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Japón, un mundo aún por descubrir

Casi siete años en Japón. Tiempo de sobra para aprender el japonés. No lo aprendiste, te conformaste con lo básico para defenderte en la vida cotidiana. En realidad, no necesitabas aprenderlo. No necesitábamos aprenderlo. En aquellos tiempos (principios de la década de 1990), los peruanos teníamos traductor para todo. Para solucionar cualquier problema en el trabajo, para renovar la visa, para ir al médico. En las tiendas alcanzaba con tomar del anaquel lo que querías y llevarlo a la caja. En los restaurantes alcanzaba con abrir la carta y señalar la imagen del plato que te apetecía comer para que el mozo o la mesera tomaran nota. Ni siquiera era necesario abrir la boca.

Quizá la excusa más tonta de muchos para no intentar aprender japonés: estamos de paso en Japón, uno o dos años, pronto retornaremos al Perú, así que para qué. Había otra, insólita, que te dijo un amigo: mi mente se bloquea, no puedo, no me entra el nihongo. Como un cuerpo que rechaza un órgano nuevo.

Fueron casi siete años en una burbuja. Físicamente en Japón, pero con la cabeza y el corazón en el Perú. La nostalgia refuerza la pertenencia a tu país. Mientras más lejos, más cerca. Estabas en Japón, pero trabajabas con peruanos, te reunías con peruanos, jugabas fútbol (o algo que intentaba parecérsele) con peruanos. Japón era solo el decorado. ¿Los japoneses? Extras, sombras, espectros.

Tiempo de ocio. Si te quedabas en casa veías videos alquilados. Programas cómicos, deportivos, políticos, telenovelas. Todos peruanos. Películas. Lo usual, Hollywood. Casi siete años y ninguna película japonesa.

Un día descubriste en la librería Kinokuniya, en Shinjuku, un diminuto espacio para libros en español. Fue como hallar petróleo. Ahí estaba uno de los volúmenes de Contra viento y marea, de Mario Vargas Llosa. Te abrió la cabeza. Fue luz donde antes había ignorancia. En otra librería, también en Tokio, que se llamaba Manantial, encontraste Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro, otro peruano. También te deslumbró.

En Japón leíste más libros de escritores peruanos que en el Perú. Siempre atento a lo nuevo que publicaban Vargas Llosa o Alfredo Bryce Echenique para comprarlo de inmediato. Leíste un par de novelas japonesas, pero solo porque una amiga te prestó La presa y Una cuestión personal, de Kenzaburo Oe, que acababa de ganar el Premio Nobel. Por curiosidad te acercaste a la obra de ese escritor cuya existencia hasta entonces desconocías.

Nunca fuiste al Monte Fuji. Tampoco a ningún templo de Kioto. Ni al Palacio Imperial. Ni siquiera a Tokyo Disney. Era tan fácil, solo tenías que tomar el tren. Pero preferías ver videos o quizá ir a una fiesta de peruanos donde se bailaba lo mismo que en el Perú: el Meneíto, la Macarena y todo eso.

¿Comida japonesa? No. Comida peruana en casa. Y en la calle, te ibas a esos restaurantes de comida internacional donde sirven pura carne. O a McDonald’s. O a restaurantes peruanos. Casi no comiste sushi, pero sí muchos lomos saltados (uno de los platos emblemáticos de la cocina peruana).

¿Cuándo había elecciones en Japón? ¿Quién era primer ministro? No lo sabías, no te importaba. Pero sí estabas al tanto de todo lo referido a la reelección del entonces presidente Alberto Fujimori.

Casi siete años en el país de tus cuatro abuelos y nunca te interesaron su cultura, su gente, su idioma, sus atractivos turísticos, su historia. Nada. ¿Por qué? Quizá porque nunca te sentiste más peruano que en esos casi siete años y creías que mientras más lejos estuvieras de Japón más cerca estarías del Perú. Como si acercarse a Japón equivaliera a “traicionar” al Perú. Una tontería, claro, ahora te das cuenta.

Y no te sentías un peruano nikkei, sino un peruano a secas, porque el hecho de ser peruano estaba por encima de apellidos y orígenes étnicos, de todo.

"De tal padre, tal hijo" por Hirokazu Koreeda

Todo cambió en el Perú, donde descubriste que Takeshi Kitano no era un cómico de medio pelo de la televisión, como creías en Japón, sino un gran cineasta y desde entonces has visto casi todas sus películas. Viste, por fin, películas de Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu. Descubriste a Hirokazu Koreeda y se convirtió en uno de tus directores favoritos.

En el Perú leíste, por fin, a Yasunari Kawabata, Yukio Mishima y Natsume Soseki. Descubriste a Hiromi Kawakami, Natsuo Kirino y Keigo Higashino. Y, sobre todo, descubriste Tokio Blues, de Haruki Murakami. Así como en Japón estabas pendiente de lo que lanzaba Vargas Llosa, ahora lo estás de lo que publica Murakami (aunque cada vez con menos entusiasmo, porque cuesta digerir esas alucinantes historias con gatos que hablan o minúsculos seres que salen de la boca de una niña).

Ya no ves ningún programa cómico, deportivo o de entretenimiento peruano, porque prefieres invertir tu tiempo disfrutando de, por ejemplo, Kiseki (de Koreeda) o Shall we dance?, que ignoraste cuando se estrenó en Japón.

De la historia de Japón solo conocías lo que te habían enseñado en el colegio: las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. En Japón pudiste ir al Museo de la Paz de Hiroshima, pero ni siquiera lo pensaste. Estuviste en Okinawa, pero ni te enteraste de que fue escenario de una de las batallas más feroces de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, buscas y lees libros sobre la participación de Japón en la guerra porque quieres aprender y, sobre todo, intentas entender por qué tanto horror.

¿Qué motivó el salto de la indiferencia al interés con respecto a Japón? Quizá el tiempo, la distancia, los años, etc., te han abierto los ojos, han ampliado tu horizonte, te han liberado del gueto, te han enseñado que Japón tiene mucho que ofrecer.

En fin, como sea, lo mejor es que aún hay muchos escritores, cineastas e historias de Japón que te faltan conocer. Japón ya no es ese país ajeno en el que viviste, sino un fascinante mundo en perpetuo descubrimiento.

© 2014 Enrique Higa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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