El 2 de septiembre de 2015, el mundo se despertó con la dura imagen del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, de 3 años, arrastrado hasta la costa de Turquía. Como resultado, muchos se dieron cuenta del horror de la guerra civil en Siria, un conflicto que continúa desde marzo de 2011.
Esta nueva crisis se convirtió en un foco de debate y un punto de ebullición para muchos islamófobos en todo el mundo. Si bien la guerra civil comenzó como una protesta política, se ha entrelazado con la guerra contra ISIL, un grupo militante extremista que ha estado activo desde 1999.
El conflicto en Siria ha convertido la zona en una zona de guerra, con fuego procedente tanto del gobierno como de los grupos opuestos, lo que convierte la zona en un infierno para los civiles. Como resultado, los refugiados han inundado Europa en busca de refugio y ahora se ven obligados a mirar hacia Estados Unidos y Canadá. La política de refugiados se debatió durante las recientes elecciones canadienses, y el recién elegido Primer Ministro Trudeau prometió reasentar a 25.000 refugiados en Canadá para finales de este año.
A pesar de los horrores que enfrentan los ciudadanos sirios, gran parte del mundo se muestra reacio a aceptar refugiados en su país como resultado de las acciones terroristas llevadas a cabo por ISIL, los más recientes los ataques en París y California.
Foto: Biblioteca y Archivos de Canadá.
Muchos gobiernos y ciudadanos atribuyen falsamente estos ataques al país de Siria y a sus ciudadanos, utilizándolos como herramienta para agitar un miedo profundamente arraigado hacia los pueblos musulmanes y obtener apoyo para un movimiento contra los necesitados. Si bien muchos argumentan que estas opiniones son el resultado de los acontecimientos actuales, la islamofobia en la sociedad occidental se remonta a los ataques del 11 de septiembre, un evento que provocó un aumento del 1.700 por ciento en los crímenes de odio contra los musulmanes ese año. El uso de actos de terrorismo como combustible político no es nada infrecuente, y se pueden establecer muchos paralelismos entre el trato actual a los refugiados y el internamiento japonés.
Durante la Segunda Guerra Mundial todas las personas de ascendencia japonesa fueron internadas a la fuerza tras los ataques a Pearl Harbor. La animosidad hacia los inmigrantes japoneses se remonta a la fiebre del oro de Fraser Canyon de 1858, que atrajo a un gran número de inmigrantes asiáticos a Canadá en busca de riqueza. La avalancha de inmigrantes puso tensión en el mercado laboral y se culpó a los inmigrantes de la falta de empleos disponibles para los caucásicos.
El ataque a Pearl Harbor dio motivos para invocar la Ley de Medidas de Guerra y todos los inmigrantes japoneses y ciudadanos canadienses de ascendencia japonesa fueron expulsados de sus hogares, internados y no se les permitió trasladarse al oeste de las Montañas Rocosas hasta 1949.
Foto: Biblioteca y Archivos de Canadá.
Desde los ataques a París, el candidato presidencial Donald Trump ha sugerido que se “ obligue ” a los musulmanes a registrarse en bases de datos, y el alcalde de una ciudad de Virginia pidió que se detuviera toda asistencia a los refugiados dentro de la ciudad, utilizando como justificación el internamiento japonés. Los efectos del internamiento japonés no son ampliamente conocidos y debido a esto, la evidencia del daño financiero, emocional y físico causado por este evento se minimiza y a menudo se olvida. Pocas personas han llegado a comprender mejor esta experiencia que el abogado y productor Chris Hope.
Mientras crecía, Hope tuvo lo que podría describirse como una relación típica con su abuela, Nancy Okura.
En una entrevista reciente, Hope se refirió con cariño a su abuela como “ cariñosa y mi cómplice en todo”. La señora Okura nunca mencionó sus experiencias durante la guerra, pero Hope siempre supo que hubo una experiencia oscura en su pasado. A medida que Hope creció y entró en la escuela secundaria, se encontró por primera vez con el internamiento japonés en lo que, según recuerda, no era más que una sección de dos páginas del libro de texto. El relato fue clínico y frío, no decía nada de la cruel naturaleza del internamiento.
Esto llevó a Hope a investigar la historia de su familia durante el internamiento, y pronto descubrió que su abuelo había traído una cámara cuando fue internado. “ Las fotos de una familia bien formada con un automóvil se convirtieron en fotos de una granja de remolachas en pleno invierno, cosechando remolachas a mano”, relató Hope. La explicación que su abuela le dio a Hope por primera vez se hizo eco de su libro de texto de la escuela secundaria, que el internamiento acaba de ocurrir, pero que todo estaba bien.
Hope se propuso descubrir la verdadera historia detrás del tiempo que pasó su abuela en los campos, y en los años 90 comenzó un proyecto cinematográfico autofinanciado llamado Hatsumi que tardaría más de una década en completarse. Durante este proceso, Hope comenzó a comprender la filosofía japonesa de " shikata ga nai ", que significa " No se puede evitar". Hope confesó pensar que “ (…) cuando era un adolescente descarado, pensaba que era la cosa más ridícula que jamás había oído”.
“ Shikata ga nai ” no reconoce la adversidad, y es la razón por la que los japoneses que la vivieron no suelen revivir la experiencia de ser internados. Como resultado, Hatsumi es uno de los pocos recuentos precisos y no ficticios de lo que sucedió en los campos porque proporciona una visión poco común de una época en gran parte olvidada de la historia canadiense.
Las lecciones que se pueden aprender de Hatsumi son más relevantes que nunca en estos tiempos difíciles. Mirando retrospectivamente el internamiento, era obvio que estas personas nunca representaron una amenaza para la seguridad de Canadá. Durante todo su internamiento soportaron que les quitaran y vendieran sus propiedades, condiciones de vida inhumanas, los obligaran a trabajar en campamentos de carreteras y mucho más. A pesar de ello, continuaron con sus vidas, y llegaron a restablecerse y ayudar a reconstruir la sociedad que los traicionó.
Muchos críticos musulmanes se preguntan por qué la comunidad musulmana no ha condenado las acciones del EIIL, y la razón es sencilla. Al igual que los canadienses que fueron castigados por las acciones de los japoneses, la comunidad musulmana no tiene la culpa de las acciones de los extremistas. Los canadienses deben aprender que las acciones del pasado fueron ineficaces, inhumanas y, en última instancia, ilegales.
Si hay algo que se puede extraer de la historia del internamiento japonés es la filosofía del “ shikata ga nai ”. Canadá necesita aprender que las transgresiones deben resolverse hoy, como reconocimiento y homenaje a los muchos canadienses que soportan en silencio la discriminación en nuestra sociedad.
Como Gosei que aprende sobre el internamiento, siento el deber de garantizar que los errores de la era del internamiento nunca se repitan.
*Este artículo fue publicado originalmente en Nikkei Voice .
© 2016 Samantha Sugiyama
