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Chicos con futuro: Hijos de dekasegi comparten sus experiencias

Se criaron y educaron en Japón. Sus papás los llevaron al Perú tras terminar sus estudios de primaria o secundaria. Son bilingües. Estudian y trabajan. Les gusta el Perú.

Son amigos, bromean, se ríen, pero sobre todo comparten la experiencia de ser hijos de dekasegi. Solo ellos pueden entender verdaderamente lo que significa sentirse extraviados en el Perú y añorar Japón, la frustración de querer expresarse en español y no hallar las palabras adecuadas, la dificultad de adaptarse a un nuevo entorno social, el dolor de sentir que nadie los comprende.

Solo ellos pueden apreciar, tiempo después, el alivio de descubrir que no están solos, que hay otros hijos de dekasegi que los entienden perfectamente porque están en la misma situación, la alegría de sentir no solo que se han adaptado al Perú, sino que además ya lo consideran su hogar.

Carlos Toma vivió hasta los 12 años en Japón (Foto: ©APJ/Jorge Fernández)

El mayor es Carlos Toma. Tiene 27 años y vive en el Perú desde los 12. La menor es Natsumi Oyanagi. Tiene 17 años y, como Carlos, llegó al Perú a los 12. En el medio está Augusto Miranda. Tiene 20 años y desde hace dos vive en el Perú.

Los padres de Carlos migraron a Japón en la década de 1980. Su mamá retornó al Perú para dar a luz. Acá nació él, pero fue llevado a Japón siendo un bebé. Cuando terminó la primaria, toda la familia –sus papás, su hermano menor y él– se vino al Perú. Carlos estudió administración y el próximo año culmina ingeniería. Desde hace ocho años enseña japonés en el Centro Cultural Peruano Japonés.

Natsumi nació en la prefectura de Kanagawa y terminó la primaria en Japón. Estudia negocios internacionales en las mañanas y trabaja en un restaurante en las noches.

Augusto completó su educación (primaria, secundaria y preparatoria) en Japón, adonde lo llevaron cuando tenía un año más o menos, y desde hace unos seis meses trabaja como auxiliar administrativo en el Departamento de Difusión del Idioma Japonés de la Asociación Peruano Japonesa (APJ). Además, se está preparando para ser profesor de nihongo y ha iniciado sus estudios de negocios internacionales.

Augusto con sus compañeros de colegio en Japón (Foto: archivo personal),


CUANDO EL CARIÑO ASUSTA

Nada los preparó para lo que encontrarían en el Perú: no el caos vehicular, la inseguridad o el bullicio, sino su gente, entradora y pródiga en afectos. Al principio, fue raro, incómodo. Después, fue genial.

Antes de empezar sus estudios de secundaria en el colegio La Victoria, recién llegada de Japón, Natsumi temía que ser nueva y no conocer a nadie la convirtiera en víctima de bullying. Ocurrió todo lo contrario.

“Yo soy bien tímida y acá las personas son bien sociables, y sentía que todos se me pegaban porque era nueva y eso me incomodaba. Pero luego me acostumbré. Porque allá (en Japón) son más o menos fríos. Si eres nueva, te tienes que acercar a hablar. En cambio, acá todos se te acercan, te decían ‘¿cómo te llamas?’, ‘¿cuántos años tienes?’. Me chocaba”.

Natsumi hizo rápidamente amigos. Con ellos mejoró su español. En Japón, su mamá le hablaba en español y ella respondía en japonés. Entendía el español, pero no lo suficiente como para construir una oración completa. Hoy lo domina, pero prefiere hablar en japonés.

Sus profesores también le prestaron un valioso apoyo. Eran comprensivos y pacientes con ella. Tras estudiar dos años en La Victoria, se trasladó a otro colegio, donde también encontró compañeros amigables (“apenas entré todos me empezaron a hablar”) y profesores que le repetían las cosas que no entendía. Eso la estimulaba a ser buena alumna. Tenía que retribuir el apoyo de sus profesores esforzándose en los estudios.

A Carlos también le chocó la mudanza. Dice que fue un shock. Entró a secundaria y se le hacía muy difícil hacer amigos en el colegio. En Japón la gente es más fría, cuenta. “Cuando llegas a conocer a una persona siempre hay una pared entre las dos, pero acá las personas son más alegres, más cálidas. Yo no podía, yo formé una pared”.

Le costaba mucho abrirse a los demás. Cuando tenía 14 años, su mamá tomó una decisión que fue clave en su vida: llevarlo a un club de conversación en la APJ donde conoció a otros hijos de dekasegi, con quienes compartía la misma experiencia y temas de conversación. Allí comenzó a caer el muro que levantaba entre el mundo y él.

Donguri Club (Foto: ©APJ)

Con el idioma no tuvo mayores problemas. En Japón tomó clases por correspondencia del sistema educativo peruano y su mamá le enseñaba español. Sus padres tenían las cosas claras: solo estaban en Japón para ahorrar. Por eso prepararon a sus hijos para el retorno al Perú.

