran en la reparación, mantenimiento y limpieza de su escuela. Todos los niños recuerdan de manera especial la época de lluvias pues corrían con cubetas para recibir el agua que caía como cascadas de cientos de goteras del techo y así evitar que sus salones se anegaran.

En ese entonces la mayoría de los alumnos asistían a sus clases por la tarde, desde las 14 hasta las 18 horas. La jornada educativa que tenían que cumplir los niños era ardua pues en la mañana asistían a la escuela pública, y llegando a sus hogares, casi de noche, tenían que cumplir con sus tareas encargadas por ambas escuelas. El señor Hideo Yamashiro fue el primer director y profesor de la escuela durante los dos primeros años.

Escuela Chuo. Colección Sergio Hernández.  

En el año de 1954, la escuela se consolidó en términos académicos pues se hizo cargo de ella un profesor de carrera: Kiyoshi Ebisawa. Gracias a su preparación y a su compromiso con los niños, Ebisawa estableció una metodología y un rigor en la enseñanza que elevó el nivel académico de la escuela, además de establecer un programa de educación artística, física y cívica. El reconocimiento y prestigio con que contaba el profesor Ebisawa, hizo que en el año de 1977, cuando se fundó el Liceo Mexicano-Japonés, fuera nombrado como director del mismo.

La creación del Liceo -una de las escuelas más reconocidas en la actualidad- fue un gran logro de toda la comunidad de emigrantes y obedeció al deseo y compromiso de fundar una gran escuela bicultural que sirviera no sólo a la comunidad japonesa sino que estuviera al servicio de los estudiantes mexicanos y que de alguna manera fuera el reconocimiento a México por haber recibido a la emigración.

La formación del Liceo representó sin embargo un gran reto y una enorme dificultad para muchos alumnos de Chuo que no podían asistir a esa escuela al sur de la ciudad. Chuo, debido al traslado del profesor Ebisawa, había quedado descabezada, pero además muchos de los padres que participaban activamente en el funcionamiento de la misma se habían trasladado con sus hijos al Liceo. Nuevamente fue gracias al gran esfuerzo y decisión de los padres de familia y de los alumnos que se quedaron que Chuo pudo sobrevivir y crear una nueva etapa de la escuela.

Profesora Kayo Matsubara. Colección Sergio Hernández.  

En 1985 la profesora Kayo Matsubara se empezó a involucrar en la dirección del proyecto educativo. Ella se había graduado como bióloga en la Universidad Nacional, además de niña había estudiado en Chuo y su padre igualmente había participado en la construcción de la escuela, por lo que sintió la enorme responsabilidad de no dejar que la escuela desapareciera. Matsubara como directora de Chuo ha tenido la capacidad de irla adaptando a las nuevas circunstancias; ahora la escuela no sólo atiende a niños nikkei, también asisten niños que desean conocer la cultura japonesa. Además hay grupos de estudiantes y de adultos que están interesados en el aprendizaje del japonés y que asisten regularmente a las clases que Chuo imparte. La escuela se ha convertido por tanto en la institución educativa más antigua en México que ha promovido y estrechado los lazos entre ambas culturas.

Clase actual en la escuela. Colección Sergio Hernández.  

El reconocimiento de la cultura de Japón en México no sólo se debe a la recuperación y crecimiento mundial que la economía de ese país tuvo desde finales del siglo XX, también se sustenta en el prestigio y honestidad de muchos de los profesionistas de origen japonés que hoy son ampliamente reconocidos en la sociedad mexicana. Debemos de tener muy presente que todos los dentistas, médicos, contadores, arquitectos y de otras tantas especialidades fueron egresados cuando eran niños de una de las cinco pequeñas escuelas que la comunidad creó en los años de la guerra. La escuela Chuo por su tenacidad debe de servir de ejemplo y guía para que no olvidemos que, ante todo, la educación sigue siendo el principal camino y herramienta que nos permitirá resolver las dificultades por las que ahora atravesamos.

Nota:

1. Kagayaki (Resplandor), libro conmemorativo de los 50 años de Chuo Gakuen.

 

* * * * *

Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias favoritas de serie Nikkei-go. Aquí está el comentario.

Comentario de Javier García Wong-Kit:

El lenguaje representa la identidad nikkei en el artículo de Hernández Galindo, y la historia de la escuela Chuo es original porque fue un ícono singular para muchos nikkeis en México. La investigación nos permite conocer más sobre una de las principales preocupaciones de los inmigrantes japoneses: la importancia de darle a sus niños el mismo lenguaje que les dio a ellos una valiosa educación. La profunda investigación de Hernández Galindo habla de un investigador comprometido con la cultural y las raíces de la inmigración japonesa. Su información sobre el contexto político y social es una gran contribución para los estudios de ese tiempo.

 

© 2016 Sergio Hernández Galindo

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Sobre esta serie

Arigato, baka, sushi, benjo y shoyu. ¿Con qué frecuencia has usado estas palabras? En una encuesta informal realizada en el 2010, descubrimos que estas palabras en japonés eran las que usaban con mayor frecuencia los japoneses-estadounidenses que residen en California del Sur.

En las comunidades nikkei de todo el mundo, el idioma japonés simboliza la cultura de nuestros ancestros o la cultura que hemos dejado atrás. Las palabras japonesas se mezclan con frecuencia con el idioma del país de adopción, creando una forma híbrida y fluida de comunicación.

En esta serie, le pedimos a nuestros Nima-kai votar por sus historias favoritas y a nuestro Comité Editorial elegir sus favoritas. En total, cinco historias favoritas fueron elegidas.

Aquí estás las historias favoritas elegidas.

  Editorial Committee’s Selections:

  • PORTUGUÉS:
    Gaijin 
    Por Heriete Setsuko Shimabukuro Takeda

  La elegida por Nima-Kai:

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Acerca del Autor

Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de Méxicodonde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa  a México como a Latinoamérica.

Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmentees profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del  Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Última actualización en abril de 2016

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