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El vuelo de Aldo Shiroma: “Tenemos que creer en lo imposible” - Parte 1 de 2

“No solo los chanchos vuelan” es el título de la muestra que el escultor Aldo Shiroma presentó en Lima en diciembre de 2010. En el siguiente diálogo, el talentoso artista habla de su fascinación por volar, de los sueños de infancia y de su afectuosa relación con los animales.

¿Cómo se gestó “No solo los chanchos vuelan”?

Antes de viajar –estuve dos años en España–, yo ya tenía conversado con la galería (Fórum) hacer una exposición individual. Quería hacer una exposición con esculturas en movimiento, y estando allá fui dándole un poco más de cuerpo a la idea. Cuando regresé me puse en contacto con Claudia Polar, que es la galerista, y le dije “¿retomamos?”. Me dijo “sí, perfecto”. El tema de las esculturas cinéticas se juntó con una fascinación por volar. Quería suspender a los personajes en el aire y recrear este movimiento, este volar, hablando de esos sueños de infancia, de la capacidad de salir volando por una ventana.

En “Zoociedad”, tu anterior individual, también había un chancho que volaba.

En esa muestra, entre todos los personajes que había –la pituca, el político, el ratero–, uno se manejaba como el más “positivo”, que era el soñador. El soñador estaba representado como un chancho que vuela, que además tenía un bull en la panza porque estaba en peligro de extinción. Ahora, el personaje principal de esta muestra es un jabalí, que viene a ser la versión salvaje del chancho que vuela. Y se fue sumando otro personaje, un conejo, que intenta volar, a través de diferentes medios. El tercer personaje es un lémur, pero es mágico, es una mezcla, un híbrido entre lémur y libélula. Es como el ingrediente mágico. Hay que creer en ese tipo de cosas para poder soñar, para poder crecer, para poder despegar.

Cuando la gente habla de chanchos que vuelan se refiere a lo inconcebible, lo absurdo, pero tú siempre lo relacionas con la capacidad de soñar, ¿no?

De creer en lo imposible. El asunto no es cómo convencer que un chancho vuela, sino cómo usar esa metáfora para explicar que para lograr todas las grandes cosas que hemos logrado hemos tenido que creer en lo imposible. Si no, no habría barcos, ni submarinos, ni aviones. Creo que esa capacidad es la que tenemos que rescatar y mantener. Yo me acuerdo de cuando veía de chico que Maxwell Smart se sacaba el zapato, discaba y lo usaba como teléfono.

Aviones de papel

El zapatófono.

Claro. Tú decías “imposible, cómo va a tener un teléfono sin cable”.

¿Qué implica que no solo los chanchos vuelen? ¿Quiénes más vuelan?

Nosotros también podríamos. Había una viñeta de Mafalda que a mí me encantaba. Mafalda estaba en el columpio, divirtiéndose, yéndose para adelante y para atrás, y cuando paraba decía “la diversión se acaba cuando uno pone los pies sobre la tierra”. Era justo captar esa línea, hacer una exposición para que la gente venga, se pueda divertir, recordar los sueños de infancia. El sueño de volar nos viene a todos desde tiempos inmemoriales. Para el hombre volar ha sido una de sus grandes fascinaciones.

Envidiamos a las aves.

Yo envidio a las ardillas voladoras. Desde chico era un sueño, no sé si solamente era por Superman, por los superhéroes. Cuando íbamos a la playa y todos estaban jugando, yo me quedaba pegado mirando cómo volaban las gaviotas, ni siquiera tenían que batir las alas, se quedaban suspendidas en el aire. Yo me quedaba fascinado. Había una sana envidia.

¿De chico tu superhéroe favorito era Superman?

Ha variado, depende. Un tiempo era Ultra Siete. Ultra Siete era Dan Moroboshi, ¿no?

Claro.

Ya, Ultra Siete (risas). Es que me quedó la confusión entre Ultra Siete y Ultraman. Era una mezcla entre Ultra Siete, El Hombre Par, Mazinger, no puedo escoger uno solo. He estado pegado a la televisión, al manga, y a todas las cosas fantasiosas. Además, justamente el mundo habitual era que estuviéramos nosotros hablando y pasara un oso en dos patas y vestido, y que se metiera en la conversación. Lo normal era que los animales estaban completamente humanizados, formaban parte de nuestra sociedad.

¿A medida que uno se hace mayor va perdiendo la capacidad de creer que los chanchos vuelan?

Sí y no. Creo que de niños somos capaces de creer en lo imposible sin preguntarnos mucho por qué o cómo. De adultos, la vida te vuelve cada vez más realista, y prefieres creer, ver y vivir en lo tangible. También creo que hay cosas que nos motivan y no entendemos, hay cosas que nos alegran y nos ayudan y tampoco las podemos comprender del todo. Podemos creer que los chanchos vuelan pero necesitamos –como somos adultos– saber cómo. Como crecemos necesitamos tener más control y entender más las cosas. A veces si no tratáramos de entender tanto, sino más bien creer más y confiar… Confiar es la palabra. Conforme crecemos confiamos cada vez menos, y al mismo tiempo cada vez soñamos menos.

Astronauta

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* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 52, diciembre 2010 y adaptado para Discover Nikkei.

© 2011 Asociación Peruano Japonesa / Fotos: Asociación Peruano Japonesa / Fernando Yeogusuku

Aldo Shiroma artistas esculturas Perú
Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009


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Última actualización en mayo de 2009

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