Augusto confiesa que al principio tanto cariño público lo perturbaba. “Acá (las parejas) se abrazan, se dan la mano, allá en Japón no… Allá, mis amigos están con sus enamoradas de lejos. Para mí era normal eso. Llego acá y todos se besan (risas). Eso me asustaba, pero poco a poco, ya tengo dos años, me he adaptado. Me gusta eso, son más cariñosos, están demostrando sus sentimientos”.

Aunque se expresa con fluidez en español (que aprendió en Japón con sus padres), Augusto se siente más cómodo hablando en japonés. Dice que lo que más le chocó al comienzo fue querer decir una cosa y no poder. Las palabras se le escurrían.

Cuando recién llegó al país estuvo seis meses inactivo, a la deriva, sin saber qué hacer. “Me quedaba pensando qué hago acá, cuál es mi sueño, cuál es mi objetivo”. Después encontró trabajo en el almacén de una distribuidora de libros y comenzó a estudiar inglés.


“LOS CHINITOS ESTAMOS DE MODA”

Natsumi Oyanagi estudió los dos primeros años de secundaria en el colegio La Victoria, Lima (Foto: ©APJ/Jorge Fernández)

Natsumi está encantada con la gente en el Perú. “Son bien amables. A veces hay amargos, pero a mí me han tocado siempre personas buenas. Las personas son nobles, bien buena gente”. Dice que los japoneses “son amables, pero serios, en cambio acá son amables y cariñosos”. Además, le parece divertido regatear.

Carlos corrobora: en el Perú “si la persona es amable, es porque quiere ser amable contigo”. En Japón son amables porque tienen que cumplir una imagen ante la sociedad.

Desde diciembre del año pasado Natsumi trabaja como mesera en un restaurante. Le gusta su trabajo porque le permite conocer gente y luchar contra su timidez. “Tengo que hablar con personas que no conozco”, dice.

Recuerda que en su primer día en el restaurante estaba tan nerviosa que tartamudeaba. Ahora ya está bien, contenta, acostumbrándose cada vez más a tratar con los clientes.

A todo el que recién llega de Japón al Perú, sea niño o adulto, lo asustan pintándole un cuadro aterrador del país. A Natsumi le recomendaban que no hablara en japonés en la calle, que no sacara su celular, y si se cruzaban con personas con “caras raras” le decían “ese es choro”. Tenía miedo, estaba desconcertada (“no sabía qué hacer en la calle”). Ahora es una limeña más. Conoce las calles, anda sola y disfruta de su libertad.

Natsumi recuerda que al principio, cuando veía basura en las calles o que no se respetaban los semáforos, pensaba “qué feo Perú”. ¿Cuándo cambió su percepción del país? “Cuando empecé a ver las cosas buenas del Perú y no solo lo malo”, responde. Lo bueno como la amabilidad de la gente.

Por su parte, Carlos dice: “Antes de venir (al Perú), me decían un montón de cosas: ‘No salgas a la calle en la noche porque te van a robar’, ‘ten cuidado porque te pueden agarrar de tonto’, ‘no creas nada de lo que te digan’. Un montón de cosas así, negativas, cosas que realmente no son así. Nunca he sido estafado y gracias a Dios nunca me han robado”.

Lamentablemente, Augusto no puede decir lo mismo. Lleva solo dos años en el Perú, pero ya le han robado tres veces. “No me dejan salir a la calle, me dicen ‘no dejes que te sirvan cerveza, licor’”, cuenta.

Augusto extraña mucho a sus amigos en Japón, mientras que Carlos ya perdió contacto con los suyos. En medio del diálogo, ambos descubren, entre risas, que se envidian mutuamente:

–Yo envidio a Augusto. En nuestro círculo (de hijos de dekasegi) hay varios chicos que han retornado a los 18, 19 años, y ellos sí tienen amistades en Japón. A mí me da envidia –dice Carlos.

–Yo tengo envidia también porque él tiene más amigos acá, yo no tengo. Yo tendré, pero pocos. Acá ya él conoce todo. Allá tengo más (amigos), pero acá tengo menos –replica Augusto.

–Lo tuyo es cuestión de tiempo nada más –dice Carlos en tono amical.

Venir de un país donde la gente no suele abrazarse o darse besos en público puede originar malentendidos en el Perú. Carlos recuerda:

–Yo cuando recién llegué y las chicas me saludaban, se acercaban, me daban besito en la mejilla. Yo me emocionaba. Yo decía “los chinitos estamos de moda” (risas). Hasta que vi que lo hacían con todos. Allá (en Japón) no hay contacto físico.


TRABAJOS CAÍDOS DEL CIELO

En el colegio Natsumi estaba acostumbrada a que los profesores estuvieran pendientes de los alumnos (si hacen las tareas, si asisten a clases, etc.). En la universidad los profesores dictan sus clases y listo, lo demás corre por cuenta del estudiante. Eso es bueno porque la hace más responsable. “Yo misma me tengo que preocupar, me hace poner más pilas para estudiar”.

Tras acabar el colegio, Carlos consiguió una plaza como profesor de nihongo en la APJ. Fue su salvación. Desde entonces su trabajo docente lo ayuda a costear sus estudios. “Me cayó del cielo, estaba entre cualquier trabajo (en el Perú) o me mandaban a Japón”.

Carlos dice que lo mejor de su empleo es la variedad, porque enseña a alumnos de diferentes niveles y con una amplia gama de personalidades, e incluso de edades, desde el chico fanático del manga y el anime hasta el jubilado que ahora tiene tiempo para estudiar. “Uno también aprende”, asegura.

Ser bilingüe le ha permitido conseguir varios trabajos. Ha viajado en los veranos a Piura para ejercer como intérprete para una compañía que exporta mangos a Japón y recibía la visita de inspectores japoneses. “Se te abren puertas, nuevas experiencias”, resalta.

Augusto coincide con Carlos en que el trabajo en el departamento de idioma japonés le ha “caído del cielo”. “He aprendido mucho”, dice. Ha mejorado su español, está acostumbrándose a redactar, ha ampliado su vocabulario en japonés y forma parte del desafío de promover el nihongo en el Perú.

Augusto Miranda trabaja en el Departamento de Difusión del Idioma Japonés de la APJ. (Foto: ©APJ/Jorge Fernández)


¿PERÚ? ¿JAPÓN? EN EL MEDIO

Carlos dice que lo más importante que le dejó Japón son los valores: “No tirar la basura, limpiar lo que ensucias, el orden. Se extrañan. Aquí te cuadras donde quieras, te pasas la luz roja. Te pones a pensar por qué es así. Los valores se inician desde niños”.

Explica que los niños en los colegios en Japón hacen labores de limpieza y se encargan del almuerzo escolar, entre otras tareas que prefiguran a los futuros ciudadanos modélicos. Les enseñan a ser responsables. Además, se pone énfasis en el arte, los deportes, la música.

Cree que el Perú sería un país diferente si hiciera algo parecido, pero cuando se le ocurrió proponerlo le dijeron que los padres no aceptarían que sus hijos realizaran labores de limpieza (“a los padres les da un ataque, ‘pago y mi hijo limpia al baño’”).

Sin embargo, matiza, en Japón hay demasiada presión social que conduce a suicidios. En el Perú, en cambio, la gente “vive a su modo bien”. ¿Lo ideal? Un punto intermedio entre Japón y el Perú. “Ni aquí ni allá, el medio lo bueno”.

Augusto, que ha trabajado en los dos países, interviene: “Allá trabajan concentrados 100 %, 120 %. Pienso que ellos nacieron para trabajar, no están disfrutando de la vida. En cambio acá no, estás trabajando y a la vez disfrutando de la vida”.

¿Planean retornar a Japón? Natsumi dice que le gustaría, pero también quiere conocer países como Israel y Turquía. Primero tiene que terminar sus estudios, después se verá. Carlos piensa regresar a Japón para estudiar una maestría. A Augusto también le gustaría retornar a Japón, pero no sabe si para quedarse. En el Perú, entre los estudios y el trabajo, ya ha encontrado su camino. 


TALLERES PARA GENTE COMO TÚ

Carlos recuerda que su mamá lo obligó a ir al Donguri Club de la APJ, taller de conversación dirigido a niños y adolescentes llegados de Japón, para que no se olvidara del japonés. Ahora se lo agradece. Más allá de que logró mantener el nihongo, encontró lazos humanos, empatía, conexiones, que fueron fundamentales para su adaptación al Perú. Actualmente forma parte del staff del taller.

Por su parte, Natsumi y Augusto forman parte de Shaberankai, un taller de idioma japonés para jóvenes, también de la APJ. 

Carlos considera en líneas generales que los chicos llegados de Japón han sabido adaptarse al Perú. Le alegra que Augusto haya decidido estudiar negocios internacionales porque fortalece su decisión de seguir en el Perú.

Sin embargo, dice que hay muchos que retornan a Japón porque en el Perú nunca se llegan a sentir cómodos. Están desorientados, no saben qué hacer con sus vidas, sienten que no encajan. Hay chicos que solo esperan cumplir 18 años para volver a Japón.

“Acá hay oportunidades que se te abren dominando los dos idiomas”, dice Carlos. Tanto Augusto como él esperan que Donguri y Shaberankai se hagan más conocidos para que chicos que hoy están como alguna vez ambos se sintieron, solos e incomprendidos, encuentren compañía y rumbo en sus vidas.

Club de conversación Shaberankai (Foto: ©APJ)

 

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 104, y adaptado para Discover Nikkei.

 

© 2016 Texto y fotos: Asociación Peruano Japonesa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009


La Asociación Peruano Japonesa (APJ) es una institución sin fines de lucro que congrega y representa a los ciudadanos japoneses residentes en el Perú y a sus descendientes, así como a sus instituciones.

Última actualización en mayo de 2009

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